Sobre las espinas, el sendero
Imagen: Zuani Cristóbal Petronilo
Por Zuani Cristóbal Petronilo (Mayahuel Xuany)
El cielo se iluminó, Nana Lucina derrama sus nahuas sobre el pretil, para cubrirse el pecho, toma con delicadeza sus alas de murciélago, se calza los huaraches calizos, únicos testigos de su andar por el mundo. Recorre de memoria los surcos de la casa, alimenta a los animales, les canta, les platica, les pide que coman bien, que no se enfermen. A lo lejos escuchamos el “Chiru chiru, chiruuuuuuuuuu” “Goro, goro, goroooooooooo” “Tchu, tchu, tchu” “Piu, piu, piuuuuuuuuuuuu”
Nuestros pies descalzos son estrellas fugaces que besan por un momento las piedras, buscamos desesperadamente la voz de Nana Lucina, corremos a su encuentro y nos pegamos a su mandil como perritos falderos.
-¡Yo también quiero darles de comer Amá!
-¡Yo, yo, yo!
-¡Y, yooooooo!
Se ríe y dice que podremos alimentarnos si antes limpiamos el corral.
Nos abre la tranca y como chivos obedientes entramos en filita, sorteando machincuepas para no llenarnos de excremento. Lavamos los depósitos de agua, limpiamos los canastos.
– Amá, ¿Estamos listos para darles de comer?
Mi abuelita deja por un momento su chiquihuite lleno de maíz, nos sienta en sus piernas, nos recuerda que, así como nosotros, los animales merecen un buen trato y mucho amor. Nana Lucina fue una mujer sabia que aprendió y nos regaló su lenguaje.
Cuando inicié como docente de preescolar, un manto negro me cubrió. El miedo macheteó mis pensamientos, y recordé a la “Maestra” que puso entre mis notas un sello con un periquito “habla mucho en clase” decía la leyenda. Ese día mi corazón se apagó.
La inseguridad me apretujó tan fuerte que debilitó el sonido de mi voz, necesitaba la validación de los demás, temía mostrar mi transparencia. Fue entonces que cocieron a mis costillas el disfraz de niña “buena”, olvidé que antes de que existiera ese personaje, yo, dejaba escapar sin tapujos mi risa de fiesta.
Atravesé la neblina, dejé que la semilla que sembraron en mí germinara e hiciera su magia. La ternura de mi abuela fue mi estandarte. Hoy después de 6 años conviviendo con los chapulines sé que “el mejor método de enseñanza” es la escucha, el respeto y la confianza.
“Alondra toma su pincel, dibuja trazos multicolor, cubre su dibujo con árboles y aves. Se acerca y señala el centro: – ¡Quiero quedarme a vivir aquí, no quiero perder a mi mamá, no quiero extraviar mi corazón! – Yo en el ranchito soy feliz, con mis vacas y mis perros”. Alondra, 5 años.
“Jimmy construyó nidos-casa para cada uno de sus amigos. El niño pájaro los pensó siendo águilas, gavilanes, hurracas, zopilotes y colibrís. Adecuo el tamaño de su cuerpo al espacio circular para que cada uno se sintiera calientito dentro de la hojarasca. Todos los nidos estaban conectados, nadie estaba solo. El niño pájaro me mira y dice que también hay un lugar para mí, que puedo entrar a visitarles cuando sienta que el corazón se me hace chiquito”. Jimmy, 5 años.
“Miguel tiene un superpoder: entender el habla de los animales. Escucha con atención el canto de las ballenas, platica con las focas, juega con el armadillo bolita de tres rayas y cuida a los venados. Miguel comparte con nosotros su mensaje: En los mares y cerros nos están cazando, diles a los humanos que podemos ser amigos”. Miguel, 5 años.
La niñez está provista de todo lo necesario para ejercer su autonomía, desde que llegan al mundo, traen consigo una vasija de memorias, de olores, sensaciones, pensamientos… si tan solo fuésemos capases de quitarnos esa máscara de superioridad, prestar oídos-corazón a cada una de sus voces, dar rostro y lugar a lo que saben y sienten, si pudiéramos mostrar la vulnerabilidad que nos atraviesa y saber que no estamos solas, que aprendemos en comunidad, entretejiendo dolores y alegrías, posiblemente terminaríamos con el imperio de terror educativo que busca moldearnos a su imagen y semejanza. Sin la autonomía infantil será difícil perfilar después una sociedad democrática. La democracia que no integra a la población infantil desde sus aprendizajes en comunidad y su derecho a recibir una educación cultural y lingüísticamente pertinente siempre será excluyente.
Todo lo que necesitamos esta aquí, en esta tierra. Aquí, con los tuyos, los míos y los nuestros. Aquí, en el canto de la esperanza.
Retrato de la autora: Yolanda Hernández Aguilar
2 comentarios
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Excelente, muy bello evoca recuerdos de mi infancia, todos los nacidos en las comunidades tuvimos una abuelita así, amorosa, que nos mostraba su sabiduría con el ejemplo.
Muy interesante y pocos tuvimos la dicha de tener una abuelita asi,, y los que la tuvimos llevamos sus enseñanzas Presentes siempre.