La economía de varios países se sostiene con venas y cuerpos multilingües
Imagen: Antonio Nava
Por Odilia Romero
Hace ya 40 años que migré a Los Ángeles. Cuando llegué ya existían varias generaciones de migrantes y si hoy día existe el espacio denominado Oaxacalifornia es gracias a las comunidades, quienes desde sus lenguas han logrado sembrar y recrear en estos suelos: recetas de comidas, disfrute de fiestas, creación de organizaciones sociales que luchan por la resistencia, la dignidad y los derechos, entre varias hazañas más. La lengua ha sido como la tierra desde donde crecen esas semillas de vida.
Con nuestro trabajo, los migrantes somos la base económica de varios países: Estados Unidos y el de nuestras comunidades en los países de origen. Somos trabajadores de primera línea en Estados Unidos, pues la agricultura, la limpieza, la construcción y la industria de la comida (lavatrastos, cocineros, chefs y garroteros) se realizan por mujeres y hombres migrantes de nuestros pueblos. El dinero que ganamos se convierte en remesas que sostienen la economía de los pueblos, pues las fiestas, los funerales, la construcción de casas y la educación de niñas y niños en México, Centro América y el Caribe es posible gracias al trabajo migrante. Estos trabajadores y trabajadoras se comunican en varias lenguas indígenas y cientos de variantes de cada una de ellas. Con esos datos puedo decir que la economía de varios países se sostiene con venas y cuerpos multilingües.
Varias generaciones de migrantes hemos luchado para que se respeten las lenguas de nuestros pueblos y comunidades; con esa lucha también hemos contribuido a la democratización de algunas instancias gubernamentales en Estados Unidos. Desde hace más de cuatro décadas hemos exigido que los proveedores de salud, servicios sociales y justicia proporcionen intérpretes en idiomas indígenas. La lucha por la lengua juega un papel importante para los migrantes indígenas, pues a través de ella podemos defendernos y organizarnos. La lengua, como ya dije, ha sido la energía vital todos estos años, ha sido abono y territorio de todas nuestras luchas.
Desde pequeña, yo he sido intérprete. He interpretado para mis padres, para mis redes familiares y también he trabajado en los Tribunales de justicia de Los Ángeles, Oficinas del Departamento de Niñez y Familias -DCFS- (Department of Children and Family Service), Policía de los Ángeles (LAPD), entre otras instancias. Mi generación se politizó en la lengua como lucha pues éramos conscientes que a través de la lengua nos organizábamos, nos ponía en el escenario de exigencia de derechos, dignidad e igualdad. Me formé con varias compañeras y compañeros que abrazamos la lengua y los derechos de pueblos indígenas y migrantes como motor de vida. De estos procesos, en Los Ángeles surgieron varios grupos de intérpretes de las comunidades mayas de Guatemala y también de México, estos grupos posteriormente trabajaron con sus pueblos y en instancias judiciales o escolares.
En mi caso, comencé a trabajar en los Tribunales, posteriormente en hospitales, y algunas veces, en escuelas. Este trabajo me ha permitido conocer de primera mano muchas injusticias contra nuestros paisanos a quienes les quitan sus hijos por no saber hablar el español; he podido analizar el código de ética y los errores de los intérpretes en castellano y hacer una crítica el enfoque nacionalista de las organizaciones migrantes que no consideran a los migrantes indígenas y, bajo la idea de “latinos”, imponen el español como la lengua hegemónica que se habla en nuestros países.
Una vez en el año 2017, en medio de un Tribunal en Los Ángeles California, yo renuncié a seguir interpretando en un caso donde el departamento de niñez le había quitado los hijos a una familia. Hice esto centrada en el código de ética, donde el juramento dicta que un intérprete tiene que ser imparcial. Cuando el juez a cargo me preguntó por qué renunciaba yo respondí: “porque no puedo ser neutral ante la injusticia”. El caso es el siguiente: unos padres zapotecos, de familia numerosa, tenían a dos de sus hijos con problemas de salud de origen genético. Las instrucciones de los médicos dictaban que uno de los niños tenía que tomar ciertos mililitros de medicina al día. Ahora bien, la instrucción y el diagnóstico fueron realizados sin la presencia de un intérprete, por lo que los padres tenían dificultades para la comprensión. El departamento de la niñez acusó a los padres de negligencia por no atender a sus hijos y por no dar la dosis exacta de medicamento, por lo cual concluían que los padres no estaban en capacidad de cuidar a los niños por negligentes. Esta situación nos pone frente a un gran problema en el campo de la interpretación, me refiero al conocimiento del “concepto”, del “contexto” y la “analogía” desde las cuales se está hablando. Para trasladar las instrucciones del inglés al zapoteco, se debía tomar en cuenta los conceptos y el contexto. Era necesario encontrar el equivalente de mililitros en onzas o cucharadas para que los padres pudieran seguir las instrucciones. Lo más grave es que varios de los procesos se desarrollaron sin la presencia de un intérprete. La familia había pasado por hospitales, clínicas, escuelas y otras instancias, sin haber tenido intérpretes, aunque algunas veces le proporcionaban intérpretes del español al inglés. A mí me asignaron el caso en la audiencia judicial cuando los niños ya estaban separados de los padres. El abogado defensor de los padres sólo hablaba inglés y tenía un intérprete al español; afortunadamente, este intérprete fue aliado y alertó al juez sobre el hecho de que los padres de los niños no estaban comprendiendo ese idioma, por eso llegué a ese caso. Cuando comencé a interpretar me di cuenta que en la labor de defensa del abogado, se imponía una visión de familia tipo clase media de Estados Unidos a una familia zapoteca que recreaba la vida comunitaria en contextos de migración. Los abogados de los niños, algunas veces alegaron que los padres tenían un retraso intelectual y por eso no podían comprender lo que él les decía. Ahí fue cuando yo decidí renunciar con la justificación que no podía ser imparcial, no podía estar en medio de un proceso donde no se estaba garantizando el debido proceso a esta familia zapoteca. Ante mi postura, el juez me respondió: “edúcame, enséñame lo que tengo que comprender para juzgar mejor este caso”. En otra oportunidad y en otro proceso una juez también me dijo: “invítenme a talleres para comprender mejor y garantizar la justicia”. Le expliqué al juez que en México existen más de 60 lenguas indígenas y que del zapoteco existen 62 variantes, según el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) le expliqué que cada idioma indígena tiene diversas variantes y que es necesario saber la variante específica en cuestión; que es necesario conocer los conceptos de cada pueblo indígena y los contextos históricos para interpretar de la mejor manera posible. Mi protesta permitió que se revisara el caso de la separación de los niños de sus padres y se logró que regresaran a su núcleo familiar.
No todos los jueces o miembros de los aparatos de justicia están abiertos de la misma manera; por ejemplo, está el caso de Cirila Baltazar Cruz a quien le quitaron a su bebé Rubí y la entregaron en adopción. Todo el proceso ocurrió en un contexto precario en el que se aprovecharon del hecho de que Cirila estaba en condiciones irregulares en Misisipi y que hablaba chatino, poco español y nada de inglés. La intérprete que acompañó el caso violó su código de ética e interpretó a Cirila sin saber hablar chatino.
Mi trabajo en tribunales reafirmó mis ideas de que el derecho a la lengua es un derecho humano, si no hay derecho a la lengua propia, no hay justicia, no hay dignidad, no hay mejoría en el trabajo. En lo que se refiere al trabajo de los intérpretes inglés-español, tengo dos opiniones: la primera es que pueden ser aliados, pues ellos pueden alertar de que se trata de un idioma que no dominan; la otra es que muchos piensan que si les hablan despacio en castellano, las personas entienden y no ven la necesidad de buscar intérpretes en lenguas indígenas. Esta segunda situación es grave, porque los intérpretes tienen responsabilidad legal de ser el canal de comunicación entre el tribunal y la víctima, pero si no hay una debida atención en lenguas indígenas, se comete una grave delito como lo hizo la intérprete del caso de Cirila.
Este asunto de la interpretación es central, pues al momento de exhibir que existen 68 lenguas indígenas en México y que éstas a su vez tienen variantes, se deshegemoniza la idea de que los fenómenos de la migración tienen un solo idioma, se afirma entonces que la migración es multilingüe. No importa el estatus legal de las personas, todas tienen derecho a un debido proceso y a que se les garantice el uso de la lengua propia. El Título 6 de los Derechos Civiles de 1964 dice que todas las instancias que reciben fondos federales tienen la obligación de respetar estas garantías.
Recientemente, en el Condado de Los Ángeles se aprobó una moción que crea un sistema de bienestar infantil y familiar para todas las culturas y lenguas llamado “Creating a Child Welfare System for Children and Families of all Languages and Cultures”, este sistema busca la reestructuración en cuanto al respeto a los derechos lingüísticos de poblaciones indígenas de América Latina. En la práctica, esta moción debe garantizar que se puedan identificar las lenguas indígenas que hablan los niños, que se eduque a quienes hacen trabajo social sobre las lenguas indígenas y que se garanticen mecanismos para proveer intérpretes. Son pequeños pasos que se dan, falta mucho, pero se sigue caminando.
Actualmente, en la organización Comunidades Indígenas en liderazgo (CIELO), trabajamos para brindar servicios de interpretación a varias lenguas indígenas de México y Guatemala. En 2021, promovimos 4 mil intérpretes en todo Estados Unidos y eso nos permite conocer un panorama amplio de la problemática, pero también de lo vivo y pujante del trabajo y la organización de los hablantes de lenguas indígena en este país. La labor de hacer que la justicia funcione para los migrantes indígenas es ardua, queda mucho camino por hacer. Yo veo que con los años las luchas por las lenguas se extienden y se extenderán hasta por debajo de la tierra y brotarán así nuevas generaciones. Creo que nuestro compromiso es que el Estado Nación no logre su objetivo de despojarnos de las lenguas e identidades para latinizarnos. Nos inspiran mucho las comunidades que luchan contra el despojo de tierras, con esa fuerza nosotras queremos seguir sembrando la semilla de las lenguas. Así nos vamos a defender.
Retrato de la autora: Jon Endow
2 comentarios
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Muchas felicidades y mi admiración por mi paisana Odilia, por su incanzable labor por nuestra gente indígena en U. S. A..
Mi admiración y reconocimiento a su labor: Visibilizar las diferencias del idioma e incidir en los espacios de impartición de justicia en colocarlo en un ámbito de derechos humanos.