Bordar Justicias
Imagen: Camila Fernández
Por Fátima Leonor Gamboa Estrella
“Queremos que nos escuchen, que nos hagan caso de lo que nos está pasando, de lo que estamos viviendo, soy una persona igual a las demás, merezco ser feliz”
Barbaciana, de Chikindozot, Yucatán
Queremos respuestas para resolver las violencias, la desigualdad, la discriminación y el miedo por el que atraviesa nuestra vida, nuestro territorio, nuestro continente: aquí y ahora. Queremos JUSTICIA.
Pero, ¿qué es justicia? Los conceptos y práctica tradicional, hegemónica y validada socialmente como justicia son aquellos relacionados con la pena, la cárcel, el castigo, la existencia de una persona que gana y otra que pierde, en donde hay un alguien -el juez- que da a cada quien lo que el propio juez piensa que le pertenece. El problema de este sistema es que fue construido únicamente para garantizar la existencia y el orden del Estado, no para garantizar derechos, fue construido sin incluir cosmovisiones y sueños de justicias de la mayoría de las personas, grupos y pueblos. Esto ha provocado que cada persona juzgadora en la mayoría de las veces perpetúe, valide o mantenga la desigualdad a través de sus resoluciones.
No tenemos justicia, por que no estuvimos incluidas en lo que necesitamos para vivirnos en justicia, nos despojaron e impusieron formas que nos duelen y nos dañan como sociedad, nos quisieron vaciar la humanidad, nos quisieron vaciar las justicias propias y colectivas.
Los sistemas de justicia estatal, desde su origen y hasta ahora, están en crisis, fungen como contenedores de demandas y exigencias sociales. Por ello, nos encontramos ante dos retos: el primero es deshilar la idea, la institución, la forma, la ley, la autoridad, la práctica y los efectos impuestos y limitados de lo que entendemos y ejercemos como justicia. El segundo reto es comenzar a reimaginar, repensar, y aprender de otras formas y cosmovisiones para luego bordarnos todas de nuevo en justicias.
Necesitamos des-bordar el sistema de justicia para observar los diferentes hilos de la violencia de Estado: la venganza, la revictimización, corrupción, criminalización de la pobreza e impunidad, ¿esto es lo que queremos? En México, curiosamente, las instituciones llaman “justicia” a sentencias donde las mujeres víctimas de violencia acaban siendo condenadas por no proteger la vida de sus agresores, como ocurrió con el caso de Yakiri[1]. También, consideran “justicia” abandonar a Lety, una mujer maya de Yucatán que fue violada, al menos, dos veces por el mismo hombre. El sistema minimizó el delito de violación y le dificultan el proceso por tener una discapacidad. Hasta hoy, Lety sigue sin respuesta. El sistema de justicia condenó a un hombre indígena a prisión por defender su tierra, su territorio y su milpa, en el proceso nunca tuvo intérprete o traductor ¿Es eso «lo justo»?
La Buena Palabra: Maloob Taan: otras formas de sembrar paz.
En lengua maya no existe la palabra justicia, tal cual. Pero la palabra Maloob Taan tiene un concepto aproximado. Haciendo una mala traducción sería: “la palabra buena”, lo que sale de la voz para enunciar lo adecuado. En la “buena palabra” se trata de sacar la voz y practicar la escucha, generar un diálogo, un acuerdo. Al dar espacio, tiempo y escucha a la vivencia y recuperar el sentimiento, se respeta y así se sana.
Si se fijan en el contenido de la “buena palabra”, no hay una persona que dé o quite algo, no hay una persona que decida qué es lo que merece cada quien, tal vez sea porque cada voz es importante y en la escucha nos encontramos. Si escribimos, ya no escuchamos, por ello la importancia de la oralidad y no la escritura en esta tradición de justicia.
Cuando las mujeres indígenas acuden a las instituciones o a las autoridades comunitarias no hablan de violencia (un concepto que parece abstracto, frío y despersonalizado), narran lo que esconde la palabra violencia:“lo que me duele”, “lo que me lastima”, “lo que me pone triste”, pero además expresan la expectativa, el anhelo o el sueño del propósito de la justicia: “lo que no quiero que vuelva a pasar” “lo que necesito y quiero para estar tranquila y feliz”.
Las mujeres mayas nos han enseñado que se hace justicia cuando la voz se expresa, cuando la palabra se enuncia, se escucha y se valida. La escucha y la voz permiten sacar lo que duele y con ello poner sobre el espacio algo que la justicia estatal ha desdeñado: los sentimientos, las emociones. El sentimiento como expresión de la humanidad del ser nos hace conectar y, por ende, generar empatía. La empatía es otra de las características que constituyen a la justicia maya. Así se sana, se saca del cuerpo el sentimiento, se nombra al que te hiere, al agresor, a los poderosos, cuando se valida la voz, cuando se escucha a las mujeres. Cuando te creen, se sale la culpa ajena de nosotras mismas, nos lloramos y a veces también nos abrazamos, espantando al miedo y recuperando nuestra propia justicia, la primera, la de una misma.
Muchas mujeres mayas no quieren denunciar y mucho menos quieren cárcel; quieren acuerpamiento, respaldo de la autoridad y la comunidad, quieren revertir las narrativas machistas comunitarias, para que la responsabilidad sobre las violencias recaiga en quien agrede y no en la agredida, para que la responsabilidad de cambiar las narrativas y prácticas recaiga en la comunidad y no únicamente en las mujeres o en las autoridades. No se trata de sembrar venganza, se quiere sembrar paz, por ello buscan que los problemas se resuelvan y no se hagan más grandes, cuidando que “el castigo” no anule a la persona o divida a la comunidad.
Para las autoridades comunitarias justicia es que todos salgan conformes de las “audiencias de familia”, “buscar un acuerdo” “arreglar lo que se echó a perder” “transformar el problema en algo positivo”. Por esta misma idea, en muchas comunidades no se aplican las multas o el encierro en el calabozo (salvo cuando sea muy necesario), porque finalmente estos castigos acaban siendo un castigo también para las mujeres. Ellas han de ocuparse de llevar comida al calabozo o buscar el dinero para pagar las multas de sus agresores y eso las disuade de acudir a pedir justicia.
No se trata de romantizar las justicias comunitarias o indígenas, pues están lejos de garantizar plenamente los derechos de las mujeres. Sin embargo, existen elementos y visiones de justicia que nos pueden ayudar a nutrir de colores nuestro nuevo bordado de justicias, uno en donde todas las mujeres, en primera persona y con nuestra propia voz, exijamos y construyamos justicias para todas.
Para bordar las JUSTICIAS, tendremos que destejer la historia impuesta, para hilar la nuestra, la propia, la de nuestras familias, madres, abuelas y comunidad, ahí encontraremos nuestra verdad, la que para los pueblos indígenas hace parte de la justicia, una verdad que nos ponga en el presente y no en el pasado, una verdad que nos dé agencia no asistencia, una verdad que nos dé orgullo y nunca más vergüenza.
Para bordar las JUSTICIAS, tendremos que recuperar nuestro cuerpo, el que como mujeres se nos ha quitado, mutilado o invalidado. Es necesario sentirnos en los deseos y el placer propio, más allá de un hombre, más allá de la reproducción, más allá de la heteronormatividad.
Para bordar las Justicias, es preciso ubicarnos en todas nuestras geografías y contextos, desigualdades y privilegios, abordar los diferentes obstáculos y vulnerabilidades que limitan nuestra felicidad.
Para bordar las justicias, necesitamos de una misma, pero también de las otras, porque, como hemos dicho, la justicia es colectiva, no individual. Bordaremos Justicias con las múltiples historias, cuerpos, deseos, territorios y sueños, construyamos justicia para nosotras; cada una bordara sobre sí misma, pero entretejiéndose con las demás, para hacernos de colores y más fuertes. En este espacio nadie borda por nadie, porque cada quien tiene su propio hilo, porque todas somos iguales, aunque la vida nos haya presentado socialmente en la desigualdad, en este bordado todas tenemos un hilo que nos une y así las mujeres en toda nuestra diversidad: indígenas, lesbianas, trans, con discapacidad, bisexuales, migrantes, precarizadas y en situaciones de violencias estamos llamadas a repensar la justicia, cuestionarla y transformar las estructuras del Estado, mientras esto sucede…trabajemos entre nosotras mismas, con nuestra justicia.
Las mujeres mayas con las que trabajo me han enseñado que la primera justicia es la nuestra, cuando nos vamos sintiendo más libres, iguales y orgullosas. Me han enseñado que se hace justicia cuando se hace resistencia en las posibilidades del contexto, cuando nos organizamos y acompañamos entre nosotras, cuando luchamos por la subsistencia, cuando levantamos las armas para defender nuestros territorios; se hace justicia cuando se saca la voz denunciando lo que no se nos acomoda en el cuerpo y el espíritu, denunciando lo impronunciable, lo prohibido o denunciando al poderoso. Mientras logramos la transformación de los sistemas de justicia, encontrémonos las mujeres en las justicias todas.
[1] En Ciudad de México, Yakiri fue atacada sexualmente por dos hombres. Al tratar de defenderse mató a uno de sus agresores y logró escapar. Días después fue procesada y condenada con una sentencia de más de 20 años por homicidio. Yakiri, víctima de la agresión sexual de dos hombres, que actúa en defensa propia para salvar su vida, acabó en prisión porque debió utilizar medios menos lesivos y proporcionales.
Retrato de la autora: Autorretrato
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