La semilla de la Paz
Imagen: Francisco Javier Santiago Vera
Por María Guadalupe Cruz Hernández
Soy María Guadalupe Cruz Hernández, mujer Tojol-ab’al. Nací en el ejido Veracruz, municipio de las Margaritas, en Chiapas. Agradezco al proyecto “Tzam. Las trece semillas zapatistas: conversaciones desde los pueblos originarios” por invitarme a reflexionar y compartir mi palabra a partir de mis vivencias sobre el tema de la semilla de la “paz”.
Para mí, la paz está constituida por esos momentos que me han dado alegría y tranquilidad en la vida, por ejemplo, cuando era pequeña disfrutaba los amaneceres con el canto de los gallos, aunque eso me indicaba que tenía que levantarme para ayudar a mi madre a moler el maíz y hacer las tortillas. Recuerdo también que, después de clases, los niños solíamos salir a conseguir leña en el cerro Najlem, era divertido porque a veces nos quedábamos a jugar o a recolectar plantas y flores. Me encantaba cuando iba con mi madre y mi abuela paterna a buscar a la mamá cerdita que había tenido sus crías en el cerro Najlem, era maravillosa esa búsqueda. Al hallar a los bebes cerditos los cargábamos en red o en brazos para cuidarlos en casa. También, para mí eran tan placenteras las tardes de encuentro con mi familia alrededor del fogón donde cenábamos al calor del fuego y del hogar, acompañados de los cuentos, las anécdotas y los chistes de mi padre.
La tapisca y la cosecha de frijol son otras de mis experiencias favoritas. El día que una familia cosechaba su maíz o su frijol participaban muchas personas, era un trabajo colectivo. Las personas llevaban sus caballos o burros para trasladar la cosecha de la milpa a la casa. Después de la jornada, se concentraban todos los participantes a disfrutar de una buena comida, un caldo de res, de gallina o de guajolote y se servía el pox o el refresco. En la cosecha del frijol, los alimentos se echaban a cocer en una olla cerca de la milpa, recuerdo que se comía tan rico con un sabor muy distinto a la de la casa, me imagino que sería el sabor de la convivencia. Después de comer, a las personas que habían ayudado en el trabajo se les entregaba sus redes de maíz o sus tazas de frijol; además, los integrantes adultos y jóvenes de la familia tendrían que devolver un día de trabajo a todas las personas que les habían ayudado, por lo tanto, no era necesario el pago a través del dinero.
Cuando iba con mis padres a las milpas por el camino del bosque, de regreso a veces nos encontrábamos con un manjar delicioso en los árboles de roble: la miel. Una vez fue tanta que llenábamos cubetas y cántaros pues era todo un privilegio encontrarla y, claro, no era sólo para nosotros, se compartía con los vecinos, con mis tíos y abuelos.
Hace poco, mi comunidad y la comunidad vecina llevaron a cabo una pesca colectiva que tradicionalmente se realiza desde hace muchos años en Semana Santa; en esta actividad participan todas las personas a las que les gusta la pesca, hay niñas, niños, mujeres y hombres de distintas edades. Las familias conviven bajo la sombra de los árboles. Después de tres horas aproximadamente en las que se recorre el pequeño arroyo con el canasto y el morral hecho de costal donde se echan los peces, se procede a la preparación y al disfrute. Esta hermosa actividad se desarrolla en armonía y en comunidad. Por todo esto, puedo decir que he vivido la paz y la he encontrado en diferentes momentos en mi vida, en la cotidianidad que comparto en familia y en comunidad, cotidianidad en la que hay alegrías, armonía y tranquilidad.
Retrato de la autora: Francisco Javier Santiago Vera
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