Imagen: Irma Pineda

Por Irma Pineda

Las mujeres queremos cambiar el mundo.

Queremos uno en el que todas

podamos caber completas y creadoras”.

Sylvia Marcos

A varias generaciones de mujeres indígenas contemporáneas nos tocó crecer con la idea de “un deber ser” en el mundo, donde por el sólo hecho de nacer mujeres nos debíamos subordinar a los varones, particularmente en la toma de decisiones y en la participación en espacios públicos. Esto se arraigó en nuestra conciencia, por lo que hemos tenido que ir modificando nuestro pensamiento y nuestra actitud, para aprender a luchar por un lugar digno y justo, para apostar a un “querer ser”, para aprender a deshacernos de las culpas por no cumplir con nuestros “deberes tradicionales”, por decepcionar a las abuelas, por asustar a los varones, por vivir la paradoja de conservar nuestras culturas y al mismo tiempo romper con las tradiciones opresivas hacia las mujeres.

La lucha se da en varios niveles: el intrapersonal, el familiar, el comunitario y el extracomunitario, que va de lo nacional a lo internacional; aunque cuando de luchas se trata, muchas mujeres indígenas tienen que reordenar sus prioridades por la denominada “política del estómago” (Naemeka, 2008), frente a la cual, se prioriza el esfuerzo cotidiano por la alimentación, contra la pobreza, por los derechos de los pueblos indígenas y hasta el final queda la exigencia de los derechos de las mujeres, no porque sean menos importantes, sino porque a veces hay que priorizar lo urgente.

En este sentido autoras como Sylvia Marcos (2011), con la teoría de posicionalidades fluidas trata de explicar que no se trata de olvidarse de las demandas de género por priorizar las de etnia, sino que hay momentos en que cada una toma su posición de prioridad, según la dinámica de vida y lucha de cada pueblo. Entre estas mutaciones que se viven en las comunidades tenemos el cambio ideológico de las mismas, ya que ahora, además de la defensa de nuestros derechos colectivos como indígenas, buscamos una transformación en las costumbres que nos laceran como mujeres: la preferencia de los padres para que sea el varón el que estudie o el que herede la tierra, el inventado derecho de los maridos a golpear a sus esposas, los matrimonios arreglados por los padres sin consentimiento de las mujeres, los matrimonios con mujeres muy jóvenes (de 12 o 13 años), la negación de la participación social o política de las mujeres, la obstrucción de su derecho a decidir, desde los aspectos sobre su persona hasta los procesos de la vida pública.

Un ejemplo interesante de esta transformación lo tenemos en La Ley Revolucionaria de las Mujeres, propuesto desde 1993 por las compañeras del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), quienes sintetizaron la aspiración de muchas mujeres indígenas que, a la par de la exigencia de sus derechos, mantienen su compromiso con la lucha de su pueblo (https://enlacezapatista.ezln.org.mx/1993/12/31/ley-revolucionaria-de-mujeres/).

Las mujeres indígenas se han ido incorporando de manera paulatina a la vida política de México, su participación se ha hecho visible en los últimos veinte años, cuando ya se puede nombrar a algunas líderes, legisladoras, presidentas municipales o secretarias de gobierno en los estados, sin embargo, todavía son pocos los nombres de mujeres indígenas que se pueden referir. Esta participación política y la exigencia de sus derechos tienen sus altos costos para las mujeres indígenas o no (ya que en este sentido se enfrentan a las mismas adversidades); como refiere Margarita Dalton: “chismes en el interior de la comunidad con respecto a su vida privada, sexual, amorosa, presiones políticas de los caciques; el paternalismo de algunos líderes; el poco reconocimiento de su trabajo; amenazas de muerte y golpes”.

Desafortunadamente hay otro factor que afecta los pocos avances que van teniendo las mujeres indígenas en la participación política y es el hecho de que algunas de las mujeres que llegan a cargos políticos no necesariamente reivindican los derechos de otras mujeres y mucho menos de las indígenas; por un lado, por la pérdida de la identidad de género, ya que al entrar a una dinámica de disputa por cargos o poder, terminan adoptando una visión masculina que en vez de facilitar la inserción de otras mujeres, obstaculizan su desarrollo y bloquean sus propuestas; por otro lado, algunas de las mujeres llegan a cargos políticos como resultado de cuotas de grupo o negociaciones políticas, utilizadas como piezas de ajedrez en las jugadas políticas para dar cumplimiento a las leyes electorales y de paridad de género, mas no por una lucha consciente en pro de los derechos de las mujeres, con lo que se da un incremento de la participación física de éstas en la vida política, pero no un cambio en el panorama local ni nacional y mucho menos en las políticas de género o en la aplicación real de los derechos conquistados por las mujeres.

A modo de conclusión, quiero retomar la idea de que las mujeres indígenas somos tan diversas como las culturas de este país y después de años de convivencia, recorridos por diferentes comunidades, varias lecturas, reflexiones colectivas y acercamiento con organizaciones, participación y organización de encuentros de mujeres indígenas, la mayoría ha coincidido en algo: desde la perspectiva de las oprimidas, pobres y muchas veces analfabetas, nuestra preocupación fundamental es lograr la justicia social para las personas y para los pueblos.

Referencias:

–Dalton, Margarita (2010). “Zapotecas, chinantecas y mestizas: mujeres presidentas municipales en el istmo de Tehuantepec, Oaxaca” en Salomón Nahmad Sittón, Margarita Daltón Palomo y Abraham Nahón (coords.) Aproximaciones a la región del Istmo, diversidad multiétnica y socioeconómica en una región estratégica para el país. CIESAS, México.

–Marcos, Sylvia. (2011). Tomado de los labios: género y eros en Mesoamérica, Ed. Abya Yala. Quito, Ecuador.

–Naemeka, Obioma (2008). “Las conferencias internacionales como espacios para las luchas transnacionales feministas” en Marcos, S y Marguerite Walter (eds), Diálogo y diferencia, retos feministas a la globalización, UNAM-CEIICH.

Retrato de la autora: Palmira Flores

0 comentarios

XHTML: Puedes usar estos tags: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

Irma Pineda Santiago
Pueblo zapoteco

Irma Pineda Santiago

Escritora binnizá de Juchitán, Oaxaca. Es profesora de la Universidad Pedagógica Nacional 203, autora de la columna “La Flor de la Palabra” en La Jornada Semanal e integrante del Foro Permanente sobre Cuestiones Indígenas de la ONU. Ha publicado diversos libros de poesía y otros géneros. Su obra ha sido traducida al inglés, estonio, ruso, italiano, portugués, alemán y chino. Fue presidenta de Escritores en Lenguas Indígenas A.C., becaria del FONCA y del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México.