Levantarse y resistir
Foto: Juquila A. Ramos Muñoz
Por Aurora Guadalupe Catalán Reyes
Las viviendas antiguas guardan historias, costumbres y recuerdos. De niña viví en casa de los abuelos paternos, que a su vez era tlapalería y bodega. Macario Matus inmortalizó el nombre de La Casa del Pintor en su hermoso relato “Historia de las palomas”. A otras personas les tocó en suerte vivir entre bastidores de hamacas o de huipiles. Algunas más, habitaron entre arcilla dispersa por el patio y ollas a medio cocer.
Las casas zapotecas nos dan indicios del estilo de vida en nuestras comunidades. En sus patios solemos encontrar tamarindos, guie’xhubas, mangos, bioongos, ciruelos, guie’chaachis y chicozapotes, de los cuales penden hamacas, listas para arrullarnos en la siesta de medio día. Recuerdo dos canciones que aluden a algunos de estos árboles, una es “Canto Zapoteca” del maestro Saúl Martínez y la otra es “Da guuya xpinnu” del maestro Ángel Toledo. Se aprovechan los materiales de construcción de origen local para hacer casas de adobe, ladrillo o bajareque, con techos de tejas de barro, palma o paja, debido a sus ventajas isotérmicas y logísticas. También suelen utilizarse cercos vivos (arbustos) para delimitar los terrenos.
Los espacios de las viviendas son versátiles: la cocina se convierte en comedor, el patio es área de trabajo o de descanso y la sala se vuelve dormitorio por las noches. Las casas, mayoritariamente, cumplen la función de talleres del oficio familiar. Los baños tienden a estar fuera de la nave principal, por cuestiones de higiene. Muchas cocinas cuentan con horno de comixcal (horno de barro para elaborar totopos y otros alimentos). Las casas también suelen tener un baúl para guardar la ropa, en especial los trajes regionales; butaques (sillas cómodas de madera) para “tomar el fresco” por las tardes, y un mexabidó, mueble que sirve de altar con imágenes de santos, vírgenes o figuras prehispánicas.
En la Sierra Zapoteca Istmeña (subregión del Istmo de Tehuantepec) la vida transcurre al aire libre. Bixhoze Gubidxa (el ‘Padre Sol’) toca los rostros de las personas, al igual que Gusiubí, el aire que anuncia la lluvia. Los zapotecas serranos están más habituados a las caminatas diarias. Su alimentación es de calidad y los cuidados que tienen por su salud son más estrictos. Las comunidades serranas conservan la reminiscencia prehispánica que concibe el hogar en dos espacios: uno en el pueblo y otro en la montaña. Ambos con casas habitables, pero que sirven para actividades y momentos distintos; tal como se observa en el sitio arqueológico de Guiengola, antigua ciudad zapoteca del siglo XV, con asentamientos en la montaña y a orillas del río Tehuantepec.
Si bien los espacios interiores pueden parecer reducidos, los patios son grandes. En ellos, se pueden criar gallinas y tener un huerto familiar. Al Yoo bidó (‘Casa del Dios’, ‘Cuarto de los Santos’ o nave principal) se entra sin calzado. El saludo se realiza levantando la mano, a una distancia mayor que la recomendada para la “sana distancia” y, cuando las personas enferman, hacen reposo en casa, ingieren remedios naturales y acuden a bañarse al río para “tirar la enfermedad”. Muchas bondades encuentro en las casas de la Sierra Zapoteca Istmeña, donde también tengo mi hogar.
Para los zapotecas, el concepto de casa/techo/vivienda, va más allá de las cuatro paredes. La casa es la familia, una hamaca, el río, las aves, la mar, los árboles, la montaña, los caminos, el pueblo y los hogares de nuestros paisanos y familiares. Para muchos binnizá del Istmo de Tehuantepec, todo eso colapsó en el año 2017. Los sismos del 7 y 19 de septiembre causaron pérdidas irreparables. Sólo en Juchitán se reportaron 15 mil viviendas con pérdida total. El trabajo de los bilopayoo no sería suficiente esta vez (aludiendo al relato de “Las casas y el bilopayoo” de Gubidxa Guerrero).
El Comité Autonomista Zapoteca Che Gorio Melendre (Comité Melendre) es una asociación civil con 17 años de activismo, a la cual pertenezco. Tras los sismos, se dedicó a brindar ayuda humanitaria en los 41 municipios de la región, entregando artículos de primera necesidad a los damnificados e impulsando iniciativas de reactivación económica. Para la etapa de reconstrucción se lanzó un proyecto denominado #ViviendaComunitaria. En la redacción de los lineamientos del proyecto participamos personas de distintas disciplinas, todos pertenecientes a pueblos originarios de México, enfocados en crear un proyecto adecuado para nuestros paisanos, económica y logísticamente viable, ecosustentable y espacialmente funcional.
La Casa Cero fue el primer resultado de esas ideas. Un hogar diseñado por el maestro Gregorio Guerrero (artista plástico naua del Alto Balsas), ubicado en una localidad zapoteca de la Planicie Costera del Istmo de Tehuantepec. Los materiales de origen local (piedra, adobe, ladrillo, loseta y teja) fueron combinados con cemento y acero, en menor medida, para dar lugar a un prototipo de casa sismoresistente, adecuada para las condiciones climatológicas (cálidas y tropicales) y en armonía con la arquitectura local.
Lamentablemente, según los programas federales de apoyo a la reconstrucción, si no se puede facturar, no se pueden liberar recursos pecuniarios para la adquisición de materiales tradicionales. Debido a tal “candado”, fueron pocos los apoyos que se recibieron para proyectos de esta naturaleza. Sin embargo, hubo reconstrucción, ¡pero de bloques de cemento y armex! Cuatro años después, parecen no haber aprendido la lección, ya que se encuentran haciendo lo mismo. Otro ejemplo de la “incomprensión oficial” a la que hacemos referencia, sucedió en septiembre de 2019. El Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart) realizó un recorrido para implementar un Corredor Turístico en Juchitán. La recomendación expresa que se hizo a los funcionarios, fue que respetaran la concepción tradicional de la vivienda-taller. Sin embargo, meses después, autoridades federales amenazaron a los y las artistas con que si no retiraban sus “objetos personales” del área de los talleres, se les cancelaría el apoyo. Un maestro hamaquero tuvo que sacar sus roperos, mover su altar familiar y hacer divisiones en su espacio para separar las áreas.
Considero que falta mucho para que el estado mexicano comprenda la realidad en temas de vivienda de las diferentes etnias que habitamos este gran territorio. Los programas deberían ser más flexibles, las leyes más justas y las personas más humanas. Mientras tanto, corresponde a quienes habitamos estos territorios defender nuestra cultura material, reafirmando la concepción del espacio físico que habitamos, adecuada a nuestras formas de vida, que ha resultado más útil al enfrentar retos como la pandemia y los sismos tan frecuentes en la región.
Retrato de la autora: Gubidxa Guerrero Luis
4 comentarios
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Excelente escrito, reflejo de una realidad, me transportó en mis años juveniles, los recuerdos llegaron, los suspiros se escaparon, también el enojo de hizo presente por la incomprensión y apatía gubernamental. Felicidades Aurora Catalán, sigue escribiendo, sigue plasmando tus vivencias y sentir.
Muy interesante artículo acerca de su cultura. Aborda un tema que solo se ha estudiado desde la Modernidad académica.
Muchas gracias Sr. Abelardo Hernández. Es preciso que el tema se aborde más allá de lo académico. Ojalá que este tipo de iniciativas den pie a verdaderos beneficios en nuestras comunidades.
Muchas gracias por su comentario Sr. Jesús Rasgado Gómez. Un gusto saber que le haya recordado sus años juveniles como menciona. No suelo escribir mucho, pero debo hacerlo cuando se requiere dar voz a nuestras comunidades. Espero que logre llegar a más personas que comparten el mismo sentir. Y también a quienes no lo comparten para que se enteren de otras realidades. Saludos.