Territorio
Foto: Norma Alicia Palma Aguirre
Por Norma Alicia Palma Aguirre
En el mundo rarámuri todo está conectado con todo. Aquí no existe división entre las cosas, el territorio rarámuri es todo, hasta donde se alcance a ver. Hace algunos años vivíamos libremente: en tiempo de calor la gente subía a la parte alta a pasar la temporada y en tiempo de frío bajaba a las barrancas. Todo el espacio era de todos, todo lo que existía se podía aprovechar: cazar animales para nuestras ceremonias, usar los pinos para techar nuestras viviendas, aprovechar los ríos para bañarnos y para pescar; todo en armonía con la naturaleza.
Para nosotros, el territorio es la tierra en la que estamos, es nuestro hogar, nuestra madre, vivimos en ella y de ella vivimos, nos cuida, nos ama y nos protege. Nosotros le correspondemos de igual manera, la cuidamos y la protegemos también. Estamos en continuo contacto con la tierra, para que sienta y sepa que aquí seguimos; estamos en continuo contacto con la tierra para no olvidar de dónde venimos, por quién vivimos. Como rarámuris que somos, debemos sentir la tierra en nuestras manos, en nuestros pies, para ser y sentirnos parte de ella. Somos uno con el territorio y, por lo tanto, territorio somos todos nosotros.
Para los rarámuri, el territorio no es un espacio aparte, no podemos decir “nosotros y el territorio”, ni podemos decir “nuestro territorio”, no sentimos nuestro el espacio en el que vivimos, no lo poseemos. Para nosotros, el territorio no tiene fronteras, no tiene límites, no podemos decir “de aquí hasta allá es mío”, “este bosque es mío” o “esta agua es mía”; mucho menos se puede cambiar o vender. Siempre tenemos presente y estamos conscientes de que hay que cuidar el territorio, así nos lo encargaron nuestros antepasados, ellos nos han dicho que el lugar en donde caminamos nos fue prestado, por lo tanto, hay que dejarlo mucho mejor para quienes vienen después de nosotros. Ésta es nuestra creencia. Se nos ha enseñado que somos parte de este territorio, somos una unidad y hay que ayudarnos.
El territorio nos alimenta, nos cobija y nos enseña; a nosotros nos toca cuidarlo, alimentar sus aguajes, cuidar su bosque, sus animales grandes y chicos, no contaminar su suelo, su agua, su aire. Hay que agradecer con nuestras danzas y nuestros ritos cada vez que sea necesario por todo aquello que nos da. Decimos que hay que darle fuerza a nuestra tierra para que nos siga dando de comer y nuestra manera de darle fuerza es realizar nuestras fiestas; le damos fuerza a través de nuestra convivencia en comunidad, compartiéndole nuestras cosechas, nuestras tristezas, enfermedades y alegrías. Si dejáramos de hacer fiestas, nuestra tierra se sentiría triste, no tendría fuerzas para alimentarnos, se debilitaría, se enfermaría y nos compartiría su enfermedad, dejaríamos de existir como rarámuris y, por lo tanto, desaparecería el territorio. Tristemente, en la actualidad, seguir cuidando el territorio es difícil pues vivimos con gente que piensa que su comodidad está por encima de todo.
En el territorio hay muchas cosas: árboles, plantas comestibles, hierbas medicinales, animales, piedras preciosas, agua y aves hermosas. Si alguna vez necesitamos de todo esto, sacamos lo necesario y siempre pedimos primero permiso a la tierra; nosotros no sacamos para acumular. Sin embrago, hay gente que cree que el territorio debe darle riquezas, saquean sin pensar en las consecuencias de sus actos, sin pensar en el otro y sin pensar en pedir permiso a la tierra, ni siquiera agradecen lo que ella les da.
En las últimas tres décadas ha habido más interés en el territorio rarámuri, el mayor impacto de ese interés ha sido la explotación masiva de los bosques por parte de las empresas madereras que hacen contratos con las autoridades ejidales, sin tomar en cuenta a quienes habitamos estas tierras. Las leyes agrarias están hechas desde los escritorios y favorecen a las empresas, se han inventado leyes para proteger los bosques pero en realidad no es así. Todas las leyes que, según existen para proteger el medio ambiente, favorecen la destrucción. Ahora no podemos aprovechar los pinos para techar nuestras casas, si necesitamos un poco de madera debemos comprarla en alguna maderería. No podemos cortar un pino, si lo hacemos nos multan, mientras todos los días vemos camiones cargados de madera para vender a las empresas madereras, éstas sí son legales, según. Nosotros ocupamos estas tierras desde hace más de mil años pero llegan otros trayendo leyes y formas extrañas de ver lo que existe aquí.
Actualmente han llegado también organizaciones delictivas que arrasan con todo. Vemos con tristeza que están desapareciendo muchas especies que habitaban los bosques, los pájaros ya no encuentran dónde hacer sus nidos y se han ido, otros animales se han ido por miedo a los ruidos que hacen las motosierras. Los proyectos turísticos vienen cada vez con más fuerza, no solo contaminan los ríos con sus drenajes si no que desalojan comunidades también. Así son los proyectos del llamado progreso y, desgraciadamente, muchos hermanos rarámuris son atrapados por estas políticas de control. El territorio rarámuri está hecho pedazos por el sistema del estado.
A pesar de todo, una buena parte de la población rarámuri sigue practicando lo que nos dejaron nuestros ancestros, seguimos creyendo que el territorio tiene vida y siente los atropellos. Dicen los sabios que el creador está triste por todo lo que está sucediendo, durante estos últimos años no ha llovido como debe: llueve cuando no debe llover, nieva cuando no debe nevar. Todo esto lo ha provocado la gente que no sabe y no entiende el medio ambiente, gente que no sabe y no entiende que todo lo que existe en el territorio rarámuri tiene vida, gente que solo piensa en hacer dinero a costa de todo. Par nosotros, los árboles y los animales son los que llaman al agua; ellos son los seres misteriosos que saben cuidar los aguajes y los manantiales. Ellos, como todo el territorio, tienen vida, son vida.
Retrato de la autora: Equipo Comunarr
1 comentarios
Reply
Hace muchos años (casi 15) me tocó hacer servicio social en Huiyochi, una comunidad rarámuri. La verdad es que sabía y sé poco de vivir en una comunidad tan conectada con la naturaleza. La experiencia me cambió la vida, todavía recuerdo el bosque, los rayos tan impresionantes en un cielo rosa el día que hubo una fuerte tormenta, tanta belleza que nunca he vuelto a ver ni a estar en contacto. Recuerdo que había desde entonces tala de árboles, sembradíos de mariguana, y otros problemas como la llegada de la Coca cola y el alcohol que no había sido tan beneficiosa para la comunidad. Guacaybo, creo que era la comunidad que tenía tiendita.
Y pensar que desde ahí el mundo entero sobrevive, es uno de los órganos de este país y de la tierra. Como todos los bosques, selvas, mares, como toda la naturaleza.