Trabajadoras del hogar indígenas en la Ciudad de México
Foto: Gloria Muñoz Ramírez
Por Lorenza Gutiérrez
Como bien sabemos, el trabajo del hogar, desde tiempos remotos, se ha asociado con “cosa de mujeres”. Se dice que nosotras nacemos con ese don del quehacer, por esta razón se ve tan normal que las mujeres hagan las labores en su casa.
Pero, la situación es diferente cuando las mujeres tenemos que hacerlo a cambio de un salario. Aquí es donde comienza otro problema. Porque las empleadoras, lo ven como una ayuda y, muchas veces, son ellas las que hacen el contrato verbal. En ese sentido, cuando contratan a alguien sienten que no tienen ninguna obligación con esa persona.
Lo podemos ver de otra forma. Para las empleadoras es muy cómodo no seguir las reglas, negándole a la trabajadora todas las prestaciones a las que tiene derecho. Prefieren no ver la necesidad de la trabajadora, no se involucran, no conocen si tenemos sueños de seguir estudiando, si tenemos familia, a veces ni nos ven: nosotras somos invisibles a los ojos de las empleadoras.
Las mujeres indígenas, que venimos de diferentes estados de la república, somos las que se emplean en casa y, en muchas ocasiones, haremos el trabajo de planta: que significa que nos quedaremos a vivir allí porque no podemos trasladarnos a nuestras comunidades.
En este sentido, cuando trabajamos de planta pasamos por muchas cosas. Se nos prohíbe que hablemos en nuestra lengua, debido a que la empleadora piensa que estamos hablando mal de ella. Se nos entregan utensilios exclusivos para nosotras, ya que no debemos usar la vajilla o cubiertos o vasos de nuestras empleadoras. También tendremos un lugar asignado en la cocina para comer y lo haremos después de que la familia haya terminado de hacerlo. A veces, los cuartos de servicio están en malas condiciones o cerca de lugares como el boiler.
Como ya mencionaba, no existe un contrato por escrito. Más bien los acuerdos son verbales, en ese sentido, aunque las empleadoras nos irán diciendo a las trabajadoras lo que se hará, las actividades se irán sumando, cubiertos con el mismo salario.
Las palabras más ofensivas son los nombres despectivos con las que siempre fuimos identificadas: como sirvientas. Aunque las organizaciones ya dijeron que somos empleadas del hogar sigue habiendo estados que las siguen nombrando así. En este marco, podemos decir que, para ciertas personas, el trabajo en casa es un trabajo indigno, porque nadie lo quiere hacer: sobre todo, nadie lo ve, a menos que la casa esté bien sucia o que la ropa no se haya lavado o que la comida no esté hecha. Ahí es cuando se nota que nadie ha realizado estas labores.
En 1931, se promulgó la Ley Federal del Trabajo, en el 2012 se incorpora el principio de “trabajo digno y decente”. El Cap. XIII regula el trabajo doméstico, sin embargo, solo se quedó en un papel. Las trabajadoras del hogar, en general, no la conocen, ya que esta información no la divulgan los medios de comunicación y las empleadoras lo usan como justificación: tampoco lo conocen.
Antes de ser modificada, la Ley Federal del Trabajo decía “trabajadores domésticos”, cuando históricamente es un trabajo realizado, en su mayoría, por mujeres. Una vez realizada la modificación del Cap. XIII, se pensaría que las cosas iban a cambiar para las empleadas del hogar indígenas. No fue así, ya que esta información sólo la conocen las personas que forman parte de alguna organización.
Finalmente, estos avances se quedan en un documento, cuando podrían beneficiar a dos millones trescientas mil trabajadoras a nivel nacional. No podemos olvidar que también las mujeres que no pertenecen a alguna comunidad indígena se dedican a este trabajo. Sin embargo, las mujeres indígenas somos más discriminadas que aquellas que tienen el español como lengua materna. La discriminación entonces, en nuestro caso, se vuelve aún más terrible dentro de los espacios en los que hacemos un trabajo tan necesario como despreciado.
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