Una mujer mazahua en la Ciudad de México
Foto: Ricardo Trabulsi. Ciudad de México, 2017
Por Magdalena García Durán
Mi nombre es Magdalena García Durán, del pueblo jñatrjo, conocido como mazahua. Soy originaria de San Antonio Pueblo Nuevo, municipio de San Felipe del Progreso, en el Estado de México y, desde 1957, resido en la Ciudad de México. Aquí crecí.
En los años de 1940, los abuelos y abuelas se desplazaron con sus hijos de San Antonio Pueblo Nuevo a la Ciudad de México en busca de un mejor nivel de vida, porque en la comunidad no había trabajo, ni escuela, ni clínica de salud, ni casas buenas. Se sobrevivía del zacatón y un poco de la siembra de maíz para el consumo de todo el año. Es por eso que algunos se desplazaron, y todavía se desplazan, con su familia desde la comunidad a la Ciudad de México. Ya en la ciudad, ocupan espacios físicos como las banquetas del primer cuadro de la ciudad, para vender frutas de temporada, semillas y dulces para la supervivencia de su familia, se ganan la vida de mil formas.
Los ancianos, hombres, jóvenes y niños trabajan en la construcción, levantan edificios, escuelas, hospitales y casas habitacionales; ellos cargan cajas de frutas, legumbres, telas o lo que sea a quienes solicitan sus servicios como cargadores; son aseadores de calzado, limpian zapatos y los niños venden chicles en las calles. Las ancianas, las mujeres jóvenes, las niñas, los ancianos, los hombres y los niños conquistan, cada quien, su espacio de trabajo, un trabajo que no tiene paga, no tiene prestaciones, no tiene aguinaldo y no tiene seguro de vida. Cuando llegan aquí, a la Ciudad de México, encuentran buenas escuelas, buenos hospitales, buenas casas pero, por ser indígenas, no les dan el acceso a estos servicios.
En 1970 yo era una niña, desde entonces empecé a participar en las reuniones y asambleas que se hacían en la ciudad para escuchar a las multitudes de mujeres jñatrjo, conocidas también como mazahuas. Ellas se organizaban para reflexionar y analizar todos los malos tratos que recibíamos, y aún recibimos todos los días, por parte de los malos gobiernos de la Ciudad de México que, en aquel entonces, era mejor conocido como Departamento del Distrito Federal.
Por ser indígenas, por ser mujeres jñatrjo, por ser pobres y también por ser las primeras que en conquistar espacios físicos como las banquetas en las calles y las paredes del primer cuadro del Distrito Federal, el trato que recibimos por parte del Departamento del DF era muy cruel y motivo de indignación. En esos años vendíamos frutas, semillas y dulces, los agentes del entonces DF le echaban gasolina o petróleo a nuestros productos, los pisaban para aplastarlos de tal manera que quedaran inservibles; nos golpeaban a nosotras y enredaban sus manos en nuestras trenzas para jalonearnos como si fuéramos animales. Esto ha sucedido y sigue sucediendo. Si no nos alcanzan pronto, nos corretean y nos sacan de donde nos escondamos y de las trenzas nos arrastran como si fuéramos costales hasta subirnos en las camionetas. Las mujeres indígenas que trabajamos comerciando en las calles de la Ciudad de México hemos sido encarceladas hasta por 15 días en “La Vaquita” o en la “Regina”.
Hubo un tiempo en el que hombres y mujeres del mal gobierno se bajaban de sus camionetas para agarrarnos y cortarnos las trenzas por ser mujeres indígenas. Cuando caminábamos por la banqueta y venía alguien de traje, nos orillaban hasta bajarnos y hasta hacernos sentir cabizbajas cuando caminábamos ahí abajo en la calle.
La pobreza nos sacó de la comunidad y nos desplazó a la Ciudad de México pero ahí las injusticias nos impiden hacer nuestro trabajo. El racismo y la discriminación a quienes hemos trabajado en las calles de la Ciudad de México como mujeres vendedoras indígenas ha sido el ambiente en el que nuestro trabajo se ha envuelto y desde ahí reclamamos dignidad. Como indígenas artesanas y comerciantes de subsistencia, exigimos respeto a nuestro trabajo por derecho de antigüedad y por justicia.
6 comentarios
Reply
Gracias por compartir
Qué duras historias de vida, pero cuánta dignidad al verse como protagonistas del reclamo de dignidad.
Gracias por compartir.
Contar sus historias nos ayuda a todas las personas a entender todo lo que se tiene que hacer. Gracias, gracias, gracias.
Increíble que a pesar de los tiempos sigue la descriminacion y el razismo, cuantos y cuantos representantes han pasado por el CDI y los municipales, nada han gestionado para toda esta gente al norte de EdoMex…
Excelente entrevista es necesario hacer, escuchar las voces de los anónimos para que se puedan conocer sus experiencias de vida y así tener una idea de lo que se debe de hacer para que todos tengamos una vida digna, en esta era de la globalización y la desigualdad social, económica y cultural, porque ahora los pobre sólo son mercancía expuesta en este mundo tecnificado y globalizado.
Espero que sonrían a la vida, porque es necesario solo vivimos un instante en la eternidad del tiempo
Una historia muy dura y me conmovió al borde de las lágrimas.
Fuerza para todas ustedes.