Imagen: Johnatan Rangel

Por Asunción Segovia Hernández

Mi nombre es Asunción Segovia Hernández y vivo en el poblado de Ayapa, municipio de Jalpa de Méndez, en el Estado de Tabasco. Mi lengua materna es el zoque ayapaneco.

            Yo vengo aquí a platicarles sobre la justicia durante mi infancia. Cuando era una niña, yo pertenecía a una familia muy pobre, pobre, de lo más pobre y para quienes éramos pobres, la justicia nunca existió, nos trataban muy mal. Sin embargo, éramos los pobres quienes teníamos que trabajar en el campo. Para sobrevivir, nuestros padres trabajaban sembrando maíz, sembrando frijol, calabaza, ése era su trabajo.

            Nosotras las mujeres íbamos también a ayudar al trabajo en el campo. Para poder sobrevivir, vendíamos nuestro frijol, nuestra calabaza para así poder sostenernos. Las mamás se dedicaban a criar aves de corral que pudieran servir de alimento después. Nosotras las mujeres no teníamos derecho a estudiar porque nosotras nos dedicábamos a nuestro hogar y también al campo junto con nuestros padres. Las mujeres no podíamos ir a la escuela porque se decía que debíamos estar en nuestras casas, sobre todo las mujeres mayores como nuestras madres que se quedaban a trabajar en el hogar, lavando, moliendo, haciendo el pozol y tortillas; antes no existían las tortillerías y por lo mismo, las tortillas tenían que elaborarse a mano como todos los alimentos necesarios que hacían nuestras madres. Por toda esta carga de trabajo, las mujeres no íbamos a la escuela, sólo los hombres podían hacerlo.

            La justicia entonces no existía para las mujeres. Si un hombre se ponía violento, las mujeres tenían que aguantar esta situación y hacer lo que el hombre dijera; las mujeres no tenían derecho de reclamar nada porque los padres no lo permitían. Durante mi niñez, la justicia para las mujeres no existía porque no se nos reconocía ningún derecho pero la carga de trabajo era grande. Cuando una niña cumplía diez años, tenía que comenzar a hacerse responsable del hogar mientras su madre salía a trabajar para poder proveer de alimentos, por lo que la carga de trabajo y de todas las labores recaían en la niña de mayor edad que tenía también que hacerse cargo de sus hermanos más pequeños a los cuales daba de beber, les lavaba los pañales y los atendía como si ella fuera una pequeña mamá.  Todas estas labores había que hacer en lo que esperábamos a nuestra madre que nos traía algo de comer. En lo que esperábamos, las niñas de la casa hacíamos pozole y todas las labores del hogar.

            Cuando ciertas personas llegaban a nuestra casa, solo podían platicar con nuestro padre, los niños y las niñas no podíamos participar en esto y nos enviaban fuera a hacer distintas actividades. Si entrábamos nos decían “ve a ver si ya puso la marrana” y teníamos que salir; si nos mandaban a recoger leña, íbamos a recoger leña y la metíamos a la casa para que no se mojara cuando llovía. Así eran los padres, no nos permitían escuchar lo que platicaban. En muchas ocasiones, tampoco le permitían a las esposas interferir en las pláticas de los señores, ellas también tenían que estar atrás, tenían que estar afuera y si lo intentaban podían recibir un regaño. Entre hombres decidían los asuntos sin la intervención de las mujeres, no teníamos voz ni derecho de hablar de nada.

            Cuando una muchacha ya estaba en edad de casarse, no podía elegir con quien hacerlo. Si tenía algún pretendiente, debía ser a escondidas de su padre que era quien podía elegir con quien se iba a casar su hija;  aunque ella no estuviera de acuerdo, tenía que obedecerlo. Las mujeres no teníamos ni voz ni voto ni podíamos decidir por nosotras mismas, ni siquiera podíamos decidir si acudir o no a lugares públicos. Ahora es distinto, las señoras y los señores ya acuden juntos a lugares públicos y a reuniones; pero antes no era así, antes sólo los señores podían votar y acudir a reuniones. Si los señores le pegaban a las mujeres o las maltrataban de otras maneras, ellas no podían reclamar u obtener justicia ni de sus padres ni de las autoridades porque nadie les hacía caso. Los padres sólo decían “es el hombre que te tocó y si yo no te eduqué bien, tu marido es el que te va a educar”. Las mujeres no podían salir a comprar a la tienda, eran los varones quienes podían hacerlo y también era difícil que las dejaran ir a divertirse a los bailes, aunque dijeras que ibas con una amiga o ya estabas en edad, si no ibas con tus padres no te daban permiso. Así eran las cosas antes.

Retrato de la autora: José Manuel Segovia Velázquez

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Asunción Segovia Hernández
Pueblo ayapaneco

Asunción Segovia Hernández

Es originaria de Ayapa, en el municipio de Jalpa de Méndez, Tabasco, en donde creció y ha vivido toda su vida. Es cocinera tradicional ayapaneca y miembro fundador del grupo colectivo independiente “Ñi’ one diiguish” (Retoño de mis Raíces) que empren-de acciones de difusión, documentación y revitalización del idioma zoque ayapaneco que se encuentra en grave riesgo de desaparecer.