Imagen: Brígido Cristóbal Peña
Por Emiliana Cruz Cruz
Existen varios estudios donde apuntan que los y las estudiantes indígenas en México no tienen acceso a una educación de calidad, y que como resultado es reducido el número que asiste a la universidad y, en muchos casos, la opción es migrar a los Estados Unidos para trabajar. El proyecto de castellanización en México, impulsado en la primera mitad del siglo XX, creó un sistema educativo que les ha fallado a los pueblos originarios, con una mala planeación pedagógica en la que se excluye el conocimiento y las lenguas locales.
Quiero compartirles mi experiencia educativa, tengo la costumbre de argumentar mis opiniones y saberes por medio de historias, así que les contaré algunas aventuras en mi caminar. Todo comienza en mi pueblo, Cieneguilla, agencia de San Juan Quiahije. Nuestra escuela era una casa de adobe y estaba cerca de la casa del señor Xkuᴮ , quien tenía una casa de ladrillo y un aparato de sonido por medio del cual los enamorados mandaban sus dedicatorias, no faltaban las canciones románticas como “Anda Paloma” de las Jilguerillas o “Cariñito de mi vida” de las Palomas. Ah sí, la escuela. En mi primer día de escuela estábamos niños y niñas jugando sin hacerle caso al maestro, él, de pie, hablándonos en español y nosotros platicando en chatino. Llegó un hombre a decirle algo al maestro, puse atención y escuché “Xkuᴮ” . Me escapé y fui rápido a la casa de Xkuᴮ , en el patio de su casa estaba el cuerpo sobre un petate y lo cubría una cobija. Podemos decir que mi primer día de clases no fue tan divertido, por lo tanto ya no quise volver a la escuela.
Como si no hubiera sido suficiente mi trauma en el pueblo, pues mi padre nos mandaba, a mis hermanas y a mí, a Santa Catarina Juquila, según a “estudiar”, la verdad no sé qué estaba pensando mi padre, yo no quería ir a la escuela. Ya instalados en Juquila, claro que a ninguna de nosotras nos interesaba ese proyecto de mi padre, en lugar de eso, paseábamos por el pueblo, en la hora del recreo nos íbamos a jugar con los niños, pero cuando ellos se iban a sus clases, mi hermana Hilaria y yo nos regresábamos a la casa. ¡Caray!, una mañana tuvimos a un visitante, uno de los maestros de la primaria fue a la casa a buscar a mi hermana Hilaria que estaba todavía durmiendo, yo ya estaba haciendo los quehaceres con mi madre. El maestro le dijo lo siguiente: “Hilaria, tú ya estás en edad de ir a la escuela, ¿qué haces durmiendo?. Los niños de tu edad ya están en el salón de clases”. Ella le respondió: “Yo no quiero ir a la escuela, lo que quiero es dormir”. El maestro trataba de decirle lo importante que era estudiar, pero ella no le hacía caso, a mí ya me estaba haciendo enojar mi hermana. El maestro le dijo que la esperaba en la escuela y se fue. No podía yo creer lo que había visto y escuchado. Agarré y le quité las cobijas, la obligué a que se levantara y la llevé empujando a la escuela, ella se quedó, yo me regresé y me eché a dormir. Otra vez, mi padre (a ese hombre se le ocurría cada cosa)… ya estaba por contar otra historia de sus ocurrencias, pero ahora estoy narrando sobre la escuela. Mi padre pensó que era mejor mandarnos a un internado a Santa María Yolotepec, sobre todo porque ahí nos darían de comer, ahí estaban los niños y las niñas de varios pueblos chatinos. Pues ahí nos ven a mi hermana Hilaria y a mí en ese albergue. Ella se fue a tercer año y yo a primero. Estuvimos un rato tranquilas, hasta que nos aburrimos de la escuela. Empezamos a viajar de Juquila a Yolotepec constantemente, llegamos a ser muy conocidas por los choferes. Recuerdo la cara del maestro cuando Hilaria se asomó a la ventana de mi salón de clases y dijo: “viene una camioneta del INI (Instituto Nacional Indigenista)”, yo rápido guardé mis cosas y nos fuimos a la carretera a pedir aventón. Mi padre se dio cuenta de su fallido plan, así que nos mandó a la ciudad de Oaxaca a trabajar y a estudiar. ¡No les digo! Ese hombre con sus planes de escuela para nosotras. ¡Ay!, para qué les cuento el relajo de buscar trabajo, mejor me brinco esa parte y les cuento cuando ya mi padre compró un terreno y nos hizo una casa muy bonita de pura lámina de asbesto, techo y paredes. Claro que yo no le quería contar a mis compañeros donde vivía, ahora posiblemente ese diseño se podría considerar “retro”, pero para ese entonces era señal de pobreza y yo no quería seguir viéndome pobre, en fin, la gente es bien chismosa y se entera. Un día la maestra preguntó en la clase quién hablaba una lengua (indígena), nadie abrió la boca, tampoco yo. ¿Por qué no alcé la mano? Pues simple, yo no quería ser señalada, tampoco quería que los niños se burlaran de mí, ya suficiente era ser pobre y que me obligaran a ir a la escuela, pues no. Pero qué vergüenza, mi amigo Joel después dijo que él hablaba mixteco, hasta dijo unas palabras en mixteco, la verdad me dio mucha vergüenza no ser como él, sobre todo porque yo sabía lo que eso significaba, claro, en teoría, porque mi padre siempre nos daba sermones del tipo “tú eres muy inteligente, hasta más inteligente que los neqᴬ tanᴵ (mestizos), tú hablas chatino y español”. Cierto, pero él no sabía lo que yo estaba pasando, es más, algunas veces soñé con tener otra familia, una familia de ésas de las novelas, donde siempre estaban comiendo, eso quería yo. Así de grave estaba yo, pero esa era mi realidad. Fue tan dura para mí esa pregunta de la maestra que hasta el día de hoy me acuerdo y me hubiera gustado haber respondido como Joel. Me pregunto dónde estará Joel, le perdí la pista, cuando nos graduamos de la primaria me regaló una foto de su pueblo, Apoala; mi madre dice que un día lo vio y que le dijo que era soldado raso, ojalá no se haya dado cuenta de que me hizo pasar esa vergüenza, aunque estuvo bien haberme hecho pasar por eso. Creo que Joel estaba enamorado de mí y me dijo que un día me llevaría a su pueblo, por eso me dejó la foto, un día fui a Apoala, es un pueblo hermoso, pero no vi a Joel.
Luego aparece Vero, ¡ay, mi querida Vero!. Si no fuera por ella yo no habría terminado la secundaria. Todas, pero todas las mañanas pasaba por mí, vivíamos cerca de su casa, fuimos a la primaria juntas y por suerte nos tocó el mismo salón en la secundaria. Era yo tan floja, pero tan floja, que en las noches alistaba todas mis cosas, no lo van a creer, colocaba yo mis zapatos junto a mis cosas y me dormía con el uniforme puesto para cuando Vero llegara y tocara la puerta varias veces, con un pie yo abriera la puerta para decirle: Te alcanzo, me voy a la otra clase. Ella no se iba y seguía tocando: Acuérdate que si no vas hoy te van a reprobar, ya te lo dijo el maestro. Con eso, yo despertaba y me levantaba, metía los pies en los zapatos y salía corriendo para alcanzar el autobús. En la entrada de la escuela había gente que checaba que el uniforme estuviera completo y que nos viéramos “presentables”; siempre, no hubo día que no me sacaran de la fila y me dijeran que me peinara, Vero traía el peine, yo me peinaba y ya entrábamos a clases. Para qué les cuento de los personajes que eran los maestros, solo les comparto del maestro de inglés, llegaba hablando inglés y nadie le entendía, por lo menos yo no; después de hablar por un largo rato nos decía que él prefería dar clases en la escuela Casa de Cuna (una escuela privada), ahí las “jovencitas saben comportarse, estudian y me responden en inglés”. Luego, él nos ponía a copiar pasajes de un libro de inglés a nuestro cuaderno, mientras se limaba las uñas. Gracias a este maestro pensé que el inglés no era una lengua interesante. Empecé a reprobar algunas clases, ¿por qué? Pues porque no entendía, o porque los maestros no explicaban bien. Esta historia extra sí que se los tengo que contar. Reprobé matemáticas al igual que la mitad de la clase. La maestra pidió que trajéramos a nuestros responsables para que ella les dijera la tragedia de la reprobada. Todos estaban espantados. Negocio para mí, pues aunque yo hubiera reprobado matemáticas, sí era buena para los números. A todos los reprobados les pregunté si necesitaban responsable postizo, la respuesta fue afirmativa y le puse precio al servicio. Fui a mi colonia y a cada vecino le ofrecí dinero y, como la mayoría necesitaba dinero, aceptaron. El día de la reunión llegaron todos mis vecinos, unos se tomaron en serio su papel y hasta regañaron a sus “hijos”, no me hice rica, pero si me gané algo de dinero. Yo seguí reprobando, me fui a extraordinario con la misma maestra. Pero cuando me enfoco, sí lo hago bien, logré pasar y me gradué, la ceremonia fue en el cine Río de Oaxaca. De ahí me fui a la prepa y después a la universidad. Le empecé a tomar gusto a la escuela cuando entré a la universidad a estudiar antropología.
Como se puede ver en mi experiencia, el sistema educativo en donde me formé le ha dado valor al conocimiento europeo y el plan de estudios es y ha sido culturalmente irrelevante, no tiene nada de malo conocer sobre otras culturas, pero hace falta la representación de nosotros mismos en el sistema educativo nacional mexicano.
Ya hice muy largo esto, ahora algunas reflexiones. A mí me gustó el aprendizaje, me divertí, ahí tuve a mis amigas y amigos, marcaron mi vida y estas experiencias me han hecho esta mujer adulta que soy, alguien que procura ofrecer otra experiencia a las y los jóvenes indígenas, en donde se incorpore el conocimiento local y se enseñe en nuestras lenguas indígenas. Algo así como las escuelas zapatistas. Una vez los visité y me contaron que para estudiar ciencia se van a sembrar o a nadar en el río, lo que me parece que es una educación más apta para los niños y las niñas. Estas escuelas se contraponen a la educación “formal” del estado, ofrecen una educación que enseña el respeto entre los humanos y la naturaleza y ofrece a los estudiantes zapatistas la oportunidad de estar en diálogo con el territorio.
Mi intención fue compartirles desde mi experiencia en la educación una realidad común en mis tiempos. Quise mostrar que cuando se habla del poco avance de los estudiantes indígenas, también debemos analizar el sistema educativo donde están siendo educados los jóvenes indígenas, puede ser en educación indígena o sistema formal, aunque no hay mucha diferencia entre estos dos, al final, la educación ha sido una herramienta clave para la asimilación de los pueblos indígenas, en donde todavía prevalecen los valores coloniales porque se enseñan sobre todo conocimientos europeos y casi nada sobre nosotros. Por último, quiero agradecer a todas aquellas personas que han sido parte de mi vida en este proceso educativo.
Retrato de la autora: Frida Cruz