Imagen: Cynthia Martínez

Por Bia’ni Madsa’ Juárez López

Los techos siempre han sido importantes en San José El Paraíso, un pueblo dedicado a la producción de café, por eso a principios de cada año era común ver los techos tapizados de café y a las personas arriba “volteando” el café en el sol de media tarde.

Eran casi las doce de la media noche del 7 de septiembre de 2017 cuando el estruendo y la sacudida del suelo despertó a todo el pueblo. Casi todas las casas de adobe se vinieron abajo, “como polvorones” dijeron. La luz se fue, así que, como pudieron, salieron de sus casas, buscaron sus lámparas de mano, prendieron los faros de los coches y fueron poco a poco buscando primero a su familia, después a los vecinos, atender a los heridos, ver quién estaba bien, quién faltaba.

            La asamblea comenzó a reunirse en la agencia municipal a donde apenas habían llegado las autoridades de un viaje de varias horas por sus gestiones en la cabecera municipal. No les dio tiempo ni de llegar a sus casas, las personas que ya estaban ahí en el centro del pueblo les dijeron que sus familias estaban bien y en su papel de representantes del pueblo comenzaron a tomar notas de quién faltaba, disponer de los carros, coordinar a todos para ir a una casa donde alguien había quedado enterrado, buscar a los heridos, abrir el centro de salud. 

            No amanecía aun cuando ya todo el pueblo había sido revisado de arriba a abajo, todas las personas estaban contadas, no faltaba nadie, los que habían quedado bajo los escombros fueron liberados, casi a oscuras todos hicieron algo, movían un ladrillo o un adobe, avisaban si faltaba alguna casa por revisar, todos los heridos en el centro de salud estaban siendo atendidos. El actuar tan rápido de la comunidad logró que nadie perdiera la vida en tan terrible suceso. Esa noche muchas familias se quedaron sin casa, pero nadie durmió fuera de un techo y a nadie le faltó de comer ni ese día, ni todos los siguientes.

            Al día siguiente, en asamblea urgente y con luz de día, se evaluaron los daños, 70% de casas con pérdida total. La iglesia tuvo grietas, el edificio de la agencia municipal construida bajo tequio en los año 80 del siglo XX debía ser demolida, la escuela primaria y el centro de salud quedaron dañados. La asamblea decidió que las personas más vulnerables debían ser ayudadas en primer lugar, Vicente y su familia fueron de los primeros, porque habían perdido todo, el baño, la cocina y la casa, todos hechos de abobes; se había considerado que la falta de movilidad que le provocaba su enfermedad, no podría ayudar a que él, su esposa y dos niños tuvieran un lugar para refugiarse, en los siguientes días, de las lluvias que aún estaban en temporada. Con las mismas láminas y con las vigas de lo caído, la asamblea les habilitó un cuarto con paredes y techo en donde guardar las pocas cosas que tenían y dormir seguros. Así, los días siguientes, el trabajo de la asamblea fue ir levantando escombros y asegurando las casas que representaban mayor peligro para las personas.

            Yo logré ir al pueblo una semana después junto a compañeros de organizaciones para llevar víveres colectados en la Ciudad de Oaxaca y el Istmo. Cuando llegamos, nos recibieron las autoridades, después de entregar los víveres había alguien asignado para recibirnos y darnos de comer, éramos seis. Tarde me di cuenta que el lugar donde comimos, un corredor todo limpiecito, era en realidad el techo de lo que había sido una casa, los muros ya no estaban y los pilares se reforzaron, era difícil darnos cuenta de que un terremoto había ocurrido ahí hace apenas una semana. Todos los que llegaron con ayuda fueron recibidos así, las familias aún después del trauma de perder parte de sus casas se organizaban para decir gracias con la comida y las tortillas a mano con la que recibían a los que llevaban ayuda. Cuando los helicópteros militares llegaban a entregar despensas, las mujeres preparaban tamales para recibirlos.

            Las noticias de otros lugares de la región seguían llegando, sabíamos que todos estábamos en malas condiciones, tantos muertos en otros pueblos, tantas personas sin casa. En el pueblo se agradecía toda la ayuda recibida y la asamblea decidió contribuir con las comunidades vecinas con lo que se tenía disponible de las cosechas. En el mismo carro que llevamos con despensas (que no llegó lleno) se subieron tres toneladas de las cosechas que todos habían donado, costales de naranjas, plátanos, elotes y limones fueron colocados en la camioneta para llevarlos a la base militar en Ixtepec para que los militares pudieran repartirlo junto con los otros víveres.

            Todo estaba totalmente organizado y coordinado por las autoridades, llevaban registro de lo que llegaba y se entregaba directamente, los topiles descargaban los víveres y los juntaban, para después, dependiendo de la cantidad de víveres y personas faltantes, se entregara conforme a una lista. Nadie acaparó, nadie peleó por una bolsa de arroz o una lata de atún. La comunidad extendida se hizo presente, de Oaxaca, del Istmo, de Estados Unidos, desde otros estados, todos los paisanos se unieron para enviar dinero o despensas. Todo estaba ya en buenas condiciones cuando finalmente el gobierno llegó, nadie en ningún momento se detuvo a esperar a que llegara el gobierno de fuera, acostumbrados a que solo llegan hasta allá cuando hay elecciones cerca. Las gestiones se hicieron también a través de las autoridades en “paquete” y es por esto que todas las personas que tuvieron daños en casas o pérdidas totales por las siguientes réplicas, lograron entrar a la lista grupal de la comunidad. En otros pueblos de la región no fue así, las casas dañadas o que terminaron de caerse con las réplicas tan fuertes que siguieron no fueron considerados para el apoyo del FONDEN, un fondo destinado para atender emergencias naturales.

            Ya que la primera ronda de apoyos fue muy bien aplicada, casi toda la comunidad recibió más financiamiento para terminar sus casas que quedaron incompletas por el encarecimiento de los materiales. A casi cuatro años de la tragedia y a diferencia de otras comunidades de la región que aún tienen escombros en las calles, casas sin derrumbar y personas sin hogar, San José El Paraíso se viste de los colores de sus casas nuevas. No puedo evitar pensar en todos los que migraron para cumplir el sueño de tener una casa y en todos los que, espero, no tengan que migrar porque ahora tienen un techo seguro donde vivir.

            El trabajo colectivo, la buena administración de recursos y el uso de materiales locales ayudaron a que este pequeño pueblo de menos de mil habitantes lograra reconstruir sus casas. Aunque las casas de adobe ya no forman parte importante del paisaje y los abuelos las extrañan bastante, no me queda duda que hay mucho qué aprender de esta historia, donde la organización comunitaria, el tequio y el cambio de mano, cual si fuera corte de maíz o café, fueron los que ayudaron a reconstruir más que casas, a la comunidad entera.

Retrato de la autora: Jamie Malcolm-Brown

2 comentarios

  1. Que linda historia Madsa, muy inspiradora y un ejemplo para todxs. Me encantaría un día conocer tu hermoso pueblo

  2. En verdad fue lo que pasó gracias a Dios que me permitió estar ahí y poder ayudar a mi gente poco o mucho pero fue de corazón fue muy bonito ver cómo todos nos ayudabamos en esa noche y los días que fueron pasando en verdad gracias Dios por vivir esa gran y maravillosa experiencia saludos cordiales

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Bia'ni Madsa' Juárez López
Pueblo mixe / zapoteco

Bia'ni Madsa' Juárez López

Mujer ayuuk y binizá del Istmo, Oaxaca. Como bióloga y ecóloga tropical ha realizado investigación interdisciplinaria sobre la relación entre la organización comunitaria, la conservación de la diversidad y la producción de café bajo sombra. Actualmente, es la gerente del Fondo Guardianes de la Tierra de la organización Cultural Survival, donde colabora con comunidades indígenas de varios países en proyectos relacionados con sus territorios y cultura. Aprendiz en el colectivo mixe COLMIX.