Imagen: Jocelyn Cheé Santiago

Por Jocelyn Cheé Santiago

Ni guicaa Pablo Cheé

Guendanazaaca es la palabra zapoteca que usamos para nombrar la salud. Guendanazaaca la enuncia en su sentido amplio: bienestar físico y emocional. Cuando la gente pregunta Xi nuu xa lu’ —¿cómo estás?—, decimos nazaaca para contar que estamos bien.


            Cuando pienso en guendanazaaca pienso en las luces dóciles con el viento de las veladoras del altar de mi vecina Na’ Lepo, curandera, cuando la iba a ver de niña, pienso también en las luces parpadeantes de un electroencefalograma de hace unos meses, pienso en los rostros aleatorios de Na’ Lepo, sus santos y también en los rostros de mis doctores. Hierbas, consultorios, análisis clínicos, medicamentos. Pero guendanazaaca también significa “incertidumbre”. Hay mares de incertidumbre dentro de la palabra “diagnóstico”. Mares en los que me sumerjo mientras escucho las indicaciones del especialista para realizarme unos análisis clínicos que me dejen saber. Llevo años habitando un cuerpo con dolor articular y físico insoportable. 


            La mera coexistencia de estos recuerdos enuncia una realidad latente en la mayoría de nuestros pueblos, un constante habitar entre dos fronteras: la práctica biomédica que conocemos de consultorios y médicos, y la otra: la de hierbas, tés, algunos santos, la que heredamos, como la que me contó mi abuela del guiedanna y del yána’.


            Este continuo habitar fronterizo que podría ser poético a lo lejos es más complicado de lo que parece. Entre los flujos que alimentan esta frontera que habito, y habitaré siempre, se encuentran la búsqueda del bienestar y la respuesta a los males que aquejan nuestros cuerpos; la necesidad de detectarlos y nombrarlos, pero también la de poder entenderlos en el marco de lo que vivimos y creemos, en términos de la enfermedad de la nostalgia, xilase.


            Para llegar a todo esto es necesario cuestionar a las prácticas que dan forma a esta frontera. ¿Qué nos lleva a estar de uno u otro lado? ¿Cuáles son las brechas por las que caminamos? ¿En qué se parecen o discrepan un altar como el de Na’ Lepo y un consultorio médico?


            Se me viene otra vez un recuerdo: el hermano mayor de mi abuela, cuya lengua materna era el didxazá, se enteró de su diagnóstico un día antes  de su muerte. Hasta donde sé, los dolores por la insuficiencia renal terminal son fuertes y el cuerpo no me da para imaginar todo lo que tuvo que haber pasado antes de morir. ¿Cómo llegó mi abuelo ahí?


            Pienso que definitivamente era imposible para él describir sus dolores y lo que sentía, sentarse en un consultorio, donde la mayoría de los médicos no hablan nuestra lengua, y expresar su malestar. ¿Cómo enuncias el dolor o las molestias cuando los órganos incluso se nombran distinto?


            Si bien alguna de nosotras pudo ser un puente para esto, ¿cuántos puentes son necesarios para que todos puedan nombrar aquello que padecen? El caso de mi abuelo no es un caso aislado en la búsqueda de guendanazaaca; es un ejemplo de muchos. Hay una deuda de la práctica biomédica para con nosotros y es preciso nombrarla.

            Es muy atractivo renegar de la medicina tradicional para reafirmar los propios conocimientos científicos, pero casi siempre se hace sin llegar a un análisis realmente profundo o de una perspectiva interseccional. Se señala y se rige desde una práctica científica positivista que aboga por la labor exacta y precisa que se lleva a cabo en los consultorios. No obstante, esa misma práctica médica es la que camina de lado con la colonización, la violencia obstétrica y la epistémica que surge contra quienes enfermamos y que desde hace más de un siglo piensa en enfermedades, en síntomas y en funcionalidades pero nunca en enfermos.

            La frontera que habitamos es cada vez más amplia, como una mancha urbana , y parece que habitarla o no, no es una decisión, más bien, se extiende un tanto por cada día que hicieron falta puentes para hablar y describir lo que siente cada quien en el cuerpo, cada día que se opta por no simplificar el lenguaje médico, cada día que los saberes heredados son tratados de superstición, cada día que se ignora que hasta ahora esas supersticiones han sido la única alternativa y otra manera más de resistir en la búsqueda de guendanazaaca.

            He perdido la cuenta de quienes —amigas, conocidos, vecinos, colegas— me hablan del té de yerbasanta y del jarabe de morro, del té de oreganón, de beber maguey morado para desinflamarse, de la albahaca y del árnica. El dolor es una dimensión en la que muchos habitaron/habitamos, cada uno desde su propio cuerpo. Yo lo habito aquí, en este cuerpo fronterizo. Los que habitamos esta frontera sabemos que con la Covid-19 la magnitud se expande como una zanja que estremece la tierra y el precipicio está hecho de la escasez de servicios de salud, en la ausencia de hospitales, en los médicos que no tienen abasto, en la imposibilidad de conseguir tanques de oxígeno. Pero también sabemos sobre nuestro dolor y nuestra enfermedad. No sé cómo se cura algo que podría decirse que es xilase o podría denominarse como una enfermedad rara desde lo biomédico, pero en ese mar de incertidumbre, el olor a hierbas hirviendo en una olla y el recuerdo de las manos firmes de Na’ Lepo. Las veladoras y los santos son, definitivamente, como yo sueño con la sanación, cuando me da el cuerpo para hacerlo. Ésa es una de mis verdades, la otra certeza que me queda es que si hablamos de salud, tenemos que hablar de desigualdad.

Retrato de la autora: Said Sánchez Andrade

6 comentarios

  1. Estoy seguro que Na Lepo, escuchaba, platicaba, indagaba y que los médicos si los encontraste en algun servicio público despues de esperar para que te atendieran, solo miraron, tomaronn medidas, ordenaron placas y recetaron. Y si lo encontraste en un servicio particular algubas veces no entiendes por qué cobran tanto por tan poco tiempo para el diagnóstico.

  2. Tienes toda la razón Said yo soy enfermera jubilada y nací en Unión Hidalgo y me crié fuera de mi terruño querido .
    Pero recuerdo cómo dices ,la manera de tratar y diagnosticar las enfermedades en nuestra cultura zapoteca .
    Lamentablemente la atención hospitalaria no de todos pero si de algunos compañeros de la salud no logran entender el dolor humano y se pierde la empatía con el Paciente y familiares.
    El duelo o la pérdida de la salud va más allá de la psique de las personas y siendo tan importante para sanar el alma de las personas así como su espíritu .
    Realmente te admiro por tus avances como científica y adelante con todo 🙏👍🙅🏻‍♀️🤗

  3. Joselin. Muchas Felicidades. Eres una extraordinaria persona
    Siempre hay alternativas. Con muchos beneficios para l salud.
    Te puedo compartir información que te será de mucho beneficio tanto en tu salud como para tu comunidad.
    Te dejo mi cel. 7711807846
    Absoluta seriedad
    Tere Téllez.
    Bernatehe@jotmail.com

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Jocelyn Cheé Santiago
Pueblo zapoteco

Jocelyn Cheé Santiago

Nació en tierra zapoteca en 1996. Es científica egresada de la Licenciatura en Ciencias Genómicas y cursa la maestría en Filosofía de la Ciencia. En su trabajo, cuestiona la práctica científica, los protocolos y las maneras de hacer ciencia. Se dedica a los estudios sociales de la ciencia, especialmente cuestiones de construcción identitaria y narrativas en genómica y protocolos de investigación clínica con mujeres. Desde hace algunos años, habita una enfermedad y habla también el lenguaje del dolor.