Imagen: Jahzeel Aguilera

Por Ateri Miyawatl

Tokohkol xonomikileh. Totik noyolicha

Kiawitl xkoxtetse

nikan nafa timixcha

tafa tiseyolkatsin

tafa timiyek yolkeh

ika noche moihioyo

.

Xkoxtetse nokone

niman xkochita mokohkol

ompaika xtsatsihle

ompaika xkonnotsa

mobelita Anita

.

Xkonihle, kohkoltsin

nikanka motlabiltsin

nafa nimoixfitsin

nafa nimoixfitsin

ninotoka Kiawitl

.

Nokone, xkoxtetse

niman xkochita mokohkol

ompaika xtahtsile

ompaika xkonnotsa

pampa mamits ixmate

.

Kiawitl xkoxtetse

nikan nafa timixcha

tafa tiseyolkatsin

tafa timiyek yolkeh

niman belis tikontas

.

Xkonihle, kokoltsin

nikanka motlabiltsin

nafa nimoixfitsin

nafa nimoixfitsin

ninotoka Kiawitl

Nuestra abuela no ha muerto. Vive dentro nuestro

Kiawitl, duerme ya

yo te espero aquí

tú eres un animalito

con tu aliento

eres todos los animales

.

Duerme ya hija mía

y sueña a tu abuela

por allá grítale

allá llama a tu belita Anita

.

Dile, abuelita

aquí está tu luz

yo soy tu nietecita

yo soy tu nietecita

me llamo Kiawitl

.

Hijita duerme ya

y sueña con tu abuela

por allá grítale

por allá llámala

para que te conozca

.

Kiawitl

yo te espero aquí

tú eres un animalito

tú eres todos los animales

y puedes ir a verla

.

Dile, abuelita

aquí está tu luz

yo soy tu nietecita

yo soy tu nietecita

me llamo Kiawitl

Paz

Recibí la invitación a dialogar de la paz, uno de los últimos temas enumerados por el EZLN en la “Primera Declaración de la Selva Lacandona”. Las primeras tres palabras que vinieron a mi cabeza fueron: náhuatl, cicatrices y crianza. En este escrito me propongo, con esas tres palabras, hilar algunas ideas y pensamientos que en los últimos años dan vueltas por mi cabeza y mi corazón.

Se

Náhuatl

Según el censo de 2020 del INEGI, en el estado de Guerrero existimos 180 628 personas de tres años y más, hablantes del náhuatl. Nuestro idioma se habla en una extensa región montañosa del estado que abarca de Chilpancingo en el oeste a Tlapa en el este y desde la región norte de Iguala hasta la Sierra Madre Occidental en el sur. El náhuatl es el idioma que contiene las formas organizativas, el conocimiento y el sentido de lo justo a través del cual se ha hecho frente a las violencias que se viven en estos territorios.

De acuerdo con el “Índice de paz 2021”,1 por primera vez en los últimos siete años, Guerrero estuvo fuera de la lista de los cinco estados más violentos del país, lo cual parece un logro importante, cuando este estado, de 3541 millones de habitantes, ha registrado las tasas más altas de homicidio en México; sin embargo, la operancia de al menos cuarenta grupos armados al interior del estado2 permanece de manera constante, al igual que la violencia estructural, el lingüicidio, las desapariciones forzadas, los intereses mineros, hidroeléctricos, los cárteles y la migración, entre otras formas de violencia.

Ome

Cicatrices: El alcoholismo familiar y mi persona

Mi nombre es Ateri, nací en una comunidad de 5000 habitantes. Aquí la familia nuclear está conformada por los abuelos y abuelas, los y las primas, los y las kompaliknitin. Crecí en una familia grande, alegre y alcohólica; aprendí que la familia se ama y se defiende por sobre todas las cosas, siempre. Los gritos, los malentendidos, los reclamos, la culpa y la incertidumbre fueron parte de mi crianza. La historia de infancia de mi madre y mi padre fueron duras y violentas; las de mis abuelos, aún más. Sus historias personales y los comportamientos que aprendieron y transmitieron a sus hijes son también un reflejo de la historia colonialista de este país.

Hasta los veintiséis o veintiocho años, nunca imaginé que pudieran existir crianzas completamente distintas a las que yo viví. Hasta esa edad nunca percibí mi infancia como violenta o mi crianza como negligente. La recordaba increíblemente hermosa: crecí entre cerros y ríos, fiestas comunitarias e historias en donde les niñes podíamos convertirnos en fuego y ser los cuidadores del agua de todo el pueblo. Mi adolescencia fue increíble también: hacíamos campamentos en donde se hablaba de discriminación, del TLC, del aborto; hacíamos teatro, deporte y colectividad.

Después me fui. Mis padres tenían la posibilidad económica de mantenerme en otra ciudad mientras estudiaba la universidad. Hacia los veinticinco años comencé a saber de las desapariciones, asesinatos, cárteles y otras formas de violencia que se viven en Guerrero. Recién en esos años también comencé a saber y a entender que crecer en un entorno alcohólico es insano. Entendí por qué para expresar mis puntos de vista, mis decisiones o necesidades tengo un tremendo impulso de gritar y pelear.

Ahora tengo 34 años y une hije. Al parirme madre reconozco en mí respuestas automáticas que no necesariamente corresponden a lo que me sucede. Y veo a mi hije repitiendo las formas, gesticulaciones y tonos con los que me comunico. A través de mí, mi hije mira el entorno con el que se relaciona. Al igual que aprende a nombrar el mundo en dos idiomas y a bailar con la música de viento, expresa comportamientos que yo aprendí de mis padres y ellos, a su vez, de los suyos.

Yeyi

Crianza: El derecho a la tierra

Las diversas violencias que se viven en el estado de Guerrero habían sido un freno para volver a mi pueblo. También la pregunta compleja y constante: ¿de qué vas a vivir ahí? Hay un discurso permanente y totalitario que narra a las ruralidades como un sitio del cual hay que alejarse para estar “bien”, para “ser mejor”, para poder “lograr” estabilidad económica. Este discurso suele ser más despiadado cuando la ruralidad es “indígena”3.

Yo no he sido inmune a estos discursos. Hasta mi vida universitaria, por ejemplo, siempre pensé que la ruta hacia el “éxito” era estudiar la universidad y nunca me pasó por la cabeza otra forma de recibir educación académica que no fuera en español; tampoco que el hecho de no tener la opción de estudiar en náhuatl fuese una de las formas de violencia estructural hacia mí, mi familia y mi comunidad.

Aunque pertenezco al 1%4 de la población “indígena” que accede a la universidad, eso no significa que goce de movilidad económica ni de condiciones laborales justas y, si bien una ciudad o un ambiente urbano puede ofrecer “mejores” sueldos, en esos espacios se transfiguran relaciones fundamentales como la crianza de les hijes. En las ciudades se ha normalizado que les niñes se separen de sus padres al día treinta de haber nacido. Y hay que hacerlo si eres una madre trabajadora que debe pagar renta por vivienda.

Muchas generaciones de jóvenes acatecos hemos migrado buscando el sueño universitario. No dudo que algunos lo hayan conseguido. Otres, como yo, nos enfrentamos a condiciones laborales precarias y violentas. A contratos que no contemplan ni uno solo de los supuestos beneficios que los títulos ofrecen: seguro médico, prestaciones, vacaciones, ascensos. En cambio, hemos tenido sueldos bajos y pagados fuera de tiempo, con reuniones y tareas a deshoras, sin vacaciones ni días festivos, en algunos casos inclusive proveyendo infraestructura (luz, internet, equipo de cómputo, etc) para desarrollar nuestras labores. Estas condiciones contribuyen a tener una constante incertidumbre sobre la vida y, en consecuencia, sobre nuestras relaciones. Las posibilidades de encontrar el tiempo para ser ociosa, para sentirnos o pensarnos a nivel individual y colectivo son prácticamente nulas. Vivimos produciendo y autoexplotándonos con poca capacidad de mirar, problematizar e intentar reconfigurar esas condiciones laborales-familiares-sociales de las que he hablado.

Al ser y hacerme consciente de las otras múltiples formas de violencias que me toca transitar por mi condición de mujer racializada, considero que decidir ser madre en el pueblo de mis ancestras es una postura política.

Muchas familias de mi pueblo son migrantes golondrina5 en el norte del país, otres han migrado al estado de México; otros más han encontrado en el comercio una forma holgada de vivir, hay también muches maestras y maestros de preescolar y primaria; otres han elegido o han sido orillados a elegir la vida campesina para sus hijes, hijos e hijas. Estos últimos han construido la posibilidad del retorno para aquellos que en algún momento nos alejamos o fuimos alejados de esa forma de subsistencia.

Elles, quienes se dedican al trabajo de la tierra, también son el principal bastión que sostiene y reconfigura las formas de organización colectiva heredadas por lo menos hace 800 años. La comunidad-escuela que no toma asistencia ni hace exámenes, que sucede. Son quienes nos han permitido a cada cual, a su tiempo y posibilidades, integrarnos a esa estructura colectiva.

En este territorio llamado Acatlán, por ejemplo, las mujeres podemos heredar tierras y, si lo deseamos, convertirnos en comuneras. Aún no tengo claras las implicaciones legales de ser comunera, lo estoy aprendiendo. Pertenezco a esa parte de la población acateca que no ha cumplido sus responsabilidades civiles y que recién las aprende. Mis padres no han hecho parte de la organización comunitaria, no han tenido cargos ni han sido parte de las asambleas. Es un camino que me toca aprender a mí para poder transmitirlo a mi hije.

Ser beneficiaria de este privilegio –ser parte de un territorio regido por bienes comunales y poder heredar de mi madre una tierra– ha significado para mí tener la posibilidad de elegir no esclavizarme al aspiracionismo académico que dicta que entre más títulos tengas, aseguras tener mejores ingresos económicos y mayores comodidades, entre otros “beneficios” que son una obsesión de la sociedad contemporánea.

El derecho a esta tierra, donde la fiesta y la participación política no están disociadas, me da la posibilidad de elegir la crianza como una oportunidad de diálogo conmigo misma y de reformular la manera en que me coloco y dialogo con este momento histórico que me toca transitar.

Nawi

La paz: Regreso a la palabra que detonó este escrito

Para mí, la paz son los momentos de claridad y discernimiento. El espacio-tiempo, en el que tengo la capacidad de mirar sin enojo las heridas sociales y familiares que han determinado mis 34 años de vida. Ese espacio-tiempo en el cual también logro ver hacia dónde avanzar con esas heridas y cómo hacerlas florecer. Quizá la paz también es la respiración profunda que necesita mi cuerpo para pisar firme y continuar avanzando con certeza. La paz, se me ocurre, es ese sueño colectivo que en 1994 hizo retumbar a todo México: el levantamiento Zapatista de Liberación Nacional. Una semilla que creció árbol y que hoy, 28 años después, da sombra a varios niñes nahuas que, junto con sus padres y madres, han decidido que volver a nuestros pueblos es la mejor decisión para el futuro colectivo y personal de nuestras familias.

Gracias por sus atentos oídos, por sus observaciones y cariño:

Ricardo López

Daniela Ixaha Vásquez Matías

Víctor Wences Xochitl

Elizabeth Nava

Tamara Ortiz

Andrés Camou

Jahzeel Aguilera

1https://static1.squarespace.com/static/5eaa390ddf0dcb548e9dd5da/t/60a36f953c9af62b4c18e6e2/1621323709101/ESP-MPI-2021-web.pdf

2 “Mexico’s Everyday War: Guerrero and the Trials of Peace”. (2020). International Crisis Group. Consultado el 8 de abril de 2021 en <https://www.crisisgroup.org/latin-america-caribbean/mexico/80- mexicos-everyday-war-guerrero-and-trials-peace>.

3 Para una discusión sobre el uso del concepto indígena, véase el artículo Nosotros sin México: naciones indígenas y autonomía de Yásnaya Elena Aguilar Gil.

4 Notiamérica. 09 de agosto 2018. Pobreza multidimensional, estigmatización social y discriminación dicultan que los pueblos originarios accedan a la educación superior: Lorenza Villa Lever.

https://www.iis.unam.mx/blog/wp-content/uploads/2018/08/35.pdf

5 Emigración temporal y repetitiva de carácter anual sin establecer arraigo ni integración en la nueva comunidad, generalmente por motivos laborales no tradicionales y por tanto diferente a la trashumancia y vida nómada.

Retrato de la autora: Jowar Seis

4 comentarios

  1. Isaura. Mejía

    Felicidades Atery q lindo tu poema me encanto lindo muy valiente y q linda tu niña. Muy famosa por el abuelito. Lalo felicidades Atery

  2. Magdalena Alcaraz

    Ateri, la parte k narras de tú historia me conmovió, ese lazo con tu abuela me hizo espejeárme con la mía, con esa figura tan amada; tu retorno a la comunidad me plantea un enorme deseo de regresar de alguna forma a mi historia, a mis raíces. Mi padre era de Tixtla, allá tengo familia a la k no conozco. Espero k la vida me dé aún la oportunidad de algún reencuentro

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Ateri Miyawatl
Pueblo nahua

Ateri Miyawatl

Originaria de Acatlán, Chilapa, Estado de Guerrro. Hace casi diez años comenzó a involucrarse en procesos editoriales, en la escritura, la autoedición y los libro-objetos. En 2018, obtuvo el Judges’ Award Choice por el libro-arte Neijmantototsintle (La tristeza es un ave) que conjunta la poesía con la ilustración y el cuidado editorial. Actualmente indaga en la creación de libros y poesía en náhuatl para niñes. Es aprendiz de campesina y cría a Kiawitl.