Ilustración: “Ñuu Savi en resistencia”, Santiago Savi, 2020

Por Dalia García

Soy una mujer mixteca (ñuu savi) descendiente de la región de San Juan Mixtepec, Oaxaca. Nací y crecí en San Quintín, Baja California. Hoy resido en Santa María California, Estados Unidos. Para mí, pensar en la palabra “educación” es algo que parecía imposible en mi vida. La educación tenía  un peso de esperanza, desarrollo y asimilación para mi bienestar que sólo dependía de mi “inteligencia.” 

            En mi familia, mi padre era el único que había recibido educación escolarizada. Aún con la pobreza en la que vivíamos, mi padre tenía una oficina. Nosotros, sus hijos, podíamos dormir en camas viejas con cobijas llenas de las pulgas y los piojos que teníamos, pero su oficina lucía como alguien de clase rica. Mi padre parecía todo un licenciado cuando se sentaba en su escritorio a escribir. Parecía una figura importante, como los que aparecían en la televisión. Mi padre era el manifiesto de lo que la educación te podía brindar. Entonces, para mí, la educación era llegar a ser como mi padre, una figura importante, un licenciado, o algo parecido. 

            En el tiempo en el que mi padre se encontraba en la casa, no faltaba el regaño. El más sonado era el de “tienes que ir a la escuela, para que te superes,” pero después escuchabas el de “por qué dios me castigó con hijos tan pendejos.”

            La educación se volvió el anhelo de superar la estupidez y llegar a ser como mi padre, alguien importante. Sin embargo, “ser un pendejo” es en lo que nos convertíamos día a día. Mi padre demandaba superación académica pero nos pisoteaba en ese transcurso. Al pasar el tiempo, mi madre se escapó del maltrato de mi padre y emigró a los Estados Unidos, tuvo que sacrificarse dejándonos atrás. Mi padre, por su orgullo de macho herido, nos arrebató de sus manos y no nos dejó verla aún después de cuatro años. Cuando volvió mi madre, nosotros ya no aguantábamos más la vida con mi padre. Nosotros también huimos. 

            Después de cuatro días y cinco noches de caminar por el desierto, anhelábamos llegar a un mundo diferente, un mundo bonito donde nos hacen creer que el dinero lo encuentras en los árboles o tirado en la calle, que todo está hecho de pavimento (como un símbolo de bienestar social) y que la vida en general es más bonita. En el sexto día descubrí que todo era una mentira. Al abrir mis ojos, noté un techo viejo, sentí frío en la cama dura. Me levanté y noté que la casa se veía vieja. Estaba un poco confundida, cuando me acordé donde estaba, salí corriendo hacia afuera para ver cómo es Estados Unidos. Al salir, sólo vi surcos de uvas, miraba alrededor buscando señal de edificios, casas y tiendas o algo parecido pero solo había surcos de uvas y una que otra casa a la distancia. 

            Al día siguiente, lo primero que hizo mi madre al llegar a Estados Unidos fue inscribirnos a la escuela. Nuevamente, la educación era el camino a la superación. Mi madre asumió que, como había asistido a la escuela en México, sería fácil empezar en Estados Unidos, pero integrarse a la educación en Estados Unidos es volver empezar de nuevo, como si entraras otra vez a primer grado, implica que debes tener conocimientos de educación preparatoria pero es como empezar el primer grado de primaria en un idioma desconocido. En el transcurso de la educación escolarizada, como otros jóvenes indígenas migrantes, yo  también estaba destinada a trabajar en el campo en el tiempo que no estábamos en la escuela. En el campo, escuchas a las personas decir “por eso tienes que ir a la escuela para que no estés destinado a trabajar en el campo, sólo nosotros los que no queremos aprender estamos aquí, chingándole.” Me tomó más de diez años completar la educación superior aquí en Estados Unidos, en ese transcurso me fue muy difícil navegar el sistema educativo debido a la pobreza, la baja autoestima por ser discriminada como mujer indígena y al hecho de tener que adaptarme a otra lengua que no era la mía. 

            En esta experiencia de vida aprendí por mi padre que la “educación” es un arma que puede corromper a la gente. La educación puede incluso darte conocimiento para navegar un sistema corrupto y hacerte parte de ese mismo sistema. Hay que entender que la educación siempre se ha utilizado por los gobiernos como un arma de doble filo. Por un lado, se dice que es la solución económica a  tus problemas, por el otro, combatir  la educación puede combatir la “ignorancia”. Sin embargo, estas ideas provienen del estado. Nos venden la propaganda de que la escuela nos ofrece  todas las soluciones para la vida. 

            Las escuelas sirven como centros de asimilación. Nosotros, como parte de comunidades indígenas, tenemos que olvidar de donde provenimos para poder ser parte del sistema. La lucha de los pueblos indígenas, como la de los zapatistas, nos ha enseñado y nos sigue enseñando lo esencial de la educación. Sin la resistencia de las comunidades indígenas, las nuevas generaciones no tendrían la educación tradicional que se requiere para seguir fomentando el bien común de nuestros pueblos. Sus enseñanzas nos dan las herramientas para poder navegar el sistema educativo del estado y así usar esa educación para abrirnos espacios donde necesitamos estar.  Aquí en Estados Unidos, los jóvenes indígenas migrantes o descendientes indígenas migrantes somos una población muy grande. Saber esto nos inspira para seguir en la lucha en contra de la discriminacion y el racismo que existe hacia las comunidades indígenas y afroamericanas.

            Para mí, la educación que necesitamos implica empezar a fomentar la verdadera historia de los pueblos indígenas y afromexicanos. La educación implica tener los recursos necesarios para fomentar pensamiento crítico sobre el sistema impuesto por los hombres mestizos y criollos de México. Aquí, en Estados Unidos la situación no es distinta para los indígenas estadounidenses, estos pueblos fueron y siguen siendo asimilados por el sistema educativo del país. Una misma tiene que buscar la verdadera educación que nos ayude a crecer como seres humanos y defender a nuestras comunidades más vulneradas por los proyectos del estado. 

            Hoy, puedo decir que terminé mis estudios universitarios aquí en Estados Unidos gracias a la educación que mi madre me brindó al enseñarme la importancia de mi identidad indígena ñuu savi, conocida también como “mixteca”. Por todo esto, trabajo  ahora para poder brindar espacios alternativos de educación para los jóvenes indígenas migrantes en los Estados Unidos.

Retrato de la autora: Archivo personal

Imagen: Archivo personal

Por Alba Sánchez Martínez

Para comenzar quiero agradecer a las mujeres músicos que me antecedieron, pues actualmente es más común ver a las mujeres tocar algún instrumento musical, dirigiendo bandas o componiendo música en las comunidades mixes de la sierra. Eso sí, aún hay prejuicios y obstáculos que derribar. A pesar de esto, me enorgullece decir que la música me ha abierto puertas inimaginables y esta publicación es una de ellas. Soy una saxofonista de Ayutla Mixe en la Sierra Norte de Oaxaca, ¿cómo llegué a serlo?.

            Recuerdo cuando mi mamá me preguntó: “¿Albis, quieres ser músico?”. No lo pensé y en automático le dije: “¡Sí!”. Entre mis 9 y 10 años comenzó mi formación musical, en casa, acompañada de mis primos y uno que otro vecinito. ¿Nuestro maestro? mi tío Jorge Martínez Canseco.

            Al principio fue frustrante, pues me di cuenta que no era nada fácil, no era tan bonito y sencillo como parecía cuando veía a los músicos de mi comunidad o a mis compañeros. En clases siempre fui la más atrasada, la que salía al último y fue peor cuando, queriendo tocar el flautín, mi tío me dijo que no, que el saxofón era lo mío y entonces, ante ese nuevo reto, yo era la última en la clase de instrumentación. Después de tanto esfuerzo, en noviembre de 1999 pasamos a formar parte de la Banda Filarmónica Municipal de Ayutla, desde entonces aprendí a ignorar burlas y prejuicios, aprendí a defenderme del acoso sexual, pero sobre todo aprendí a amar, más que a la música, a la banda y a esa gran familia que va cambiando cada año.

            Más tarde, ya retirada de la banda fui invitada para dar clases de solfeo e instrumentación y, posteriormente, a través de proyecto cultural me dieron la oportunidad de formar el primer coro comunitario. En noviembre de 2018, dirigí en un concierto a una banda de más de 1300 músicos oaxaqueños. Puedo decir con orgullo que he sido la primera mujer formadora de músicos de la banda comunitaria de mi pueblo. Por amor, tranquilidad y respeto propio decidí retirarme de esta labor hace dos años pero la experiencia con los niños y las niñas fue extraordinario.

            Con esta trayectoria y experiencia, aunque poca, me doy cuenta que a nivel comunidad pareciera que ahora sólo basta con formar músicos con calidad musical para representar dignamente a la comunidad; en otras ocasiones sólo importa tener una gran cantidad de músicos, pues lo que ahora se acostumbra es sonar fuerte, ésa es la moda. Pero no podemos dejar a un lado el sentir y las necesidades de nuestros músicos, no podemos olvidar que a través de la música necesitamos también formar mejores personas.

            Hay factores internos y externos que debilitan esta gran tradición de enseñanza musical de los pueblos mixes; en dos ocasiones nos hemos enfrentado al robo de archivo musical, instrumentos y músicos para formar bandas particulares. Hace dos años enfrentamos el robo de instrumentos musicales de nuestra escoleta municipal (escuela comunitaria de música) y hace unos días la banda fue afectada al dejar de nombrar a un necesario comité de apoyo en la asamblea del pueblo.

            En la actualidad la banda está conformada en su mayoría por niños, niñas y jóvenes, quienes constantemente tienen que emigrar de la población por falta de trabajo e instituciones educativas, por lo cual año tras año algunos integrantes abandonan la banda por largas temporadas y, en ocasiones, de manera definitiva. Por esta razón, es muy importante contar con maestros que constantemente estén formando nuevos músicos, para continuar, dentro de nuestras posibilidades, con esta gran tradición musical con la que cuentan los pueblos mixes y serranos. Es en este contexto creo que las mujeres podemos ser una parte muy importante en la educación musical de nuestras comunidades, ya tocamos los instrumentos y también podemos ser maestras de música, afortunadamente esto es cada día más frecuente.

Retrato de la autora: Archivo personal

Imagen: Preparando materiales en zapoteco para las infancias (Ángel Bautista | Colectivo Dill Yel Nbán)

Por Ana Alonso Ortiz

Hacia el final de la década de los 90, un maestro yalalteco regresó al pueblo para enseñarnos a leer y escribir en zapoteco, nos brindó la oportunidad de desarrollar la lecto-escritura en nuestra lengua a la par del español. Las generaciones que nos vimos beneficiadas de la bi-alfabetización nos acercamos a la escritura primero por el zapoteco y después por el español, así a temprana edad publicamos nuestra primera antología de cuentos escritos en zapoteco y español titulado Yi Kub ‘fuego nuevo’.

            La propuesta de trabajo de este maestro se enmarca dentro de la resolución a la política nacional de castellanización que había prohibido a nuestros padres el uso de la lengua indígena en el ámbito escolar, también como respuesta a las demandas del movimiento del EZLN. La educación indígena como parte de las transformaciones sociales y políticas de aquel tiempo tuvo como consigna el desarrollo equilibrado de las dos lenguas, la indígena y el español, sin embargo, ni todas las escuelas ni todos los profesores adoptaron esta propuesta. En Yalalag, mi generación fue la única que tuvo un profesor que incentivó el desarrollo equitativo de ambas lenguas.

            El maestro del que hablo en esta anécdota se llamó Mario Molina Cruz. Nos dejó plasmado en sus notas que la educación bilingüe era necesaria y posible para los niños de las comunidades indígenas; que alfabetizarnos en la lengua materna tenía ventajas cognitivas y escolares que contradecían a las ideas sobre el aprendizaje de lenguas indígenas, como aquella que hablar o aprender una lengua indígena traía consigo atraso educativo. Ahora, sabemos que la enseñanza en lengua indígena a niños que la tienen como primera lengua provee mejores resultados en la asimilación de contenidos, la escritura y la lectura. Si el niño tiene más dominio en su lengua indígena no tiene sentido alfabetizar a éste en una lengua que no ha escuchado ni hablado.

            Desde el 2001, la agenda educativa del país declara que la educación debe ser Intercultural Bilingüe bajo el mando de la Coordinación General de Educación Intercultural Bilingüe (CGEIB), pero esto solo ha quedado en la declaración. En el presente, la implementación continúa siendo una quimera, los maestros aun cuando están preparados para administrar el contenido educativo en ambas lenguas terminan dirigiendo sus clases hacia una, casi siempre coincide con el español. Se ha documentado que esto sucede por varias razones, si bien la traducción de los contenidos educativos les toma más tiempo de lo que su salario puede cubrir, también está la falta de materiales en lengua indígena que debería ser proporcionada por las instituciones pertinentes. Sin embargo, uno de los mayores inconvenientes es que su centro de trabajo los sitúa en lugares donde no se habla su variante.

            Mientras el sistema educativo actual o monstruo de mil cabezas continúa su curso, las lenguas indígenas siguen perdiendo hablantes. En los últimos cuatro años, la disminución alarmante de jóvenes hablantes de zapoteco en mi comunidad, llamó ampliamente mi atención. Mi formación me permitió documentar qué está sucediendo con la adquisición de la lengua. En primer lugar, el espacio que propicia el inicio de la pérdida del zapoteco es la educación preescolar. El preescolar pertenece al plan piloto de la Coalición de Maestros y Promotores Indígenas de Oaxaca (CMPIO) cuyo proyecto consiste en fortalecer la cultura, lengua e identidad de la comunidad, pero las pocas horas que los niños pasan ahí se enfocan principalmente en el español.  Padres y madres de familia narran que sus hijos crecen en un ambiente lingüístico zapoteco, sus primeras palabras las emiten en esta lengua pero al alcanzar los tres años cuando los niños yalaltecos comienzan su educación preescolar, dejan su lengua materna y comienzan a hablar español.

            Dado ese fenómeno a tan temprana edad, he podido ubicar cuándo es que inicia la pérdida de hablantes jóvenes en mi pueblo. Por si fuera poco, los centros educativos con los que contamos apoyan la adquisición y el desarrollo cognitivo en una sola lengua, porque todas son escuelas formales y ninguna es escuela bilingüe, con la supuesta excepción del “proyecto intercultural” del preescolar. Además, la comunidad tampoco sabe que puede exigir una escuela bilingüe.

En segundo lugar, después de la “escuela” como primer espacio que contribuye a la pérdida de la lengua, también he documentado que existen familias que claramente prefieren el español, convencidos por la discriminación, su historia de vida personal o familiar y esta idea: kelhe len gunembe llin kat chajbe xkuelh, que se repite en algunas familias yalaltecas y que se traduce como “no será la lengua que el niño necesite en la universidad”. Tristemente, los resultados de la castellanización siguen vigentes en mi pueblo. En lugar de celar y abrazar nuestra lengua, como lo hacemos con las danzas, la música y nuestro traje, estamos contribuyendo con su desplazamiento.

El modelo educativo actual no se compromete con las necesidades y particularidades de cada pueblo indígena, por ello, no es de extrañarse que existan comunidades que gestionan ante la Secretaría de Educación Pública maestros que puedan atender a su comunidad estudiantil, o que reclaman que la lengua sea parte de la escuela. Hoy en Yalálag, la disminución de hablantes jóvenes de lengua zapoteca nos plantea la necesidad de introducirla como segunda lengua como si los cursos de lengua resolvieran su continuidad, pero es lo que los padres de familia esperan que ocurra, probablemente, porque nadie nos ha dicho que el mejor lugar para aprender la lengua es la casa, la exposición e inmersión que brinda la práctica cotidiana de la lengua en casa no se equipara a la de ningún curso de lengua.

            No todo está perdido aún, pero el tiempo es crucial, actualmente, se pueden contabilizar poco menos de 40 niños y niñas entre las edades de 5 a 10 años que aún hablan el zapoteco. Casi el mismo número de niños asegura entender la lengua zapoteca, pero este fenómeno nos lleva a cuestionarnos ¿Qué significa “entender” la lengua? ¿Qué les impide desarrollar el habla del zapoteco? ¿Qué debemos hacer para evitar que nuestras lenguas lentamente sigan su curso hacia la extinción?

Retrato de la autora: Archivo personal