Es lo único que exigimos: justicia

Por Itzayareli Jacobo Contreras

Pueblo coca

En el año 2008, la comunidad indígena coca de Mezcala de la Asunción, Jalisco, recibió una lamentable noticia, un joven llamado Juan Jacobo Jacobo había sido diagnosticado con insuficiencia renal crónica (IRC).

Sigue leyendo

Imagen: José Abrahan de la Rosa Sanabria

Por Itzayareli Jacobo Contreras

En el año 2008, la comunidad indígena coca de Mezcala de la Asunción, Jalisco, recibió una lamentable noticia, un joven llamado Juan Jacobo Jacobo había sido diagnosticado con insuficiencia renal crónica (IRC). En ese entonces, la comunidad no tenía información sobre dicha enfermedad pero estuvimos pendientes del enfermo y, claro, se prendió un foco de alarma de que algo estaba pasando.

            La señora Eva Jacobo de la O, mamá de Juan Jacobo Jacobo, comenzó a pedir información en el hospital civil Fray Antonio Alcalde, (hospital donde atendían a su hijo) sobre los cuidados que Juan necesitaba para poder llevar una mejor vida sin  tener que hacerse la diálisis  peritonial. Sobre esto, le hablaron de un probable trasplante de riñón pero le advirtieron que podría tomar mucho tiempo si lo inscribía en la lista de espera, la opción más rápida era que algún familiar directo le donara un riñón. Con toda la información necesaria, la señora Eva tomó la decisión donarle el riñón a su hijo, para lograrlo es necesario realizar a la madre y al hijo varios estudios que son muy costosos; esta  situación  la llevó a buscar ayuda en varias asociaciones civiles para que los gastos fueran más llevaderos. En este proceso, la señora Eva Jacobo decidió vender su casa para  poder salvar a su hijo. En el año 2011, ya con los estudios realizados, el joven Juan Jacobo recibió el riñón de su mamá sin mayores complicaciones.  

            El 10 de abril de 2014, la señora Eva Jacobo recibió otra lamentable noticia, su otro hijo, Hugo Jacobo Jacobo, fue diagnosticado también con IRC. La señora Eva Jacobo, con un gran dolor en su corazón,  le dijo a su hijo que todo estaría bien, sin embargo, las cosas no estaban nada bien. Ella comenzó a pedir ayuda monetaria en la comunidad porque los gastos ascendían cada día más, ya eran dos los enfermos con IRC. A su manera, logró conseguir el dinero que le pedían en el hospital para que su hijo Hugo Jacobo recibiera el catéter peritonial. Hugo fue dado de alta a los pocos días y pudo ver a su hermano Juan que lo esperaba con ansias de verlo. Ya en casa, con lágrimas en los ojos, la señora Eva decide ir a pedir comida a una prima y ella le da un puñado de tortillas y frijoles con los que pudo alimentar ese día a sus hijos a los que la señora Eva les dice: “por hoy ya comimos, mañana Dios dirá”. Pasaron los días y la situación se puso más dura hasta el punto de quedarse sin dinero para los medicamentos y sin nada qué comer. El joven Juan Jacobo se armó de valor y salió en busca de trabajo que al final sí pudo conseguir. Días después le dió la noticia a su mamá de que había decidido seguir con su carrera profesional (carrera que había tenido que dejar a consecuencia de la enfermedad), con mucho esfuerzo logró terminarla. Su hermano Hugo comenzó a vender dulces afuera de su casa para tener un poco de dinero y comprar sus medicamentos mientras que su mamá pidió un préstamo para pagar las deudas que había adquirido. A los pocos meses, Hugo recayó y tuvo que volver al hospital donde los médicos le dijeron que el agua se le había ido a sus pulmones y que necesitaba oxígeno para sobrevivir. De nuevo, su mamá pidió ayuda monetaria a la comunidad.

            En noviembre de 2014, el joven Juan Jacobo falleció dejando a su madre y a su hermano con un inmenso dolor. A pesar del sufrimiento, la señora Eva tuvo que sacar mucho valor para seguir apoyando a su hijo Hugo. A estas alturas, en la comunidad ya había varios jóvenes con IRC, en su mayoría se trataba de hombres entre los 18 y los 25 años de edad aunque también algunas mujeres contrajeron esta enfermedad. Ante esta situación, la comunidad se vió en la necesidad de apoyar cada vez más a un número creciente de pacientes con IRC.  En el año 2016,  entre abril y julio, la MUERTE hizo estragos pues en este corto periodo de tiempo, se llevó a cuatro jóvenes con IRC: Uriel González Pérez, Josué Jacobo Contreras, Isidro Rojas Baltazar y Hugo Jacobo Jacobo.

            Ante lo sucedido, la comunidad comenzó a unirse más y exigió al gobierno que se realizaran estudios a fondo para determinar qué es lo que estaba causando esta enfermedad. El Dr. Felipe Lozano realizó varios estudios en tierra y agua, después de analizar los resultados llegó a la conclusión de que, aunque se trataba de un problema multifactorial, la mayor parte de los estudios indicaban que la tierra y el agua del lago cercano a la comunidad contenían grandes cantidades de metales pesados. Estos tipo de metales son arrojados al agua por grandes empresas que desembocan sus deshechos en el lago. Hasta el día de hoy, la ayuda por parte del gobierno ha sido nula por lo que cada paciente con IRC debe buscar la manera de solventar los gastos que les genera atender su enfermedad. Es importante mencionar también que ningún enfermo con IRC en la comunidad puede llevar la dieta prescrita por los médicos nefrólogos pues su costo es demasiado elevado; los enfermos tienen que decidir entre llevar su tratamiento o comer. Hay pacientes que reciben hemodiálisis cuyo costo oscila entre los 4500 o 5000 mil pesos semanales, todo esto sin contar el gasto en pasajes, alimentos y medicamentos.

            Actualmente, la comunidad cuenta con 21 enfermos con IRC  y 33 fallecidos. No hay un registro exacto de las muertes que han ocurrido en los últimos ocho años en Mezcala y San Pedro Itzican. Nosotros, los familiares de los enfermos renales que han fallecido, sabemos que son más de 300 muertes las que cargamos ante la ausencia de un gobierno incapaz de castigar a los causantes de estos dolorosos fallecimientos. El sistema de salud, en lugar de favorecer a los más necesitados, ayuda a las empresas farmacéuticas para incrementar su riqueza.

¡Exigimos justicia para los enfermos renales!

¡Pedimos justicia para todos los que han perdido la vida a causa de esta enfermedad!

Sin justicia no habrá paz. Es lo único que exigimos: justicia.

Retrato de la autora: Archivo personal

Bordar Justicias

Por Fátima Leonor Gamboa Estrella

Pueblo maya

Queremos respuestas para resolver las violencias, la desigualdad, la discriminación y el miedo por el que atraviesa nuestra vida, nuestro territorio, nuestro continente: aquí y ahora.

Sigue leyendo

Imagen: Camila Fernández

Por Fátima Leonor Gamboa Estrella

“Queremos que nos escuchen, que nos hagan caso de lo que nos está pasando, de lo que estamos viviendo, soy una persona igual a las demás, merezco ser feliz”

Barbaciana, de Chikindozot, Yucatán

Queremos respuestas para resolver las violencias, la desigualdad, la discriminación y el miedo por el que atraviesa nuestra vida, nuestro territorio, nuestro continente: aquí y ahora. Queremos JUSTICIA.

Pero, ¿qué es justicia? Los conceptos y práctica tradicional, hegemónica y validada socialmente como justicia son aquellos relacionados con la pena, la cárcel, el castigo, la existencia de una persona que gana y otra que pierde, en donde hay un alguien -el juez- que da a cada quien lo que el propio juez piensa  que le pertenece. El problema de este sistema es que fue construido únicamente para garantizar la existencia y el orden del Estado, no para garantizar derechos, fue construido sin incluir cosmovisiones y sueños de justicias de la mayoría de las personas, grupos y pueblos. Esto ha provocado que cada persona juzgadora en la mayoría de las veces perpetúe, valide o mantenga la desigualdad a través de sus resoluciones.

            No tenemos justicia, por que no estuvimos incluidas en lo que necesitamos para vivirnos en justicia, nos despojaron e impusieron formas que nos duelen y nos dañan como sociedad, nos quisieron vaciar la humanidad, nos quisieron vaciar las justicias propias y colectivas.

            Los sistemas de justicia estatal, desde su origen y hasta ahora, están en crisis, fungen como contenedores de demandas y exigencias sociales. Por ello, nos encontramos ante dos retos: el primero es deshilar la idea, la institución, la forma, la ley, la autoridad, la práctica y los efectos impuestos y limitados de lo que entendemos y ejercemos como justicia. El segundo reto es comenzar a reimaginar, repensar, y aprender de otras formas y cosmovisiones para luego bordarnos todas de nuevo en justicias.

            Necesitamos des-bordar el sistema de justicia para observar los diferentes hilos de la violencia de Estado: la venganza, la revictimización, corrupción, criminalización de la pobreza e impunidad, ¿esto es lo que queremos? En México, curiosamente, las instituciones llaman “justicia” a sentencias donde las mujeres víctimas de violencia acaban siendo condenadas por no proteger la vida de sus agresores, como ocurrió con el caso de Yakiri[1]. También, consideran “justicia” abandonar a Lety, una mujer maya de Yucatán que fue violada, al menos, dos veces por el mismo hombre. El sistema minimizó el delito de violación y le dificultan el proceso por tener una discapacidad. Hasta hoy, Lety sigue sin respuesta. El sistema de justicia condenó a un hombre indígena a prisión por defender su tierra, su territorio y su milpa, en el proceso nunca tuvo intérprete o traductor ¿Es eso «lo justo»?

La Buena Palabra: Maloob Taan: otras formas de sembrar paz.

En lengua maya no existe la palabra justicia, tal cual. Pero la palabra Maloob Taan tiene un concepto aproximado. Haciendo una mala traducción sería: “la palabra buena”, lo que sale de la voz para enunciar lo adecuado. En la “buena palabra” se trata de sacar la voz y practicar la escucha, generar un diálogo, un acuerdo. Al dar espacio, tiempo y escucha a la vivencia y recuperar el sentimiento, se respeta y así se sana.

            Si se fijan en el contenido de la “buena palabra”, no hay una persona que dé o quite algo, no hay una persona que decida qué es lo que merece cada quien, tal vez sea porque cada voz es importante y en la escucha nos encontramos. Si escribimos, ya no escuchamos, por ello la importancia de la oralidad y no la escritura en esta tradición de justicia.

            Cuando las mujeres indígenas acuden a las instituciones o a las autoridades comunitarias no hablan de violencia (un concepto que parece abstracto, frío y despersonalizado), narran lo que esconde la palabra violencia:“lo que me duele”, “lo que me lastima”, “lo que me pone triste”, pero además expresan la expectativa, el anhelo o el sueño del propósito de la justicia: “lo que no quiero que vuelva a pasar” “lo que necesito y quiero para estar tranquila y feliz”.

            Las mujeres mayas nos han enseñado que se hace justicia cuando la voz se expresa, cuando la palabra se enuncia, se escucha y se valida. La escucha y la voz permiten sacar lo que duele y con ello poner sobre el espacio algo que la justicia estatal ha desdeñado: los sentimientos, las emociones. El sentimiento como expresión de la humanidad del ser nos hace conectar y, por ende, generar empatía. La empatía es otra de las características que constituyen a la justicia maya. Así se sana, se saca del cuerpo el sentimiento, se nombra al que te hiere, al agresor, a los poderosos, cuando se valida la voz, cuando se escucha a las mujeres. Cuando te creen, se sale la culpa ajena de nosotras mismas, nos lloramos y a veces también nos abrazamos, espantando al miedo y recuperando nuestra propia justicia, la primera, la de una misma.

            Muchas mujeres mayas no quieren denunciar y mucho menos quieren cárcel; quieren acuerpamiento, respaldo de la autoridad y la comunidad, quieren revertir las narrativas machistas comunitarias, para que la responsabilidad sobre las violencias recaiga en quien agrede y no en la agredida, para que la responsabilidad de cambiar las narrativas y prácticas recaiga en la comunidad y no únicamente en las mujeres o  en las autoridades.  No se trata de sembrar venganza, se quiere sembrar paz, por ello buscan que los problemas se resuelvan y no se hagan más grandes, cuidando que “el castigo” no anule a la persona o divida a la comunidad.

            Para las autoridades comunitarias justicia es que todos salgan conformes de las “audiencias de familia”, “buscar un acuerdo” “arreglar lo que se echó a perder” “transformar el problema en algo positivo”. Por esta misma idea, en muchas comunidades no se aplican las multas o el encierro en el calabozo (salvo cuando sea muy necesario), porque finalmente estos castigos acaban siendo un castigo también para las mujeres. Ellas han de ocuparse de llevar comida al calabozo o buscar el dinero para pagar las multas de sus agresores y eso las disuade de acudir a pedir justicia. 

            No se trata de romantizar las justicias comunitarias o indígenas, pues están lejos de garantizar plenamente los derechos de las mujeres. Sin embargo, existen elementos y visiones de justicia que nos pueden ayudar a nutrir de colores nuestro nuevo bordado de justicias, uno en donde todas las mujeres, en primera persona y con nuestra propia voz, exijamos y construyamos justicias para todas.

            Para bordar las JUSTICIAS, tendremos que destejer la historia impuesta, para hilar la nuestra, la propia, la de nuestras familias, madres, abuelas y comunidad, ahí encontraremos nuestra verdad, la que para los pueblos indígenas hace parte de la justicia, una verdad que nos ponga en el presente y no en el pasado, una verdad que nos dé agencia no asistencia, una verdad que nos dé orgullo y nunca más vergüenza.

            Para bordar las JUSTICIAS, tendremos que recuperar nuestro cuerpo, el que como mujeres se nos ha quitado, mutilado o invalidado. Es necesario sentirnos en los deseos y el placer propio, más allá de un hombre, más allá de la reproducción, más allá de la heteronormatividad. 

            Para bordar las Justicias, es preciso ubicarnos en todas nuestras geografías y contextos, desigualdades y privilegios, abordar los diferentes obstáculos y vulnerabilidades que limitan nuestra felicidad.

            Para bordar las justicias, necesitamos de una misma, pero también de las otras, porque, como hemos dicho, la justicia es colectiva, no individual. Bordaremos Justicias con las múltiples historias, cuerpos, deseos, territorios y sueños, construyamos justicia para nosotras; cada una bordara sobre sí misma, pero entretejiéndose con las demás, para hacernos de colores y más fuertes. En este espacio nadie borda por nadie, porque cada quien tiene su propio hilo, porque todas somos iguales, aunque la vida nos haya presentado socialmente en la desigualdad, en este bordado todas tenemos un hilo que nos une y así las mujeres en toda nuestra diversidad: indígenas, lesbianas, trans, con discapacidad, bisexuales, migrantes, precarizadas y en situaciones de violencias estamos llamadas a repensar la justicia, cuestionarla y transformar las estructuras del Estado, mientras esto sucede…trabajemos entre nosotras mismas, con nuestra justicia.

            Las mujeres mayas con las que trabajo me han enseñado que la primera justicia es la nuestra, cuando nos vamos sintiendo más libres, iguales y orgullosas.  Me han enseñado que se hace justicia cuando se hace resistencia en las posibilidades del contexto, cuando nos organizamos y acompañamos entre nosotras, cuando luchamos por la subsistencia, cuando levantamos las armas para defender nuestros territorios; se hace justicia cuando se saca la voz denunciando lo que no se nos acomoda en el cuerpo y el espíritu, denunciando lo impronunciable, lo prohibido o denunciando al poderoso. Mientras logramos la transformación de los sistemas de justicia, encontrémonos las mujeres en las justicias todas.


[1] En Ciudad de México, Yakiri fue atacada sexualmente por dos hombres. Al tratar de defenderse mató a uno de sus agresores y logró escapar. Días después fue procesada y condenada con una sentencia de más de 20 años por homicidio. Yakiri, víctima de la agresión sexual de dos hombres, que actúa en defensa propia para salvar su vida, acabó en prisión porque debió utilizar medios menos lesivos y proporcionales.

Retrato de la autora: Autorretrato