Foto: Griselda Sánchez Miguel

Por Griselda Sánchez Miguel

Pedimento es una pieza basada en paisajes sonoros que intenta mostrar la profunda relación que se mantiene con la tierra y las entidades anímicas. Una ventana a las diferentes prácticas propiciatorias de pedimento a la lluvia y las ceremonias de agradecimiento al agua que aún persisten en los pueblos de la Mixteca Alta en Oaxaca, en donde cada año asistimos al lugar donde nace el agua y en donde habita el señor del monte. A él se le agradece, mediante un cuidadoso ritual, el acceso al agua. Los discursos corren a cargo del parangonero del pueblo, ellos son quienes hacen el puente entre los humanos y los entes sagrados.

Auto-retrato de la creadora: Griselda Sánchez Miguel

Foto: Nomad Cook

Por Ana Beatriz Martínez Alarzón

Mi pieza representa la vida y la muerte, los cuatro rumbos: fuego, aire, tierra y agua; la forma del bule representa el vientre que da la vida. En la parte exterior se encuentra Mictlantecuhtli, señor de la muerte y un rostro zapoteco en estado de meditación.

Sus medidas son 22cm de altura y 20 cm de ancho.

Retrato de la artesana: Nomad Cook

Foto: Nomad Cook

Por Ana María Alarzón Hernández

Pieza ancestral utilitaria, se usa en ceremonias para hacer limpias y sahumar a las personas, el Quetzalcóatl representa la fertilidad de la naturaleza: los cambios nuevos y buenos.

Sus medidas son: 24cm de ancho y 15 cm de altura.

Retrato de la artesana: Nomad Cook

Foto: Ricardo Trabulsi. Ciudad de México, 2017

Por Magdalena García Durán

Mi nombre es Magdalena García Durán, del pueblo jñatrjo, conocido como mazahua. Soy originaria de San Antonio Pueblo Nuevo, municipio de San Felipe del Progreso, en el Estado de México y, desde 1957, resido en la Ciudad de México. Aquí crecí.

En los años de 1940, los abuelos y abuelas se desplazaron con sus hijos de San Antonio Pueblo Nuevo a la Ciudad de México en busca de un mejor nivel de vida, porque en la comunidad no había trabajo, ni escuela, ni clínica de salud, ni casas buenas. Se sobrevivía del zacatón y un poco de la siembra de maíz para el consumo de todo el año. Es por eso que algunos se desplazaron, y todavía se desplazan, con su familia desde la comunidad a la Ciudad de México. Ya en la ciudad, ocupan espacios físicos como las banquetas del primer cuadro de la ciudad, para vender frutas de temporada, semillas y dulces para la supervivencia de su familia, se ganan la vida de mil formas.

Los ancianos, hombres, jóvenes y niños trabajan en la construcción, levantan edificios, escuelas, hospitales y casas habitacionales; ellos cargan cajas de frutas, legumbres, telas o lo que sea a quienes solicitan sus servicios como cargadores; son aseadores de calzado, limpian zapatos y los niños venden chicles en las calles. Las ancianas, las mujeres jóvenes, las niñas, los ancianos, los hombres y los niños conquistan, cada quien, su espacio de trabajo, un trabajo que no tiene paga, no tiene prestaciones, no tiene aguinaldo y no tiene seguro de vida. Cuando llegan aquí, a la Ciudad de México, encuentran buenas escuelas, buenos hospitales, buenas casas pero, por ser indígenas, no les dan el acceso a estos servicios.

En 1970 yo era una niña, desde entonces empecé a participar en las reuniones y asambleas que se hacían en la ciudad para escuchar a las multitudes de mujeres jñatrjo, conocidas también como mazahuas. Ellas se organizaban para reflexionar y analizar todos los malos tratos que recibíamos, y aún recibimos todos los días, por parte de los malos gobiernos de la Ciudad de México que, en aquel entonces, era mejor conocido como Departamento del Distrito Federal.

Por ser indígenas, por ser mujeres jñatrjo, por ser pobres y también por ser las primeras que en conquistar espacios físicos como las banquetas en las calles y las paredes del primer cuadro del Distrito Federal, el trato que recibimos por parte del Departamento del DF era muy cruel y motivo de indignación. En esos años vendíamos frutas, semillas y dulces, los agentes del entonces DF le echaban gasolina o petróleo a nuestros productos, los pisaban para aplastarlos de tal manera que quedaran inservibles; nos golpeaban a nosotras y enredaban sus manos en nuestras trenzas para jalonearnos como si fuéramos animales. Esto ha sucedido y sigue sucediendo. Si no nos alcanzan pronto, nos corretean y nos sacan de donde nos escondamos y de las trenzas nos arrastran como si fuéramos costales hasta subirnos en las camionetas. Las mujeres indígenas que trabajamos comerciando en las calles de la Ciudad de México hemos sido encarceladas hasta por 15 días en “La Vaquita” o en la “Regina”.

Hubo un tiempo en el que hombres y mujeres del mal gobierno se bajaban de sus camionetas para agarrarnos y cortarnos las trenzas por ser mujeres indígenas. Cuando caminábamos por la banqueta y venía alguien de traje, nos orillaban hasta bajarnos y hasta hacernos sentir cabizbajas cuando caminábamos ahí abajo en la calle. 

La pobreza nos sacó de la comunidad y nos desplazó a la Ciudad de México pero ahí las injusticias nos impiden hacer nuestro trabajo. El racismo y la discriminación a quienes hemos trabajado en las calles de la Ciudad de México como mujeres vendedoras indígenas ha sido el ambiente en el que nuestro trabajo se ha envuelto y desde ahí reclamamos dignidad. Como indígenas artesanas y comerciantes de subsistencia, exigimos respeto a nuestro trabajo por derecho de antigüedad y por justicia.

Foto: Noé Pineda. Los Altos de Chiapas, 2017

Por Guadalupe Vázquez Luna

La demanda de los compañeros y las compañeras zapatistas sobre el trabajo es muy buena propuesta, sobre todo en las grandes y pequeñas ciudades, para quienes tienen conocimientos académicos. Yo creo que, si estamos hablando de trabajo asalariado, esta propuesta va más acorde con las personas de estas grandes y pequeñas ciudades ya que son quienes pueden tener trabajos con salarios. Hay población indígena ahí que con esfuerzo logra una carrera aunque muchas veces no consiguen trabajo o consiguen trabajos muy mal pagados. Por esto, se me hace justa la demanda que también es importante para las trabajadoras del hogar, ya que muchas veces, sobre todo los empresarios de la ciudad, van a las comunidades y se llevan muchachas a trabajar en el hogar y, la mayoría de las veces, no se les paga lo justo. 

Desde este punto de vista, estoy totalmente de acuerdo con que haya mejores oportunidades de trabajo para todos y todas; no se me hace justo que sólo unas cuantas personas recomendadas sean las que tengan oportunidades de trabajo, eso es lo que ha pasado y sigue pasando: los hijos de los empresarios son los que tienen las mejores oportunidades de trabajo. Es justo que todas las personas que tengan la misma preparación tengan igualmente las mismas oportunidades y el mismo sueldo.

Ahora, si hablamos de lo que beneficia a las comunidades indígenas que trabajan en el campo, a quienes saben labrar, sembrar y cultivar la tierra, a quienes no conocen otra forma de trabajar, la situación es distinta, hay que volver a analizar. Como una mujer indígena que ha hecho su vida en el campo, crecí pensando que el único trabajo que existe es el cultivo de nuestra tierra y me cuestiono a mí misma en qué nos ayuda el trabajo asalariado si nosotras y nosotros nunca hemos tenido un trabajo pagado, hemos trabajado desde siempre y creo que en el campo jamás nos hemos quedado sin trabajo, al menos los pocos que poseen tierras. Para los que no tienen tierras la situación ahí sí está más dura, si lo único que sabes hacer es trabajar el campo y no tienes tierra, ¿en qué trabajarás? Ahí es donde pienso que trabajo y tierra van de la mano, pues si el campesino no tiene tierra, no tiene en qué trabajar, entonces, primero quiero la tierra y después la trabajo. Eso a mí me suena más lógico.

Sin embargo, el campesino no sólo trabaja para su propio consumo, también trabaja para abastecer el mercado en las grandes y pequeñas ciudades aunque, por nuestros productos, nos pagan el precio que ellos quieren y no lo que realmente valen. Esta situación se ve mas reflejada en el costo del café; la mayoría somos productores de café y jamás hemos fijado nosotros el precio de cada kilogramo, siempre han sido los compradores quienes nos han impuesto el precio mientras que los productores nos hemos tenido que conformar ya que no tenemos opción. Eso se me hace muy injusto pues sólo el productor sabe cuánto tiempo invirtió y, por lo tanto, solo él debería decidir cuánto vale su trabajo. Sin embargo, así no son las cosas.

Ahora, ¿qué pasa con las mujeres?, ¿qué papel tenemos? Somos nosotras las más vulneradas, las que trabajamos invisiblemente; nosotras que también trabajamos el campo pero, antes de ir al campo, trabajamos en la cocina para el alimento de los hijos y los maridos. Después de esto, nos vamos a trabajar en el cultivo de maíz, de frijol y al corte de café. Pero ahí no acaba el trabajo, llegando a la casa hay que preparar la comida, limpiar la casa y preparar el nixtamal para el día siguiente. A pesar de esto, hay personas que dicen que las mujeres casi no hacemos nada, que es el hombre el que mantiene el hogar, así nos lo han enseñado y, además de todo, muchas mujeres no tenemos derecho a poseer tierras.

Sin embargo, en estos tiempos, las mujeres hemos cambiado, ahora buscamos también otras oportunidades. Ahora hay mujeres que se dedican a sostener la economía familiar y un medio que han encontrado está en las artesanías y también en el cultivo y venta de frutas y verduras, pero, para cultivar y vender las cosechas, primero necesitamos tener tierras. Aquí surge la doble lucha de las mujeres, ayudamos a todos y todas para que obtengamos el derecho a la tierra y después tenemos que luchar para que, en las mismas comunidades indígenas, nos den a nosotras también el derecho de tener nuestra propia tierra para así poder trabajar y generar nuestra economía.

En relación con todo lo anterior puedo decir que el trabajo es muy importante tanto en la ciudad como en la comunidad. En la ciudad, el trabajo asalariado beneficia a los académicos y también a los no académicos como los trabajadores de la construcción, entre otros; en el campo, teniendo tierra tenemos trabajo y, por lo tanto, alimento para la familia y venta de cosechas que genera una economía local. Ahí es donde está la diferencia, en el campo no ganamos un sueldo, generamos nuestra propia economía y eso también quiere decir que generamos nuestros propios trabajos; por lo tanto, tenemos independencia. Es por todo esto que nos quitan nuestras tierras ya que, teniendo tierras, nos salimos de las garras del capitalismo. Por eso es tan importante no dejar nuestras tierras, nuestras tierras generan trabajo y economía propia.