Imagen: Aída Naxhielly Espíndola Villanueva

Por Aída Naxhielly Espíndola Villanueva

«Independencia.
1. Cualidad de independiente.

2. Condición del territorio que no depende políticamente de otro.»

***

Hace varios años, mi hermana mayor decidió estudiar en la gran ciudad. Antes de cumplir 15 años y sin saberlo, esa idea suya determinó gran parte de nuestra futura vida como familia.

Tras aprobar el examen de admisión, se movió a la ciudad sin nadie de la familia nuclear. Y un año después, a mí me tocó decidir qué hacer: seguir ese mismo camino o no. Recuerdo muy bien la conversación que tuvieron mamá y papá conmigo. Sus palabras fueron claras: “es lo que  quieras, si no quieres ir no pasa nada, nadiete puede obligar”.

Meses después estaba en proceso de mudarme. Mi mamá decidió entonces que, al tener a dos de sus tres hijas en la ciudad, lo mejor era estar todas juntas. Así fue como durante varios años fuimos las cuatro contra el mundo hasta que cada una eligió construir su propio camino, tal cual nos habían enseñado.

***

Mis abuelos paternos también tuvieron tres hijas. Hace no mucho, conversando con dos de ellas sobre relaciones de pareja y lo que han aprendido, la mayor me habló de la importancia que tiene la independencia económica para las mujeres: para ella, manejar su dinero y juntar ahorros propios le ha permitido no depender de su pareja y tener la seguridad de que estará bien incluso si se llegaran a separar. Me dijo que eso es algo que todas necesitamos saber, que no lo olvidara.

Recordé entonces que hace muchos años, ella misma le preguntó a mi abuela si creía que debía casarse con su pareja, la misma con la que sigue hasta hoy y mi abuela le contestó que esa decisión no le correspondía ni aunque fuera su madre y que no debía hacerlo como si se lo debiera. Esto porque, contrario a la idea tradicional, no era su gran propósito ver casada a su hija sino saberla feliz con la vida que eligiera. Esa historia es una de mis favoritas porque siempre me hace pensar que la independencia es algo que también se hereda. 

***

Si acordamos, como sostienen las compañeras feministas comunitarias, que el cuerpo es el primer territorio que habitamos y que el de las mujeres se encuentra especialmente en constantes disputas frente a sistemas violentos, entonces la independencia la podemos (y debemos) pensar en varios niveles y no sólo sobre las unidades espaciales geográficas.

Así, independencia no sólo es que los diferentes pueblos originarios puedan elegir autónomamente la manera en que se gestionan, sino también que mis hermanas se muden por sí mismas a otros lugares, lo que además es un acto de valentía en medio de un mundo que nos quiere ver con miedo. Independencia es que no haya imposiciones externas de proyectos sobre los territorios de las comunidades, así como también que mi tía, aun con años de vida en pareja, haya elegido no casarse, lo que igual es un acto de rebeldía ante un sistema que nos dice que ese es nuestro destino y obligación.

Desde la elección de nombrarnos (o no) como feministas, pasando por el poder construir estructuras colectivas autónomas y hasta tener la posibilidad de elegir qué estudiar, a quién amar y si queremos maternar, todo eso es inminentemente político porque nos atraviesa el cuerpo y, por lo tanto, también se trata de ejercer y defender ahí nuestra libertad. La independencia no se trata únicamente de no estar bajo el control del Estado.

***

He crecido entre mujeres que, aunque no lo dicen con esas palabras, sí han desafiado de distintas formas lo impuesto. Me han enseñado con su propia vida como ejemplo lo que es ser independiente, incluso si para ellas no siempre ha sido fácil. Con sus decisiones como enseñanzas, han ido despejando el camino que hoy mis hermanas y primas caminamos. Como ellas, muchas mujeres en diferentes comunidades han hecho lo mismo para otras, articulándose para defender la dignidad de sus vidas.

No dependeremos de nadie… pero sí nos sostenemos del amor que nos tenemos y heredamos unas a otras y eso también es político, porque el apoyo que mi abuela ha dado a nuestras decisiones continúa en el respaldo que nos damos entre hermanas, tías, primas, sobrinas, cuñadas, madres e hijas. En algún momento todas hemos necesitado que alguien más nos ayude a reafirmar nuestra libertad y ahí han estado otras acompañando.

***

Criar a las niñas y mujeres en la certeza de que podemos elegir qué hacer y ser, puede ser un asunto complicado. Oponerse a las narrativas patriarcales que todavía permean en muchos espacios (familias y algunos pueblos de origen incluidos), no siempre es bien visto. Se trata, a fin de cuentas, de desafiar la construcción histórica de un mundo que, además, está sostenido por la dureza del colonialismo y  del capitalismo, pero por eso mismo es necesario, urgente, insistir en que la lucha que construye la autonomía comunitaria debe incluir la de las mujeres a plenitud. También es nuestra la independencia.

Retrato de la autora: Archivo personal

Foto: Casa. (Julio César Morales Ek)

Por Wilma Esquivel Pat

Despierta el día poco a poco,

mi abuela una y otra vez mueve con la jícara el café hirviendo

mi abuelo ya ha puesto las herramientas en el triciclo

el calor del fogón nos abraza, cada palabra se entibia

compartimos el pan y la dicha

no hay relojes, solo el rocío que se cuelga del chal de mi abuela que va por un leño,

solo el abuelo que lee las nubes y sabe que ya es tiempo, es tiempo de ir a la siembra.

.

Las mañanas se van disolviendo con los años entre los olores, los sonidos y el rocío

mi abuelo y mi abuela se quedaron en las mañanas

ella y él son el café, las nubes, el fogón

ella y él son mi rostro cuando me miro en el espejo

son cada huano, bajareque, el vaivén de sus hamacas

ellos son su casa, son nosotras.


Mece, mece los sueños entre el calor mientras el sol se despide

el monte siempre habla de la vida mientras el sueño llega

un pájaro canta a lo lejos, nos avisa que es mejor no salir;

en la oscuridad se escuchan las sogas, las eses de la hamaca

y también se escuchan nuestras voces que por ratos son risas,

dormimos juntas en la oscuridad profundísima, no sentimos seguras

juntas los temores no nos encuentran,

somos una maraña de hamacas con pensamientos entre los hilos

y siempre hay un espacio más para la visita, para compartir los días.

.

De vez en cuando alguna culebra visita el techo de huano,

ratones, tecolotitos se han convertido en un canto para la noche,

respiros profundos y suspiros llegan cuando los ojos se cierran

mañana se abrirán nuestros capullos para dejarnos salir a correr en las brechitas,

en las calles bordeadas de árboles, de hierbas para alimentarnos el alma

regresaremos a comer las tortillas, a beber el agua cristalina del pozo

regaremos las plantas del solar

y dormiremos apacibles cuando la luna llegue nuevamente.


Nueve hojas, Nueve pétalos

en el solar de mi abuela está la salud de mi pueblo

en sus rezos la esperanza,

deja sus instantes entre la ruda, la albahaca, el orégano y las rosas

alguien espera sentado en el banquillo de la entrada de la casa: nueve plegarias,

los susurros viven en los rincones de la casa

los espíritus de mis bisabuelos y bisabuelas la acompañan

Nueve veces mencionaré tu nombre para que vengas a ayudarme,

para que me guíes

nueve velas encenderé para que encuentres el camino

nueve pétalos pondré en mi amuleto para que me protejas

y volveré a sentarme en el solar para sentirte cerca

nueve veces, nueve veces.


Las noches enmudecen

ya no hay luciérnagas

¿Dónde han quedado los cantos de grillos y ranas?

las estrellas se alejan cada vez más

ya las mariposas, hormigas, aves se han ido

ya no nos anuncian lo que vendrá

el agua ya no puedo beber del pozo

ya no se le ofrenda, ni se le ha llevado flores de gratitud a la agüita

ya no sabemos trepar árboles,

y nuestro corazón ya no sabe cómo latir

ni leemos las nubes al amanecer,

el miedo nos ha torcido las alas para no correr libres por las brechas

nuestra cura no sabemos dónde encontrarla,

el solar ya no está.

.

¿Quiénes somos?

los aromas del atole hemos olvidado

y las ceremonias antes de compartir la comida

ya no cuidamos cada semilla de maíz que desgranamos

nos hemos olvidado de la tierra,

en las ciudades nos hemos olvidado de vivir

de la gratitud a nuestra gran madre

.

Regreso, regreso de nuevo al pueblo, regreso a casa

dentro de nosotras yace la luz para caminar

para abrazar a nuestro pueblo

para amar la vida

estoy aquí volviendo a mirar,

estoy aquí, he vuelto a casa

he vuelto a vivir.


Pero entonces cargamos los dolores, las incertidumbres

miramos los árboles caer y vamos nosotras muriendo

eso es “desarrollo”

pero para nosotras eso nos huele a tristeza, a desgracia

Si la medicina no encontramos cuando el monte desaparece,

si nuestra lengua de aves enmudece

y la tierra nos hacen olvidar,

y sus brazos que nos ha sostenido alejamos

vemos a nuestras hijas e hijos marcharse de casa hacia los grandes hoteles

les vemos volverse invisibles, en un territorio donde ahora somos ajenas

.

y somos nosotras las que nos quedamos en el pueblo en casa,

somos nosotras las que no olvidamos

y somos las que luchamos,

las que tienen memoria, las que se acercan unas a otras

las que caminan juntas, las que resisten

.

aquí guardamos la vida,

aquí cuidamos el presente y pedimos por el futuro

en el pecho se han depositado dolores,

nuestro cuerpo llanto es de los pesares

cuánta bondad nos da nuestra madre todo los días

que nos sana con las flores, con el viento, las hierbas, el fuego

las ancestras nos sostienen, nos recuerdan continuar

ellas nos soñaron libres y eso procuramos ser,

esa es nuestra herencia, somos el sueño de ellas

somos mujeres mayas,

somos mujeres de tierra, somos mujeres que luchan.

Retrato de la autora: Autorretrato

Imagen: Cynthia Martínez

Por Bia’ni Madsa’ Juárez López

Los techos siempre han sido importantes en San José El Paraíso, un pueblo dedicado a la producción de café, por eso a principios de cada año era común ver los techos tapizados de café y a las personas arriba “volteando” el café en el sol de media tarde.

Eran casi las doce de la media noche del 7 de septiembre de 2017 cuando el estruendo y la sacudida del suelo despertó a todo el pueblo. Casi todas las casas de adobe se vinieron abajo, “como polvorones” dijeron. La luz se fue, así que, como pudieron, salieron de sus casas, buscaron sus lámparas de mano, prendieron los faros de los coches y fueron poco a poco buscando primero a su familia, después a los vecinos, atender a los heridos, ver quién estaba bien, quién faltaba.

            La asamblea comenzó a reunirse en la agencia municipal a donde apenas habían llegado las autoridades de un viaje de varias horas por sus gestiones en la cabecera municipal. No les dio tiempo ni de llegar a sus casas, las personas que ya estaban ahí en el centro del pueblo les dijeron que sus familias estaban bien y en su papel de representantes del pueblo comenzaron a tomar notas de quién faltaba, disponer de los carros, coordinar a todos para ir a una casa donde alguien había quedado enterrado, buscar a los heridos, abrir el centro de salud. 

            No amanecía aun cuando ya todo el pueblo había sido revisado de arriba a abajo, todas las personas estaban contadas, no faltaba nadie, los que habían quedado bajo los escombros fueron liberados, casi a oscuras todos hicieron algo, movían un ladrillo o un adobe, avisaban si faltaba alguna casa por revisar, todos los heridos en el centro de salud estaban siendo atendidos. El actuar tan rápido de la comunidad logró que nadie perdiera la vida en tan terrible suceso. Esa noche muchas familias se quedaron sin casa, pero nadie durmió fuera de un techo y a nadie le faltó de comer ni ese día, ni todos los siguientes.

            Al día siguiente, en asamblea urgente y con luz de día, se evaluaron los daños, 70% de casas con pérdida total. La iglesia tuvo grietas, el edificio de la agencia municipal construida bajo tequio en los año 80 del siglo XX debía ser demolida, la escuela primaria y el centro de salud quedaron dañados. La asamblea decidió que las personas más vulnerables debían ser ayudadas en primer lugar, Vicente y su familia fueron de los primeros, porque habían perdido todo, el baño, la cocina y la casa, todos hechos de abobes; se había considerado que la falta de movilidad que le provocaba su enfermedad, no podría ayudar a que él, su esposa y dos niños tuvieran un lugar para refugiarse, en los siguientes días, de las lluvias que aún estaban en temporada. Con las mismas láminas y con las vigas de lo caído, la asamblea les habilitó un cuarto con paredes y techo en donde guardar las pocas cosas que tenían y dormir seguros. Así, los días siguientes, el trabajo de la asamblea fue ir levantando escombros y asegurando las casas que representaban mayor peligro para las personas.

            Yo logré ir al pueblo una semana después junto a compañeros de organizaciones para llevar víveres colectados en la Ciudad de Oaxaca y el Istmo. Cuando llegamos, nos recibieron las autoridades, después de entregar los víveres había alguien asignado para recibirnos y darnos de comer, éramos seis. Tarde me di cuenta que el lugar donde comimos, un corredor todo limpiecito, era en realidad el techo de lo que había sido una casa, los muros ya no estaban y los pilares se reforzaron, era difícil darnos cuenta de que un terremoto había ocurrido ahí hace apenas una semana. Todos los que llegaron con ayuda fueron recibidos así, las familias aún después del trauma de perder parte de sus casas se organizaban para decir gracias con la comida y las tortillas a mano con la que recibían a los que llevaban ayuda. Cuando los helicópteros militares llegaban a entregar despensas, las mujeres preparaban tamales para recibirlos.

            Las noticias de otros lugares de la región seguían llegando, sabíamos que todos estábamos en malas condiciones, tantos muertos en otros pueblos, tantas personas sin casa. En el pueblo se agradecía toda la ayuda recibida y la asamblea decidió contribuir con las comunidades vecinas con lo que se tenía disponible de las cosechas. En el mismo carro que llevamos con despensas (que no llegó lleno) se subieron tres toneladas de las cosechas que todos habían donado, costales de naranjas, plátanos, elotes y limones fueron colocados en la camioneta para llevarlos a la base militar en Ixtepec para que los militares pudieran repartirlo junto con los otros víveres.

            Todo estaba totalmente organizado y coordinado por las autoridades, llevaban registro de lo que llegaba y se entregaba directamente, los topiles descargaban los víveres y los juntaban, para después, dependiendo de la cantidad de víveres y personas faltantes, se entregara conforme a una lista. Nadie acaparó, nadie peleó por una bolsa de arroz o una lata de atún. La comunidad extendida se hizo presente, de Oaxaca, del Istmo, de Estados Unidos, desde otros estados, todos los paisanos se unieron para enviar dinero o despensas. Todo estaba ya en buenas condiciones cuando finalmente el gobierno llegó, nadie en ningún momento se detuvo a esperar a que llegara el gobierno de fuera, acostumbrados a que solo llegan hasta allá cuando hay elecciones cerca. Las gestiones se hicieron también a través de las autoridades en “paquete” y es por esto que todas las personas que tuvieron daños en casas o pérdidas totales por las siguientes réplicas, lograron entrar a la lista grupal de la comunidad. En otros pueblos de la región no fue así, las casas dañadas o que terminaron de caerse con las réplicas tan fuertes que siguieron no fueron considerados para el apoyo del FONDEN, un fondo destinado para atender emergencias naturales.

            Ya que la primera ronda de apoyos fue muy bien aplicada, casi toda la comunidad recibió más financiamiento para terminar sus casas que quedaron incompletas por el encarecimiento de los materiales. A casi cuatro años de la tragedia y a diferencia de otras comunidades de la región que aún tienen escombros en las calles, casas sin derrumbar y personas sin hogar, San José El Paraíso se viste de los colores de sus casas nuevas. No puedo evitar pensar en todos los que migraron para cumplir el sueño de tener una casa y en todos los que, espero, no tengan que migrar porque ahora tienen un techo seguro donde vivir.

            El trabajo colectivo, la buena administración de recursos y el uso de materiales locales ayudaron a que este pequeño pueblo de menos de mil habitantes lograra reconstruir sus casas. Aunque las casas de adobe ya no forman parte importante del paisaje y los abuelos las extrañan bastante, no me queda duda que hay mucho qué aprender de esta historia, donde la organización comunitaria, el tequio y el cambio de mano, cual si fuera corte de maíz o café, fueron los que ayudaron a reconstruir más que casas, a la comunidad entera.

Retrato de la autora: Jamie Malcolm-Brown

Por Griselda Romero

En la cosmovisión nahua se considera que el único hogar, el gran techo, es la madre tierra y todo lo que la conforma como los ríos, los mares, las lagunas, los cerros, los montes y las montañas. La madre tierra los protege y los alimenta con una gran diversidad de alimentos. En agradecimiento por todo lo recibido realizan ceremonias rituales con ofrendas de cantos, danzas, rezos, alimentos, flores, copal perfumado y velas, son los guardianes encargados de cuidarla y proteger nuestra casa de la explotación y la contaminación.

Retrato de la autora: Archivo personal

Foto: Martín Tonalmeyotl

Por Cruz Alejandra Lucas Juárez

Ktsokgnaniy kilitachiki’ xala kAkgpuchokgo.

.

¿Lantla xliakglhuwa kinchik ni kuwa ya maa chiki’

ntani tatakgskgoy, xalakgstalankgaku kintalakapastakni’?

Álvaro Solís

.

Litutunaaku chiki’

Ni chiki’ wampi nitu kgalhiy xapulaklanka xpokgo’,

ni chiki’ wampi nitu kgalhiy xpumalhku nima ankgalhín tsaya tsaya makgskgó,

ni chiki’ wampi nitu xtalitsinat latamaná’ nti namapulaktsitsiwiy.

Para la gente de Akgpuchokgo.

.

¿Cuál de las casas de mi infancia es la casa

donde pululan, cristalinos, los recuerdos…?

Álvaro Solís

.

Tres corazones de una casa

No es casa si no tiene un estómago grande,

si no tiene el lento palpitar del fuego,

si no hay risas cálidas de la gente que la vive.

II

Tlakg nitu staknamakgolh xalaksasti chiki’ nixawa xalakgwán,

xlakata xla chiwix usu xla likan xtankganin, cha ni xla chixkuwin.

Cesar Vallejo

Makgapitsin, nima xalakgmakganina’

xla chaxa xamakgachakg,

xkgalhni’ katuxawat litatlawanit,

xnujut kuxi’ xatatsapswilin matsitsiwiy xpulakni’,

chu akgtutu xlistakna’ kgoxch litalakgchikgonit chekgat.

Skuyut limuwankgoy xatsitsokgo teja

usu xatsitsakgs kartón

nima lakgxtitaktakgoy chiki’.

Liminikgoy ‘un, xlitakaxtaykan

xla akgaskakma kabin

chu xaxanat tokgxiwa’.

ntu litapachikgoy xchixitkan.

.

Nima tlakg xa’ukunu chiki’

lhpupokgowa malhakganikgokan,

nalhkgatsiy xlistaknakán,

Lhuwa xa’akglhpumpulun lakachinkgoy,

takgstipupakglhkgoy

chu pulakstajtamakgankgoy.

Tasiyuy kxlakankan mpi matsekgmakgolh

pi tini tatakgs kxpulaknikán.

II

Las casas nuevas están más muertas que las viejas,

porque sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres.

 Cesar Vallejo

Algunas, las más sabias

tienen piel hueso de milpa,

sangre ocre del monte,

venas de maíz que alimentan su vientre,

sus tres corazones trenzados con hebras de chekgat[1] .

Sus cabellos rojizos de tierra horneada

o negros de petróleo laminado

adornan su frente redonda y arrugada.

El viento adorna su cabeza

con hojarasca y flores de sauco.

.

Las jóvenes visten color gris

y sus corazones han perdido su esencia,

la mayoría llegan calvas,

se les cuartea la cabeza

y sudan por dentro.

Sus rostros esconden un vacío

donde la soledad es quien las habita.


[1] Chekgat. Tipo de árbol que se le desolla la piel para ocuparla como amarre en las casas.

Ni aktanks xalakachin kinchik

Ni aktanks xalakachin kinchik.

Ninatu xkgalhiy xtankgan kstipun

ni para xlakgastapu, ni para xkilhni’,

cha akgtutu xlistakna xmakasanantanumakgolh.

.

Kukawilakgolh kinkatakan maa kilitokgotno’ xla chiwix

laa makgatunu okgspuntlawankgoyaw,

laa kumu tatsán nima aya yutaktaputunkgoy

tankgala tankgala tawantawilakgoy

laa kmaxtuyaw kiskititkan xla tiyat kkgamananaw.

Xililiwa xataswakgani chiwix xtankgan,

xla kartón xakgstín

laa kumu xchixit swaya lakatitaktá chiki’,

xtiyatliwa kiwi’ litatlawakgonit xkilhni’ chu xlakgastapu.

Kputalakaxtuy xlakastapu chu klakglakani katuxawat,

kukxilh xalakxtakninkiwan kgastinin kkilakatín,

ntani puntakinit xakachikin kaxanatna’,

xtanana mpara nitu tiyataxtuma kilhtamakú,

xakkanalalhi wampi ni makspunpuluna xtasiyukgolh kgastinin

chu mpara nitanuja akgawilhun xtawakakgolh lala kti’alh

pichi mpara nixakukxilh maa mesa nima atakgala ntalamakgolh xtantunin

chu ni taklhtitapuxtumakganit xwa xakgxakg.

Pichi nikskaklh xtamputsni’ xkgoyotkiwi’

nima tampichaxnit xtankgaxega kinchik.

Cha ni ukxni talakgpaliy wa xlistakna’

ankgalhin tsaya tsaya tawantawilay.

Sakwanamakgolh makgapitsini xtilan chu puyu ktankilhtin,

chu tatsekgkgoy laktsu katuxawat kkatiyatna’,

chinchu wa tantum ktlaminka malhkakima kintse’.

Ni kitsankgayi kgantumi litokgotno’ ntu putawakakani kkapaján,

ntani makikgoyi xatapasni kuxi’ kilaktatanakan,

xlimakgwa chanchu kin kaaxalakwan ntu makiyaw,

chu tukuta patsankgaputunaw.

Putama xla xtikat usu chitma’,

xlakgchitma chankat.

Patati na’anu stuk waka ntanats,

kgantati akganuwaka chána chu machita

nima nkiyawa lakstakakan lata tamaklakaskin.

Stuun tiku makimakgolh

takilhkaksat kxakgtutu xtakganin,

kgaxi’ kiyawá tampuxkunitnawan

pumakgxkgat xla pukxnankiwi’ chu xla makgot.

Mi casa nació prematura

Mi casa nació prematura.

La habitamos sin espalda

sin ojos y sin boca,

solo sus tres corazones palpitaban.

.

Las piedras de los escalones sostienen los años

que caminamos sobre sus hombros,

como dientes flojos se tambalean

por jugar al molino a sacar la masa de tierra.

Su piel cacariza de piedra molida,

su techo de cartón,

son cabellos lacios que caen en la frente,

sus tres bocas y su único ojo son carne seca de los árboles.

Me asomo a sus ojos para mirar el katuxawat[1],

veo las montañas sentadas frente a mí, verde-azules,

donde nace la raíz del pueblo de las flores.

Parece que muere el tiempo,

lo creería si no viera que van quedando desnudos

y las telarañas no son las mismas que dejé vivir

o que la mesa ande con una muleta en el tercer pie

y con cicatrices que fragmentan su cabeza.

O que el ombligo del árbol carbonero se secara,

sosteniendo la raíz de esta casa.

Lo que no cambia es su corazón

siempre palpitante y ardorosa.

Afuera, gallos y gallinas picotean la tierra

y las lombrices ciegas, huyen despavoridas,

mientras que otro yace en la olla

de chilpozontle que preparó mamá.

No falta un litokgotno’[2] para subir al kapaján[3],

donde los abuelos guardaban el maíz desgranado

mientras que nosotros guardamos todo lo viejo

y recuerdos que queremos olvidar.

Camas de petate o de chitma’[4]

cama hueso de caña.

Cuatro tenates se mecen colgados

cuatro machetes y azadones

que lucen flacos por desgaste.

Cántaros que guardan el silencio

en sus tres orejas,

xicales con el vientre quemado

cucharas de puksnánkiwi’[5] y calabaza.


[1] Katuxawat. Mundo. Lugar donde se da la milpa.

[2] litokgotno’. Escalones hechas con el tronco de un árbol

[3] Kapaján. Especie de bodega en el ático. En espacios pequeños también se ocupa para dormir. 

[4] Chitma’. Material que queda al despulpar caña.

[5] puksnánkiwi’. Cedro.

II

Makgatunu ktaspita kkinchik

klakgatiyi kukxilha mpi tachunata kawan lala kit’alh,

xtachuna mpara maktum lakapun xamakgan kukxilhma kmakgkatsiy.

.

Kiwankgoy xatalayaw xla matanka nima liya xapu’akgchi’

mpi nalh tamakalakgoy xlitsinka akgatunu kata

chu ni ukxní lxamasni kiwi’ wamputunkgoy..

Klakgatiy kkgaxmat xtatlakgni sin

laa akgaputanuyi xakgstin kinchik,

chu tajuyachi kkubeta chu kbotes kxpulakni’ chiki’. 

Klakgatiy laa ma’akgapusastikan xla kartón kinchik,

klakgatiy lala kilaktajuy xlimuklhún

laa kumu xasasti chiki ntakgankgawanan

chu makgankgapulakkiy kintalakapastakni´

la kaaku aktsu tsumat xakwanit.

.

Kukxilh kintaxtikat nima kaa’akgantutu xtantun chu nila kintamakgtanikgoy.

Kukxilha kintatawanu nima akgpatsankgawilinit, chu kiwaniy mpi makgasata kanit,

kukxilha xatalakpakxni’ bloks litatlawanit xapatsaps

ntani tasiyuy lala talhkatawilakgonit laktsu makanin.

Klakgatiy klikgamanan kimputaxintiwatni kkatiyatna’,

chu klhkay kilhtamakú kxatataxtitni kilhakgat

chu kkixunut nima kilakgstitajtá.

Klakgatiy ktastiwitnan kxtampin kalaxuxni’

chu lhkgan ktamayacha kxa’akgaskakma kabin,

klakgatiy kkgalhakgaxmatkgoy lhpú chu tampokgo’

nti makgskgakgakgoy kakabini’.

.

Klakgatiy kmawakay tsinkalapatuy ntani akganuwaka kintamputsni’.

.

Klakgatiy kiákgstikatrón nima kimapanuniy nitlan ún,

ni manuy xtakilhwantas xasilakgna kinap,

ni takgstilakgalhiy kinchik maski likwa ‘unan

xlakata aktanks kgalhtawakganikgonit kintse’ chu kintlat

nima axkut chu axux kankalay

kuchu kgalhiy matsat, xtachuwín tokgxiwa’,

laa kumu xlukut chekgat nima nilay talakgtlakgay.

II

Cada vez que regreso

me gusta ver que todo sigue igual

como mirar una fotografía que tomé hace tiempo.

.

Los taláyaw[1] de matánka[2] que sostienen el pu’akgchi’[3]

quejándose que no aguantan el peso de los años

y se resisten a ser un árbol muerto.

Escuchar el son tradicional de la lluvia

filtrándose entre los poros del tejado,

cayendo en los botes y cubetas en el estómago de la casa.

.

Me gusta ver cuando renuevan el techo de cartón,

que el olor impregne todos mis sentidos

ese tenue olor a casa nueva

que abre el cántaro de mi infancia.

.

Ver las sillas con tres patas que no pueden quejarse.

Zapatos olvidados que hablan de mi ausencia,

piel de blocks desgastados

donde se miran huellas de manos infantes.

Jugar nuestra resbaladilla de tierra,

medir el tiempo en el agujero en nuestras ropas

y el sudor tostado en nuestras sienes.

.

Columpiarse bajo los naranjos enfermos

y caer sobre una cama de hojas de café,

escuchar el cuchicheo de una pagua y un tampokgo’

que son casa para el frondoso cafetal.

.

Colgar orquídeas en el árbol que guarda mi ombligo.

.

Admirar el techo que nos resguarda de malos aires,

de los presagios de muerte de la tía grillo,

de las torrenciales que no pueden despeinar mi casa

porque mamá y papá

la han edificado con rezos olor a tabaco y ajo

con aguardiente de sal, con palabras del sauco,

como huesos de chekgat que nadie puede romper.


[1] Talayaw. Palos que fungen como pilares que sostienen una casa.

[2] Matanka. Tipo de árbol

[3] Pu’akgchi’. Palos que van en el techo de una casa.

Pulachin nima nitu xamalakch

Yakgolh chiki’ ntani ni makgstum tiyataxtuputunaw,

waniyaw kimpuchinakán

mpi kaakimkamalakpipanun ntani wi ntakatsanawat.

Hubert Matiúwàa

Lakgsputlh xtapatín xchiki kintata laa klakachilh unu’.

Kulantu nima aku kikikanit mpulh kkgankgawanalh,

stakgna nima makgslitonkgwan xmakgskgomakgolh kpugas,

kayitnawa mustulut, kgalhtunit nima nikgalhiy xalhtukun,

chu nipxi’ swilit xlakamiwilakgocha’.

Akxní kinchaxka laa lipikwa xmapamkganamaka

chu xtantlimakgoka xla muñeca.

Kit maa unu ktachixkuwilh kxchiki’

wapi tlan nana natamapakuwiy xlakata wan kintse’

mpi kitku xliakgstum xlistakna kwá.

.

Pulaktum chiki’ ntani tlanka talipuwan litalhkaminit,

takatsanawat nima akgtimputsalay xakgstín

chu kgalhtutu nín lakamiyakgolh na’anu’.

Xpulachin xwanit kinana,

chu kinapa Zenaida chu kinkuku Abundio.

Xatse’ chu xalakgskgatan chali chali xnikgoy xmakgkatsinikgokan

lanchiyó unu kchiki’ lamakgolh maski nikgonita´,

kgalhkgalhimakgolh achatum ún nti nanimaja’

lakxtumchi natapakikgoy chu nankgoy kxalipan xchikkan.

Prisión sin puertas

Hay casas en las que nunca quisiéramos pasar,

le decimos a nuestro Dios

que aparte ese dolor de nuestro ojo.

Hubert Matiúwàa

Nací y la casa despertó de su agonía.

Se perfumó mi primer respiro a cilandro recién cortado,

chiles presumiendo su piel de terciopelo bajo el candil,

hierba-mora morada, quintoniles sin espinas,

calabazas se asomaban desde un rincón.

Nací bajo los arrullos de cohetes

y zapateados al son del skgata’.[1]

Soy la que nació en esta casa

si así podemos nombrarle, pues dice mi madre

hasta entonces fui su primer corazón.

.

Un cuarto con las medidas de la tristeza más ancha

dolores que sobresalían del techo

y tres muertos que miraban desde un rincón.

Fue una prisión abierta para mi abuela,

para la tía Zeinaida y el tío Abundio.

Madre e hijos murieron todos los días

y ahora viven en estas paredes,

esperan al último fantasma que también empezó a morir

para irse en familia hacia su verdadera casa.


[1] Skgata’. Bebé. En la comunidad de Tuxtla hay un son tradicional donde se baila con una muñeca simulando un bebé en el carnaval del 3 de mayo.

II

Lanchiyó klakapastakkgoy ninín xalak kinchik.

Wanti akgatunu tsisní nilh

chu tamakgaslalh xtiji’,

akgtum putlaw xwanit xtapatin, nima nixtlawan,

Octavio Paz

Pulaktu chiki’ pulakskun chu pulakgtlitlakg

chatuy lakpuskatin chu chatum kgawas, kuluksun wilakgolh

kxalhkaka pulhkuyat.

Nila jaxkgoy,

wintu ntatakgsa uyanu kchiki’ nikglhiy xamalakch ntu lilakgtachokgokgoy.

Nalh unu kakilhtamakú wa ntatakgsa xtiyatliwakan

cha lamaku wa xa’un xkuxtakan, nti niamputunkgoy,

nila ntalakkiy xa’un malakch.

Nimakgstum analh malakch ntani tlan xlaktaxtukgolh.

II

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

 La que murió noche tras noche

y era una larga despedida,

un tren que nunca parte, su agonía.

Octavio Paz

Un cuarto con tez de humo y huesos quemados

dos mujeres y un joven, sentados están

en los brazos de las cenizas.

No pueden irse,

algo les detiene de esta casa sin puertas ni ventanas.

Sus cuerpos ya no están aquí

pero su kuxta’[1] se resiste a no marcharse nunca,

la puerta invisible no puede abrirse.

Nunca hubo una puerta que pudieran abrir.


[1] Kuxta’. Nuestro hermano animal.

Xaxlipan kinchikkan

Kakglhuwa chiki’ ntani latamaw

ntani tasay, tani akpukutulitsintamakgaw.

Lalichipayaw xchik kinatlatnakan

xtananá mparachu nakukaliyanaw

laa akxni natapakiyaw unu kakilhtanakú.

Wampi nanachu xwa,

ni makgtó xaklakapastaklh katuwa tu xakliyalh xala kakilhtamakú

xakliyalhi xtalipuwankan chu xtatsakan kilaktatanikan,

lakpuskatín xala kAkgpuchokgo,

chu xakmakgaxtakglhi kintalitsinat nima kmakgpitsilh

chu kintakikgolh kilakgskgatan chu kinatanatna’.

Xakmakgaxtakgnikgolh kilaktsuman chu kintanatna’, xtakatsín papa’,

xalala makuchikgokan listakna´laa ntaxpulataktay.

Xakmakgaxtakglhi mpaksi kilhtamakú nima kkilatamach unu kchiki’

nichi aktsu tikitsankgax kilhtamakú ntu nalitlankanaw.

Nuestra verdadera casa

Son muchas las casas que vivimos

que lloramos, que reímos.

Peleamos por la casa de nuestros padres

como si lo llevaremos cargando en la espalda

cuando termine esta jornada.

Si así fuera,

no dudaría en llevarme algunas cosas de esta vida

me llevaría las tristezas y los llantos de mis abuelas,

las mujeres de Akgpuchokgo[1],

y dejaría todas las sonrisas que regalé y recibí

de mis hijos y mis nietos.

Dejaría a mis hijas y mis nietas, las historias de Luno,

la hazaña de enmendar un corazón desmoronado.

Dejar todo el tiempo para que en esta mesa

nunca hagan falta los días para luchar.


[1] Akgpuchokgo. Nombre totonaco de la comunidad de Tuxtla.

Xlikgasiya kinchik

Wapi winti naktlini unú kakilhtamakú wa kinchik naktliniy,

ntani tatakgs kinkata chu kimakgskgakgalh xanikuta xaktatakgs.

Chapaxuwana naklitli akgtum tatlakgni’ nima nalichuwinan

laktatana’ nti mapulukgolh xtankgaxekga kinchik.

Naktliniy xlistakna’ nima anta wi xtampin tlamin xla paxnikak,

naktliniy xkiwikgaxi’ ntanu chakgapuxtukan xtalipuwan.

.Naktliniy kintse’ xlakata xpulakni xakgasiya kinchik wa.

Primera casa

Si a algo voy a cantarle será a mi casa,

casa de mis años en sus distintas paredes.

Cantaré un son que hable de los huehues risueños

que cimentaron su raíz de piedra.

Cantaré por su alma debajo de la olla de paxnikaka[1],

por el kiwíkgaxi’[2] donde enjuaga su congoja.

Cantaré a mi primera casa que fue mi madre.


[1] Paxnikaka. Un tipo de quelite

[2] Kiwikgaxi’. Lavadero de madera.

Retrato de la autora: Martín Tonalmeyotl

Foto: Marisol Ambrosio Martínez

Por Marisol Ambrosio Martínez

Yë’ë jëts ntääk najt ejt xtäjënkajpxyëtëp ko tëjk tyëm jëpämp ko nyä’kpëtsë’ëmëm ko ëkwä’än meeny-jënkääp jyëkpäty jyëk’ijxy o ko n’ëmajtskyëm, yë’ë këjxp ko ëtoom jajp nkaaky-ntojkx njënk’e’eyëmtä -njëkpätyëmta, pä’äm-ëyo’on net kyäxëëky tëkotp ëtoom nëtsojkyëmta, pety ko tëjk tu’uk jëknëwä’äka këkääm-kënääx pyëën jëktump, ja’ mëjä’äytyëj ja’ äpët mëtë’ ojts kyënääx’äjta, yë’ëkxy, wyaay, tëtu’uty, nyë-jyuuky jëkmetyëp jëts ëwä’ätsäjt jyëk’ëmëtey ja’ tuunk ey päät tyu’uyo’oty jyëk’ëmëtey ka’at jyëënte’etyë’t, ko të’ën ‘yëktu’uyo’oy nejt ja’ nääx jyëknëxäjänëm nejt tyäjtëkëta, ko ‘yats tjëktsontäkänëta nejt kääm nääx jyëktiny, xätsy, e’ekxy, tëtu’uty, waay, nëë mëët tsajpnëë’a, ja’ et nääxwi’iny jëktäjëntsëjkyëp jëts ma’axtujkën jyëk’ëmëtey ko nääx jyëktäjy-jyëkjeepy, jëtë’ën ja’ tëjkojk tsyo’ontä’äky ëjts nkäjpjooty.

Mëjk yä’ät jujkyäjt mä ja’ kë’ëm jä’äy ka’at xyämpäät ja’ jë’ën-tëjk ey päät t’ejxta-tpäta’, maay unk ënääjk tyëty-tyäk mëët tsyënëta’ mä tëjk ka’at ey ‘yëtikya’ ka’at ey kyojyä, mëjk xuux-ään tkëpëkta’, nëëmay kë’ëm jä’äy mëjkäjpjojty tsyënëtä muum tyëjk ka’at teet jajp nëäy-tu’u’äy tsyënëtä, ntëkëjxp ëtoom të’ën tyëmjajtyëm-tyëmkyëpejtyë’m?, ntëkëjxp ëtoom të’ën nkëpëjkyëmtä’? yë’ëts nyëtyipyëjkëp. Xyääm kujk tyu’uyo’oy mëkojxk mëkëpxy jëëmëjt nääxy ko’ kë’ëm jujkyäjt ëkwä’än tjëkëtëketsyoontä’, ëjxwitsy ja’ këëkääm-këënääx ‘yëta’ e xëënyëkoots tyunta ka’at meny jënkääp tpäty jëts tyëjk tëkojtë’t, të nëmääy tja’atyëkenyëta ko et nääxwi’iny yajkpy ja nääx, tsää, kipy, ujts-ääy jëts ja’ tyëjk tkojtë’et, të jujkyäjt kaanaxy tyëkajtsnë, tjëktëkajtsnëta, xyääm pu’uty ja’ nääx jyëk’ijxy jëkjowä’.

Päätäjtëp jyëktënëpëtäkë’t ja’ meny jënkääp jyä’ät mää këëkäjp-këënääjxët mëte’ jyëën tyëjk ka’at teet, kyë’ëjëmp meeny tëxäjëtë’t ka’at mäpäät nyääxt mä jëntsën tyumpët. Tëë Nëëwemp käjp mëëkoxkjëmëjt nääxy jyëkëmëtuunä tëë ja’ äp, tetyëmëj-tääkëmëj tsyatsyjäta’, päätäjtëp ja kë’ëm jä’äy ey tyëkojty jyujkyä’ätët.

Esto es lo que nuestra madre siempre nos explicaba, nos decía que una casa es lo primordial al llegar a la etapa final del crecimiento, cuando recién empezamos a ganar dinero o cuando nos juntamos con nuestro compañero de vida. Dentro de una casa elaboramos y producimos la comida del día a día; cuando llega alguna enfermedad, algún mal, dentro de la casa es donde nos resguardamos; por ello, al planear una casa, lo primero que se hace es dar ofrenda a los que fueron dueños de estas tierras, a los abuelos y a los ancestros. Se les ofrenda tamalitos, maíz molido, huevos, mezcal y cigarros, todo esto es lo que se les ofrece para pedirles permiso y para que abran el camino y así los trabajos se desarrollen sin ningún mal o algún accidente. Al terminar esta encomienda es cuando se empieza a escarbar la tierra y en la etapa de la cimentación también se le da ofrenda a la madre tierra: tiras de masa, tamalitos, huevo, maíz molido, tepache y un gallo, eso es lo que se le ofrece; al mismo tiempo se le pide perdón por haberla cortado y escarbado. Así es como empieza la construcción de una casa en mi comunidad.

La vida es tan dura para los nuestros que hoy en día no llegan a tener un hogar en buenas condiciones; hay tantos niños y niñas que viven con sus padres-madres dentro de un hogar que no tiene puertas ni ventanas, no tienen las condiciones primordiales de un techo, muchas veces sufren las inclemencias del cambio climático, ya sea demasiado calor o demasiado frío. Muchos de los nuestros habitan en las grandes ciudades, viviendo debajo de los puentes y en las banquetas, viven sin casa y sin hogar. ¿Por qué eso nos pasa a nosotros? ¿Por qué es que lo seguimos permitiendo? Es lo que me pregunto. Han transcurrido más de 500 años desde que empezaron a extirpar nuestra forma de vida de nuestras memorias. Los dueños de estas tierras siguen excluidos; por más que trabajen día y noche no les alcanza para que disfrutar del derecho de construir un techo en buenas condiciones. Muchos hemos olvidado que la madre tierra nos provee de tierra, piedras, madera, plantas-hojas y lo necesario para construir una casa; la forma de vida ha cambiado tanto, nos la cambiaron tanto, que en la actualidad a la tierra se le ve como algo sucio, se le siente como algo sucio.

Los dueños de estas tierras merecen un recurso económico, los nuestros que carecen de una casa digna merecen que éste llegue a sus manos sin que pase en ningún filtro de los trabajadores del gobierno. Después de pasar por la Colonia y por el Estado Mexicano por más de 500 años, nuestros ancestros, abuelos-abuelas, merecen en estos tiempos un techo digno para una vida digna, después de todo el sufrimiento que han tenido como parte de los pueblos originarios.

Retrato de la autora: Conrrado Pérez (Conrad)