Foto: Río Negro de los Chimalapas. Elí García Padilla

Por Josefa Sánchez Contreras

Si algo caracteriza a Chimalapa, la tierra que habitamos los angpøn (zoques), es la abundancia de aguas y ríos. Más de 594 mil hectáreas de bienes comunales compartimos las comunidades agrarias e indígenas de San Miguel y Santa María. Pero más allá de las delimitaciones, el territorio es parte de la llamada selva zoque, el corazón del istmo de Tehuantepec.

Nacer en tierras comunales es resultado de una larga lucha por sostener nuestra existencia como pueblo; para quienes ahí crecimos la oralidad se nos ha revelado como historia viva que narra una interminable defensa de los ríos y montañas. Se trata de relatos marcados por la constante negociación y confrontación a los espolios ejecutados por los regímenes coloniales y liberales, cuya continuidad de despojo en el siglo XX se ha manifestado en conflictos agrarios, en la invasión de empresas madereras y en el desmantelamiento de las tierras comunales que han pretendido las familias de caciques chiapanecos. 

Vive en la memoria del pueblo que en los días de noviembre de 1986, la Asamblea General de Comuneros de Chimalapas acordó recuperar las tierras que Ernesto Castellanos había acaparado, imponiéndose como patrón de la finca cafetalera Casa Blanca. Se les comisionó a 300 comuneros la tarea de impugnar la propiedad privada; con esta legitimidad, el 2 de diciembre rodearon la finca y sigilosamente detuvieron al hermano del entonces gobernador Absalón Castellanos, a su capataz Luis Uvando y a ocho talamontes más. Los chimas liberaron a Ernesto Castellanos, a los nueve detenidos y con ello recuperaron parte de las tierras comunales de la zona oriente (los límites entre Oaxaca y Chiapas).

Como si fuera el ocaso de las fincas, ocho años después, en enero de 1994, los mayas del EZLN detuvieron al cacique Absalon Castellanos, ex gobernador y ex comandante de la 31 Zona Militar. Algo parecido a lo que habían hecho los comuneros chimas, los insurgentes atraparon al finquero en el rancho San Joaquín, ubicado en la comunidad de Momón, municipio de Las Margaritas. El cacique fue sometido a un juicio ante un tribunal revolucionario con los cargos de enriquecimiento ilícito, acaparamiento ilegal de tierras y presunto responsable de diversos asesinatos. 

Definitivamente, la detención de los hermanos Castellanos ha representado un ejercicio de justicia agraria y la liberación de ambos ha significado una lección ética de los pueblos a los terratenientes. Si el fin del siglo XX puso de manifiesto la autodeterminación de los pueblos por recuperar sus tierras, el siglo XXI nos convoca a la defensa de los territorios frente a los violentos despojos extractivistas. En este tiempo en el que la tierra arde (bi nax atzp’a), Chimalapas ve amenazado sus ríos, lagunas y aguas por proyectos de minería a cielo abierto que buscan extraer oro y cobre. Se trata de 7,109 hectáreas de bienes comunales otorgadas en concesión por la Secretaría de Economía a la empresa canadiense Minaurum Gold. 

Desde 2014 que nos enteramos de la amenaza minera, las mujeres y hombres de San Miguel Chimalapa hemos convocado a los pueblos zapotecas e ikoots para defender juntos nuestros ríos, pues el impacto destructivo de la minería alcanzaría la planicie sur del istmo y de forma letal llegaría hasta las lagunas del océano pacifico. El riesgo es la contaminación del agua. Por tanto, desde los pueblos se ha decidido en diversos encuentros regionales ¡No a la mina! Esto se ha plasmado en actas de cabildos municipales y de autoridades agrarias. 

Además de que los ríos nos unen desde las montañas de Chimalapas hasta la planicie zapoteca y las lagunas ikoots, también compartimos territorialmente el intercambio de alimentos: el frijol y la carne de la montaña son apreciados en la planicie, mientras que la variedad de pescados y camarones en distintas versiones son bien recibidos en Chimalapas. El maíz de donde se derivan los totopos y las tortillas siguen siendo la base alimentaria de la región. Por tanto, la amenaza minera sobre nuestros ríos y cultivos es también un atentado a la vida.

En agosto de 2020, la empresa minera intentó obtener permisos en la SEMARNAT para ejecutar 20 perforaciones que suponían tan solo una parte de la exploración. La noticia suscitó reacciones y en el ejercicio pleno del derecho al territorio, los pueblos zoques, zapotecas e ikoots, como en años anteriores, asistieron a la zona concesionada para verificar que la empresa canadiense no estuviera explorando de forma ilegal y desde ahí rechazaron la exploración y explotación minera. Sin embargo, actualmente la concesión sigue vigente y la SEMARNAT no ha hecho público el resolutivo que le dio a la solicitud de exploración de la empresa Minaurum Gold. 

De forma extraña, los medios de comunicación anunciaron la cancelación del proyecto pese a que nunca se canceló, lo real es que la noticia falsa sirvió para cubrir el silencio de la SE y de la SEMARNAT. La concesión minera continua vigente y pese a ello la convicción sigue siendo defender los ríos cuando la tierra arde. 

Retrato de la autora: Archivo IIH-UNAM

Foto: Norma Alicia Palma Aguirre

Por Norma Alicia Palma Aguirre

En el mundo rarámuri todo está conectado con todo. Aquí no existe división entre las cosas, el territorio rarámuri es todo, hasta donde se alcance a ver. Hace algunos años vivíamos libremente: en tiempo de calor la gente subía a la parte alta a pasar la temporada y en tiempo de frío bajaba a las barrancas. Todo el espacio era de todos, todo lo que existía se podía aprovechar: cazar animales para nuestras ceremonias, usar los pinos para techar nuestras viviendas, aprovechar los ríos para bañarnos y para pescar; todo en armonía con la naturaleza. 

Para nosotros, el territorio es la tierra en la que estamos, es nuestro hogar, nuestra madre, vivimos en ella y de ella vivimos, nos cuida, nos ama y nos protege. Nosotros le correspondemos de igual manera, la cuidamos y la protegemos también. Estamos en continuo contacto con la tierra, para que sienta y sepa que aquí seguimos; estamos en continuo contacto con la tierra para no olvidar de dónde venimos, por quién vivimos. Como rarámuris que somos, debemos sentir la tierra en nuestras manos, en nuestros pies, para ser y sentirnos parte de ella. Somos uno con el territorio y, por lo tanto, territorio somos todos nosotros. 

Para los rarámuri, el territorio no es un espacio aparte, no podemos decir “nosotros y el territorio”, ni podemos decir “nuestro territorio”, no sentimos nuestro el espacio en el que vivimos, no lo poseemos. Para nosotros, el territorio no tiene fronteras, no tiene límites, no podemos decir “de aquí hasta allá es mío”, “este bosque es mío” o “esta agua es mía”; mucho menos se puede cambiar o vender. Siempre tenemos presente y estamos conscientes de que hay que cuidar el territorio, así nos lo encargaron nuestros antepasados, ellos nos han dicho que el lugar en donde caminamos nos fue prestado, por lo tanto, hay que dejarlo mucho mejor para quienes vienen después de nosotros. Ésta es nuestra creencia. Se nos ha enseñado que somos parte de este territorio, somos una unidad y hay que ayudarnos. 

El territorio nos alimenta, nos cobija y nos enseña; a nosotros nos toca cuidarlo, alimentar sus aguajes, cuidar su bosque, sus animales grandes y chicos, no contaminar su suelo, su agua, su aire. Hay que agradecer con nuestras danzas y nuestros ritos cada vez que sea necesario por todo aquello que nos da. Decimos que hay que darle fuerza a nuestra tierra para que nos siga dando de comer y nuestra manera de darle fuerza es realizar nuestras fiestas; le damos fuerza a través de nuestra convivencia en comunidad, compartiéndole nuestras cosechas, nuestras tristezas, enfermedades y alegrías. Si dejáramos de hacer fiestas, nuestra tierra se sentiría triste, no tendría fuerzas para alimentarnos, se debilitaría, se enfermaría y nos compartiría su enfermedad, dejaríamos de existir como rarámuris y, por lo tanto, desaparecería el territorio. Tristemente, en la actualidad, seguir cuidando el territorio es difícil pues vivimos con gente que piensa que su comodidad está por encima de todo.

En el territorio hay muchas cosas: árboles, plantas comestibles, hierbas medicinales, animales, piedras preciosas, agua y aves hermosas. Si alguna vez necesitamos de todo esto, sacamos lo necesario y siempre pedimos primero permiso a la tierra; nosotros no sacamos para acumular. Sin embrago, hay gente que cree que el territorio debe darle riquezas, saquean sin pensar en las consecuencias de sus actos, sin pensar en el otro y sin pensar en pedir permiso a la tierra, ni siquiera agradecen lo que ella les da.

En las últimas tres décadas ha habido más interés en el territorio rarámuri, el mayor impacto de ese interés ha sido la explotación masiva de los bosques por parte de las empresas madereras que hacen contratos con las autoridades ejidales, sin tomar en cuenta a quienes habitamos estas tierras. Las leyes agrarias están hechas desde los escritorios y favorecen a las empresas, se han inventado leyes para proteger los bosques pero en realidad no es así.  Todas las leyes que, según existen para proteger el medio ambiente, favorecen la destrucción. Ahora no podemos aprovechar los pinos para techar nuestras casas, si necesitamos un poco de madera debemos comprarla en alguna maderería. No podemos cortar un pino, si lo hacemos nos multan, mientras todos los días vemos camiones cargados de madera para vender a las empresas madereras, éstas sí son legales, según. Nosotros ocupamos estas tierras desde hace más de mil años pero llegan otros trayendo leyes y formas extrañas de ver lo que existe aquí.

Actualmente han llegado también organizaciones delictivas que arrasan con todo. Vemos con tristeza que están desapareciendo muchas especies que habitaban los bosques, los pájaros ya no encuentran dónde hacer sus nidos y se han ido, otros animales se han ido por miedo a los ruidos que hacen las motosierras. Los proyectos turísticos vienen cada vez con más fuerza, no solo contaminan los ríos con sus drenajes si no que desalojan comunidades también. Así son los proyectos del llamado progreso y, desgraciadamente, muchos hermanos rarámuris son atrapados por estas políticas de control. El territorio rarámuri está hecho pedazos por el sistema del estado.

A pesar de todo, una buena parte de la población rarámuri sigue practicando lo que nos dejaron nuestros ancestros, seguimos creyendo que el territorio tiene vida y siente los atropellos. Dicen los sabios que el creador está triste por todo lo que está sucediendo, durante estos últimos años no ha llovido como debe: llueve cuando no debe llover, nieva cuando no debe nevar. Todo esto lo ha provocado la gente que no sabe y no entiende el medio ambiente, gente que no sabe y no entiende que todo lo que existe en el territorio rarámuri tiene vida, gente que solo piensa en hacer dinero a costa de todo. Par nosotros, los árboles  y los animales son los que llaman al agua; ellos son los seres misteriosos que saben cuidar los aguajes y los manantiales. Ellos, como todo el territorio, tienen vida, son vida. 

Retrato de la autora: Equipo Comunarr

Foto: Tierra. René Orozco Lorita

Por Noemí Gómez Bravo

M’itï mnaax

Yë it yë naax
jöma ëts ntena ntsïïna
jöma ëts njööntyka naxviijna
jöma ëts nxööjnkin n’ayo’vïn nyaknaxy.

Yë naax yë kajpën
yë aay yë öjts
yë në’ën yë tënëk
yë’ë ja jööntykïn tï mmooytup
ëts yë n’aa yë nja’vin.

Ëts yë n’it ëts yë nnaax
jöma yjëpa tsyo’pa jä va’ajts poj’
jöma ja nëë ja töö va’ajts nyaxkëta’aky
ka’amaayap.

Yë naax
Juu ëts nyuup juu ëts ntuump
Juu ëts ntukja’yuvyup ntukjöötkyup
Jöma ëts nyakpojtëk ja n’amit ja njöötmit
Juu ëts nkaayp juu ëts n’uukp
Juu ëts amëj jötkoj xyak’i’tp.

Yë naax
Jöma ëts n’ïta naxviijna
Jöma ëts nkunaaxa nkukajpëna’
Jöma ëts nyaky nkuvet
Mëëjt ja naax mëjt ja kajpën.

Tu tierra tu territorio

En esta tierra 
del mundo en que habito
donde la tierra es la vida
donde el gozo y la tristeza se abrazan.

La tierra, el pueblo
las plantas, los árboles
las aves, los animales
hacen de la vida
a mi alma, a mi cuerpo.

Mi tierra, mi territorio
donde amanece y anochece el aire puro
donde el agua y la lluvia descienden
sin mezquindad.

La tierra
la que desmonto, la que cultivo
la que sustenta mi cuerpo y mi alma
donde levanto qué comer qué beber
la que me hace sentir gente,
ensancha mi boca, yergue mi estómago.

La tierra
Donde soy el tiempo y espacio
donde soy el rostro de ella
donde soy pueblo y firmamento
donde sufrago, donde recibo,
con la tierra y el pueblo.

Retrato de la autora: René Orozco Lorita

Foto: Tierra y agua. Gabriela Molina Moreno

Por Gabriela Molina Moreno    

Hantx mooca íímoz

Hant iti aayai quij ziix quih quisax cmaam isxeen o’azi quiixquim quih tax cmiis ihá,
iizáx ox he miaam haayaquej cöi,
xiica quistox imiipla yaaizi cmaax hant com iti imaalx cöi,
xiica quistox iizáx toyaaix hant iti’isoii ac tax icp àno ctiinloj ma tax ocötpaacta ma Hant Comcáac haapá ipiix iti amoii.

Hant moocoho ipi ncaa anso héhet zo tax ihmaa, hasatoj xa, xepe quih teeloj xa xiica caamotam hant caan ac àno cöi iizcöi, cocsar haapá xa caahtxiim izcöii anso ziix quih isamipaaloj ac taax oo quiy íha.

Haayaquej quih ox mooza 
hoopatj zo antiipa iimpín tax xiica quiistox iihistox com hant com cöemetiin iizcoi aa teemio, ziicalc xtaasi an com àno cöi coi ihiipooza quih impí x xiica caziil caalam xa teenzil istox antpaiilx quih tax mihí tax oo hsmiis ah aa,
xepe com haait ímo cpaazc xiica quistox imiipla yaaizi cöi tax iihaitx quih tax aa.

Híipaz quih ox inyoii; ¿zo popaacta ta coonsital aa te? Compiitaláx mooyacj xa, itihmiiha cmaam, inyaaquej quij tax cmihitaal aa tax oo ihsmiis ah aa.

Hant ihyaa quih ziix quih mos àno ámoz hanqueet quih tax iti moota ma hoyaat ih, iquisaax hapa zo tax ityaai ma iti ayaai, 
Tahejöc quij Comcáac quih ímoz quih tax caa.

Ziix quih icp saahanim ca z’ihma cocsar hapá cöi hant iti ayaai ízaax iti taazcam Comcáac cöi ihistox com hant com cöisatomitoj ta imaaizi, cocsar caaitaj quih iti caahajca iizcöi hacaiiz com itaaxcoj cmaajic xa xiica caziil cöi imiipla imaaizi.

El corazón de mis ancestros

Mi tierra es el vientre que nos engendró,
Así fue como me enseñaron los abuelos,
Aquellos que ya se fueron,
Aquellos que buscaban un lugar más justo para nosotros los de hoy,
Aquellos hijos de los que murieron peleando 
Para que nosotros tuviéramos este espacio, el cual habitamos al día de hoy.

Mi territorio no es simplemente las plantas, las montañas, las playas, el mar y los animales que hay en él, que tanto codician los hombres blancos y poderosos que solo vienen con el afán de destruir lo poco que nos queda, 

Los abuelos dicen que 
cuando escuchemos el sonido de las olas del mar son los pasos de los que ya no están físicamente con nosotros,
cuando escuches a los pájaros y las aves dentro de los manglares es como si escucharas los gritos y las risas de los niños que jugaron cuando todos los campamentos eran habitados,
el agua del mar es la sangre derramada de aquellos que asesinaron mientras defendían la tierra que hoy seguimos pisando, 

Por eso, un día mi abuelo dijo;
¿Cómo vas a vender todo esto? 
Si lo vendieras es como si vendieras a tu hermano, a tu madre, a tus abuelos, a tus tíos.

Mi territorio es el sitio sagrado en donde yacen los restos de aquellos que cayeron durante las guerras de exterminio, la Isla Tiburón es el corazón de mi gente pero también fue y sigue siendo el hogar de resguardo de mi Nación.

Queda vivo aún el recuerdo de cuando el hombre blanco llegó a querer acabar con toda mi gente, cuando los hombres que montaban a caballo mataron con lanza a nuestras mujeres y niños que quedaban en los campamentos de Tahejöc.

En memoria de todas y todos los que murieron asesinados de la forma más inhumana, a aquellas que acuchillaron para sacarle al hijo que llevaban en su vientre, a todas aquellas que lucharon hasta el último aliento, a las que les arrancaron el cabello para ponerle precio en las ciudades, a aquellas a las que violaron, 
A mis abuelas, a mis tías, a mis hermanas, a sus hijos,
A todas aquellas mujeres y niños que encontraron entre los matorrales, en las piedras, en el mar y en los campamentos a los que le prendieron fuego para que no tuviéramos a quién llorarle y que encontraron los guerreros a su regreso. 

Todos ellos son el recordatorio de que mi tierra y territorio no pueden venderse ni tienen precio.
Antes nos asesinaban con lanzas, con balas y cuchillos y ahora nos intentan exterminar con alcohol y drogas que entran a nuestras comunidades con la complicidad de las “autoridades” y “gobiernos”. 

Retrato de la autora: Yaz Molina

Foto: Tierra. Tomada por Yeimi López

Por Yeimi López

Cuando se habla de tierra, lo primero que viene a mi memoria son los relatos del abuelo, el papá de mi papá, quien recorrió y conocía, uno a uno, los linderos de nuestro pueblo, allá en tierras Ñuu savi.

También recuerdo que hay quienes habitamos tierra ajena, que un día nosotros o nuestras madres y padres decidieron tomar sus pertenencias, ponerlas en una mochila o caja de cartón para salir de su terruño e ir a trabajar otras tierras. Aún en esas tierras lejanas de aquel lugar en donde la neblina lo cubre todo en las tardes, en donde suena el río y se puede recoger la fruta de los árboles en el camino, se oye la voz de nuestras abuelas y abuelos. Sobre todo, cuando corría la lluvia, cuando caía el rayo y el relámpago iluminaba la noche, mi padre nos decía: “contaba mi padre…”, mientras mi madre buscaba las velas y los fósforos para iluminar un poco el lugar donde habitábamos. Entonces escuchaba junto a mis hermanos lo que mi padre había escuchado de voz del abuelo. Para mí, era inevitable trasladarme al territorio Ñuu savi, imaginar los parajes y linderos recorridos por mi abuelo pues los relatos giraban en torno a las tierras, al territorio, a los múltiples conflictos territoriales que vivían los pueblos Ñuu savi, a los enfrentamientos armados entre pueblos hermanados. 

Los hombres y las mujeres se organizaban para defender sus territorios; a la memoria me vienen las palabras de mi padre: “las mujeres se iban lejos a cocinar, para que no se viera el humo de la leña cuando echaban las tortillas, mientras los hombres se preparaban para incursionar al pueblo vecino que había invadido sus tierras.” El escenario que imaginaba al escuchar eso no podía ser más desolador: casas quemadas, cuerpos tirados en la tierra que se teñía de rojo, imágenes de santos y campanas de la iglesia que eran tomados como trofeos entre un pueblo y otro. 

Muchos años después, encontré en diversos repositorios documentales el testimonio de esto, escrito en diferentes oficios, en los cuales se pedía la intervención del ejército para parar más de treinta años de conflicto territorial que se había transformado en un campo de batalla en los linderos. Mi asombro era tal que no podía sino recordar las palabras del abuelo: “nuestros pueblos estuvieron en guerra”, guerra que en algún momento se pensó solucionar con la obtención de un documento llamado “Resolución presidencial”. Fue entonces que comenzó una etapa distinta en la lucha por la tierra. Se reunieron los documentos necesarios, salieron de un viejo envoltorio de piel los documentos antiguos, ésos que daban cuenta de la lucha en los Juzgados de Primera instancia, ante la Corona de Castilla y que habían pasado de mano en mano para ser resguardados celosamente en el viejo mueble de madera; un mueble en donde estaban también los inventarios de los objetos que se consideraban bienes de la comunidad, inventarios escritos en viejos libros en donde relucían las firmas de los encargados de resguardar esos bienes.  

Se recorrió nuevamente el territorio, esta vez en busca de llegar a acuerdos con los pueblos vecinos, tratando de establecer los límites concretos, de poner con la “Resolución presidencial” una suerte de frontera que resultaba más imaginaria que real entre pueblo y pueblo. Ésta no era la primera vez que se intentaba establecer límites entre unos y otros; en Oaxaca, las Leyes de Reforma, el reglamento de 1862 y las etapas de municipalización habían orillado a los pueblos a establecer sus límites. Los resultados de todo eso, en múltiples casos, fueron más que catastróficos. Pretender la delimitación de pueblos que un día estuvieron unidos antes de la llegada de los conquistadores, los obligó a confrontarse entre ellos en aras de cumplir con lo decretado por el Estado nación. Todo esto abrió una honda herida entre pueblos vecinos que un día compartieron montes de uso común o aguas comunes en los ríos. Ahora tenían que marcar una línea que los separaba.

Deslindar, amojonar las tierras parecía la solución a los múltiples problemas ocasionados por conflictos territoriales, sin embargo, en algunos casos, ello confrontó aún más a los pueblos. Haciendo memoria, he leído en algunos documentos, en diversos archivos, lo que han padecido aquellos pueblos que desde el inicio de la Colonia fueron expropiados de sus propias tierras, les quitaron sus aguas y ríos, ahora debían pagar una renta por sus propios bosques y por tomar el agua que se encontraba dentro de su territorio. Para protegerse, otros pueblos decidieron unirse. 

Por todo esto, cada vez que voy a los archivos, aquí y allá, no puedo evitar recordar las palabras del abuelo, sus relatos sobre las tierras de nuestro pueblo, porque así empezó mi andar por tratar de reconstruir territorios, unas veces imaginados y tantas veces añorados por crecer lejos de nuestra tierra, de nuestra palabra y de nuestra lengua. Por eso, cuando hablo de tierra, cuando hurgo en esos lugares de la memoria, me acuerdo de ti. 

Retrato: Itali Sarabia López

Foto: Antonio Turok. Ejido la Quesera, Huexca, Morelos

Por Teresa Castellanos Ruiz

La tierra es indispensable. Si sembramos la tierra, nos damos cuenta que gracias a ella comemos, gracias a ella tenemos maíz y frijol. En la mesa de los mexicanos hay calabaza, cebolla, chile, jitomate, arroz, maíz elotero, ejote y muchas cosas más. La tierra es la madre que nunca nos deja sin comer, es portadora de vida. Sin ella no podríamos vivir, tenemos que cuidarla para seguir viviendo, no podemos seguir pensando en explotarla para beneficio de algunos cuantos. Tenemos que entender que somos sus huéspedes y, ya que nos da la oportunidad de vivir en ella, hay que ser agradecidos. Cuando nuestro cuerpo muere, ella nos recibe y nos invita a reposar dentro, nos abraza y, ya en sus brazos, entramos en descomposición para después llegar a ser polvo. 

Al sentir la tierra, nos damos cuenta que algo tan polvoso, algo que el aire puede desvanecer con gran facilidad puede llegar a tener tanto poder: el campesino la empieza labrar, la prepara, inserta la semilla y de repente lo que empieza a germinar se convierte en algo vivo que dará de comer a alguien para mantenerlo vivo también. En las entrañas de la tierra existe otra vida, el agua que emana de ella; tierra y agua en conjunto hacen maravillas. La tierra es similar a la mujer, no importa cuánto daño le hagamos, ella siempre sacará fuerzas para proteger a sus hijos y no los dejará sin comer. 

Como una madre, la tierra también nos regaña cuando se enoja y nos demuestra el poder que tiene; nunca se muestra débil porque sabe que tiene que demostrar esa fortaleza, llora cuando tiene que llorar porque también siente, es sensible y delicada. En muchas ocasiones no lo entendemos, sólo una madre sabe el dolor que le ocasionan los hijos y nunca dirá cuál de sus hijos le provocó ese sufrimiento. Ella sabe que, cuando sus demás hijos se den cuenta, discutirán y pelearán porque no todos los hijos tienen el corazón duro. Quienes nos damos cuenta de todo el maltrato que le hacen algunos a la tierra sentimos dolor, entonces protestamos, gritamos y tratamos de defenderla. Nos duele cada golpe que le dan, lloramos impotentes, somos perseguidos, pero aun así seguimos diciendo que paren, que la están matando, que la están violando y que la destruyen. Los hijos que nos damos cuenta somos muy pocos. 

A la tierra le destruyen sus cerros, los desgajan, le extraen los minerales que le dan vida, le quitan sus árboles que son los que la mantienen firme y le secan sus mantos freáticos. Cuando miro hacia el horizonte, veo cuánto amor hay en esta madre tierra, veo cómo los pájaros bajan y en sus picos llevan lodo para hacer sus nidos, veo cómo los armadillos se refugian en los agujeros que hacen y viven ahí dentro de la tierra, veo a las abejas que hacen sus panales en el suelo, las lagartijas  que corretean sobre la cara de la tierra. Todo eso es para mí la madre tierra, es vida, amor, coraje y ternura. Miro también a los niños que juguetean en el lodo cuando empieza a llover y se hacen los charquitos; entonces recuerdo que, cuando yo era niña, me gustaba jugar con tierra; mis hermanas y yo juntábamos tierra en botecitos de fierro y, ya que teníamos un montón, le hacíamos un hueco con el codo, después le poníamos un poco de agua y cuando ésta se compactaba con la tierra o se consumía, le metíamos la mano en la parte de abajo con mucho cuidado y así formábamos algo que según eran nuestras cazuelitas, jugábamos a venderlas.

Todo esto era muy bonito, la tierra nos enseñaba a estar unidas. Nosotras somos parte de esta madre tierra y es nuestra responsabilidad protegerla, si es preciso, con nuestra propia vida. Mi compromiso es por la vida. Nuestra madrecita nos enseña cómo crear vida: los ciruelos, las flores del shompantle, en estos tiempos de lluvia la tierra se empieza a llenar de mariposas, es una belleza.

Sin embargo, hay tanto qué decir sobre esta comunidad llamada Huexca, en el Estado de Morelos. Aquí sembramos maíz, sorgo, cebolla, chile, berenjena, melón y jícama. Desgraciadamente, con el proyecto de la termoeléctrica que instalaron en nuestro territorio y, aunque no esté en funcionamiento aún, le han quitado nutrientes a la tierra. Con sólo hacer las pruebas de la termoeléctrica, lastimaron mucho esta tierra y mi corazón se siente también lastimado. La tierra es un espíritu que tenemos que cuidar;  se parece a una mamá que recién dio a luz y quedó débil, así también la tierra está débil porque da mucha vida pero en vez de nutrirla, la han explotado y eso no es justo. Tú que me lees, ayúdanos, no dejes que la destruyan, defiéndela así como protestas cuando violan a nuestras hermanas, así también protesta por la tierra, porque es mujer y está siendo violada a cada momento. Tal vez no la estás mirando, tal vez no te diste el tiempo para bajar tu mirada y rescatarla.

Hoy, nuevamente quiero reafirmar que la tierra es una madre. Como una respuesta a todo lo que hacen en contra de ella, se han formado socavones como indicadores de defensa. El robo de agua, el saqueo y proyectos como el gasoducto impuesto a nuestro territorio han atado a la tierra; ahora su grito es muy fuerte pero apenas está siendo escuchado. Nuestra madre tierra está tratando de proteger a sus hijos gritándole a los capitalistas y a los entreguistas: “ya dejen de destruirme”. 

Foto de la autora: Antonio Turok. Huexca, Morelos