Ilustración: Isela Xospa

Por Isela Xospa 

Trabajo es el tema propuesto y he querido retratar el tianquizco. El tianquizco era un espacio de intercambio y verbena; en mi pueblo y sus alrededores existían muchos de estos mercados en los que todos los productores podían salir a vender e intercambiar sus productos. El tianquizco es un espacio en el que el trabajo de todos se aprovecha, valora y disfruta. Son espacios en resistencia que reivindican la fuerza del campo y el autosustento. 

Foto: Gloria Muñoz Ramírez

Por Lorenza Gutiérrez

Como bien sabemos, el trabajo del hogar, desde tiempos remotos, se ha asociado con “cosa de mujeres”. Se dice que nosotras nacemos con ese don del quehacer, por esta razón se ve tan normal que las mujeres hagan las labores en su casa. 

Pero, la situación es diferente cuando las mujeres tenemos que hacerlo a cambio de un salario. Aquí es donde comienza otro problema. Porque las empleadoras, lo ven como una ayuda y, muchas veces, son ellas las que hacen el contrato verbal. En ese sentido, cuando contratan a alguien sienten que no tienen ninguna obligación con esa persona. 

Lo podemos ver de otra forma. Para las empleadoras es muy cómodo no seguir las reglas, negándole a la trabajadora todas las prestaciones a las que tiene derecho. Prefieren no ver la necesidad de la trabajadora, no se involucran, no conocen si tenemos sueños de seguir estudiando, si tenemos familia, a veces ni nos ven: nosotras somos invisibles a los ojos de las empleadoras.

Las mujeres indígenas, que venimos de diferentes estados de la república, somos las que se emplean en casa y, en muchas ocasiones, haremos el trabajo de planta: que significa que nos quedaremos a vivir allí porque no podemos trasladarnos a nuestras comunidades.

En este sentido, cuando trabajamos de planta pasamos por muchas cosas. Se nos prohíbe que hablemos en nuestra lengua, debido a que la empleadora piensa que estamos hablando mal de ella. Se nos entregan utensilios exclusivos para nosotras, ya que no debemos usar la vajilla o cubiertos o vasos de nuestras empleadoras. También tendremos un lugar asignado en la cocina para comer y lo haremos después de que la familia haya terminado de hacerlo. A veces, los cuartos de servicio están en malas condiciones o cerca de lugares como el boiler.

Como ya mencionaba, no existe un contrato por escrito. Más bien los acuerdos son verbales, en ese sentido, aunque las empleadoras nos irán diciendo a las trabajadoras lo que se hará, las actividades se irán sumando, cubiertos con el mismo salario.

Las palabras más ofensivas son los nombres despectivos con las que siempre fuimos identificadas: como sirvientas. Aunque las organizaciones ya dijeron que somos empleadas del hogar sigue habiendo estados que las siguen nombrando así. En este marco, podemos decir que, para ciertas personas, el trabajo en casa es un trabajo indigno, porque nadie lo quiere hacer: sobre todo, nadie lo ve, a menos que la casa esté bien sucia o que la ropa no se haya lavado o que la comida no esté hecha. Ahí es cuando se nota que nadie ha realizado estas labores. 

En 1931, se promulgó la Ley Federal del Trabajo, en el 2012 se incorpora el principio de “trabajo digno y decente”. El Cap. XIII regula el trabajo doméstico, sin embargo, solo se quedó en un papel. Las trabajadoras del hogar, en general, no la conocen, ya que esta información no la divulgan los medios de comunicación y las empleadoras lo usan como justificación: tampoco lo conocen.

Antes de ser modificada, la Ley Federal del Trabajo decía “trabajadores domésticos”, cuando históricamente es un trabajo realizado, en su mayoría, por mujeres. Una vez realizada la modificación del Cap. XIII, se pensaría que las cosas iban a cambiar para las empleadas del hogar indígenas. No fue así, ya que  esta información sólo la conocen las personas que forman parte de alguna organización. 

Finalmente, estos avances se quedan en un documento, cuando podrían beneficiar a dos millones trescientas mil trabajadoras a nivel nacional. No podemos olvidar que también las mujeres que no pertenecen a alguna comunidad indígena se dedican a este trabajo. Sin embargo, las mujeres indígenas somos más discriminadas que aquellas que tienen el español como lengua materna. La discriminación entonces, en nuestro caso, se vuelve aún más terrible dentro de los espacios en los que hacemos un trabajo tan necesario como despreciado. 

Foto: Mujeres zapotecas en fiesta / Roselia Chaca

Por Roselia Chaca

Cuando se habla de trabajo entre las zapotecas del Istmo de Tehuantepec, inmediatamente me viene la imagen del ra racadxiiña’ cuya traducción al español, de manera literal, sería “el lugar del trabajo comunitario”, un espacio donde las mujeres se reúnen en torno de una fiesta, ofreciendo su tequio a los organizadores de una celebración social o religiosa para elaborar la comida que será repartida entre los invitados; el trabajo no tiene una recompensa monetaria, más bien refuerza los lazos de  hermandad y solidaridad.

Crecí corriendo entre las enaguas de mi madre, mis tías y abuelas, mientras participaban en esta forma de organización. En ra racadxiiña’ escuché por primera vez nombrar el sexo de las zapotecas como un conejo y la descripción jocosa del coito sexual, seguida de estrepitosas carcajadas. En este espacio público las veía dueñas de sí mismas, intrépidas, cabronas, aguerridas, blasfemas, arrebatadas, sin censura alguna, sin miramientos exponiendo  ante las otras  sus intimidades.

El comportamiento libre de las zapotecas en este lugar de trabajo comunitario me impresionó en mi niñez, así como ha impresionado y sigue impresionando a muchos viajeros y artistas que las filman y fotografían, mostrando ese  lado romántico y folclórico de las mujeres nubes (binnizá), una imagen comercial que se repite en otros espacios públicos como los mercados, las calles y las fiestas, en donde las zapotecas se ven fuertes, pero en el espacio privado, detrás de las puertas cerradas,  son silenciadas, humilladas y asesinadas.

Comenzar a escribir sobre esta realidad, desde mi posición como periodista, fue despojarme de toda la idealización, porque a las zapotecas las veía, me veía,  como nos ve el otro: desde las revistas, los libros, las pinturas y las fotografías. Me puse en su cuerpo, en la del extraño, por un momento me creí lo del matriarcado, el paraíso. 

Mientras escribo estas líneas veo frente a mí una fotografía de mi abuela materna, Na Elvia, una mujer cuyo trabajo fue el de ser viajera, es decir, realizaba viajes a otros estados como Chiapas o Veracruz, llegó hasta Centroamérica comerciando productos del istmo oaxaqueño, como muchas zapotecas de su tiempo. Además, ella alimentaba trabajadores en fincas algodoneras de Chiapas; pero, a pesar de ser  la principal generadora de recursos, la administración del dinero lo tenía mi abuelo, no era real la independencia económica que mostraba, tampoco asumía compromisos sociales sin el consentimiento del esposo, y así como ellas, la mayoría de las mujeres viajeras, salvo si eran viudas. La recuerdo llegar del mercado después de un día de trabajo como comerciante y sentarse frente al marido a contar la venta del día. Por mucho tiempo sólo vi, como la vieron los extranjeros,  a una mujer imponente sentada en su puesto de huaraches, poderosa, libre, que sí lo era hasta que llegaba a su casa. 

Después de caminar 17 años de la mano del periodismo por las comunidades zapotecas, mixes, zoques, huaves y chontales, entendí que aún mi abuela vivió ajena al folclor que retratan  los reportajes de las televisoras sobre las zapotecas, de los promocionales de turismo gubernamental, de las revistas y los periódicos. Entendí también que no bastaba generar dinero para ser independiente, peor aún si se es pobre, analfabeta o viuda, el panorama se vuelve más  desventajoso.

Como periodista observé que las mujeres indígenas con estas desventajas vivían despojadas de sus tierras y sus hijos, eran asesinadas a machetazos sin recibir nunca justicia, morían de cáncer por los celos del marido, por el machismo, no podían votar y ser votadas bajo la bandera de usos y costumbres, se les medía la  “honradez”, el “valor” y la virginidad por el hilo de sangre que dejaban en una sábana. 

Desde hace una década decidí escribir sobre esas mujeres, sobre las que rajan la tierra con un arado y no les pertenecen ni las piedras, las que trabajan en oficios rudos y son estigmatizadas, las que son señaladas por vender cervezas para sobrevivir, las que realizan un trabajo comunitario después de una tragedia como un terremoto y son heroínas anónimas.

El espacio de ra racadxiiña’ sigue existiendo; aunque modificado con el pasar de los tiempos, allí siguen imponentes las zapotecas, siguen impresionando con sus  estentóreas carcajadas y sus enaguas de flores, se mantiene el principal objetivo: la solidaridad y hermandad. De vez en vez participio, pero ahora, a diferencia de mi niñez, no sólo escucho sus intimidades, sino la violencia que sufren y lo escribo. 

Foto: Trabajo / Federico Ramos

Por Irlanda Ramos

Cuando ya nos apagaban la última lumbre totonaca, cuando la lengua comenzaba a callar, el cuerpo se volvía competencia y la vida comercio; cuando todo parecía perdido: la danza llegó con sus trajes llenos de flores y animales. En ella supimos que la tierra, el maíz, la lluvia y la siembra siguen siendo lo más importante. Ahora vamos a atizarle, para que nuestras formas de pensar, sentir y hacer con el mundo, no se apaguen.  

“En casa”, así le decimos nosotras, cuando nos preguntan en qué trabajamos. Aunque por ahí vamos aclarando que, cuando decimos “en casa”, nos referimos a las casas que no son nuestras. Y es que, cuando del trabajo se habla, a una se le viene al pensamiento cómo lavamos la ropa, los trastes y el piso que no es nuestro, o cómo hacemos comida abundante para otra familia, con las manos bien de nosotras pero con la carencia, ésa sí, bien nuestra, porque a veces o casi siempre, no alcanza.

Una de repente piensa en la micro: ¿cómo es que trabajamos el día entero por la comodidad de otra casa cuando en la nuestra queda mucho por hacer? Cuando sola me contesto, el camión se menea y me quedo dormida, porque es muy cansado trabajar en casa.

Decimos que al trabajo no todos lo pensamos igual. Nosotras crecimos en el pueblo y aprendimos, entre otras nociones, una noción comunitaria del trabajo. Desde bien chicos supimos que para comer tortilla primero hay que limpiar la tierra, después hay que sembrar, volver a limpiar, pixkar y desgranar; hay que poner el nixtamal, molerlo, preparar la masa, hacer la tortilla y ponerla al comal, un trabajo que se hace entre todos los que viven en la casa. Para tomar café, para hacer la comida y para vivir, se trabaja. Todo es trabajo y de la misma forma pasa con el pueblo, como en la mano vuelta, en la faena o en la fiesta patronal, en donde tú me ayudas y yo te ayudo o en donde todos nos ayudamos a hacer el trabajo, porque es responsabilidad de todos y lo hacemos entre todos.

Esta forma de pensar el trabajo convive con otras nociones determinadas por dinámicas mercantiles. Entre el trabajo comunal y el sistema que convierte a la necesidad humana en un producto que se puede vender y comprar, este último se ha impuesto como imprescindible, ha impuesto el sentido que se le da al trabajo y se ha consolidado bajo la competencia laboral y sus sistemas de poder; y de esta manera, harta gente, terminamos perdiendo. En esa derrota por el sentido que se le da al trabajo, salimos del pueblo y nos vinimos pa’ México, y la discriminación en esta ciudad nos minimiza y desprecia por nuestra diferencia.

Aquí se piensa diferente el trabajo, el dinero manda. Ven si estudiamos y eso es lo que dice qué trabajo te toca o cuánto te van a pagar. Es de esta manera que abandonamos lo que pensamos sobre el trabajo para adoptar la noción de trabajo dominante. Se nos vuelve tan común saber que entre la jardinería, la seguridad y la albañilería haya compañeros y compañeras tepehuas, nahuas, totonacos y que entre algunas de las sirvientas que sacamos a pasear a los perros haya quienes también hablamos la lengua de nuestros pueblos.   

Pensamos que el trabajo se hace y se respeta porque de eso comemos, pero bien que sabemos que no se paga lo que vale nuestra chamba y que la relación entre quién puede pagarle a alguien para servirle a sus intereses individuales y quien tiene la necesidad de servir para poder vivir se manifiesta uno de los mecanismos que consolida el orden jerárquico de las personas y los pueblos, un mecanismo que nos mantiene sirviendo a las intencionalidades y sueños de quien le pone precio a nuestra necesidad y paga por ella.   

Pero no es que estamos nada más porque sí en esta condición social. El orden jerárquico se ha estructurado con el carácter ideológico y político de aquellos que dominan y este carácter es monocultural, lo cual representa para los pueblos que no pertenecemos a la cultura dominante, una desventaja bien grande. El sistema oficial educativo,  el sistema jurídico, el de salud y el acceso a todo tipo de servicios es monocultural. Es de esperar que “los indígenas” no “ascendamos” socialmente.  Pero… ¿el ascenso social en la dinámica jerárquica es el único camino posible? ¿podemos relacionarnos de otra manera retomando algo de los que aprendimos en el pueblo sobre el trabajo?

Ahora sabemos que nuestro pensar sobre la vida y el mundo no es incivilizado o atrasado, son formas complejas y diversas de relacionarse con el monte, el agua, la tierra, la siembra, de relacionarse con los otros y con lo otro. Sabemos que lo que nos dijeron nuestras abuelas y abuelos sobre que había que respetar el pozo, el monte y sobre el hecho de que compartimos la vida con un animal, no es falso ni erróneo. Ante la crisis que se presenta en el mundo, los pueblos indígenas no nacimos y vivimos para servir, portamos saberes ancestrales que se presentan como una alternativa para repensar la interacción con todo el mundo y del cual, las personas indígenas o no, somos parte.

Kin lakchajan, ti skujaw “kchikí”

Akxní aya xkinga mamiximakgon, atsinú xpasama kin totonaco kan. Akxní kin tachuwinkan xtsukuma tapistsuwí; akxní xtasiyú pi nial tu litlan: chenkgol tantlinin  xlakstu xanat chu  takalhin xlhakgatkan. katsiw pi tiyat, kuxí, sin, xawat, liwa xlakaskin. Chiyú nama akgsaniyá, lakambi kin talakapastakníkan in katuxawat ni ka mixlh.  

“Kchiki” kuana kin. Akxní klakgalhaskina andani skujá. Akxní kuana “kchikí” ni kinchickan, akxní kpuwana xlakata taskujut, klakapastaka pi  kchakgananá, lakchakgananá, kachakgayá chu tlawayá lhuwa liwat, xla tanu cristiano, ni kilakan,  ki makankan wa klitlawayá,  walila lakgachunin o su ankgalhin nik maka akchana. 

Lakgachunin akxní kmin kputlaw kpuwandilha. ¿Lantla tandakú kmakgskuj, chanchu jkin chik lhuwa kilitlawat? ¡Nik taswaní! Akxní kikstu kgalhktikan tachikí putlaw, kaklhtatatawila.walila litlakua skukan “kchikí”. 

Kuana pin taskujut, ni akxtum puwana, kin in ti xalak  kachikin jkatsiniw, pi wa taskujut makxtum tlawaya. Akxní lak’tsuku kin, kinga masiyunikanan,  pi lapi waputuná  chu, pulana na ka kuxtuyá, na chaná kuxi, makgtuy naka kuxtuyá. tsuku stak, kuxí  kuxí nawan, akxsnin lhmukukuta,  tsundakan,  skak, xskganankgan,  tsapswiliyaw,  na pasá, na wiliya kgawit, alistal xtakgayaw n’chu. Wa uma taskujut makxstum kli skuja ti wilaw jkchikí, paks taskujut nachuna lapi waputuna capin, o su liwat, uma latamat taskujut. Paks taskujut, na chuna jkachikin lantla   lamakgaxokgot, o su faina andaní kin makgtayanana a chatum xlanchu na na kinga  makgtayayan. Chuna kin skuja jkachikin.

Wa uma tapu’wan taskujut, ka makxtum skuja, chu win ti puwango. ka tastá taskujut, windi ki, chu windi stay, wandu tlawa uma tapu’wan, lakgachunin klalichipaya taskujut andani  tlag maskgawinangan, u su lakgamakghltiya taskujut. Wa uma tapu’wan kin  makgatsankgaya. Wali taxtuya jkingachikinkan ni akchan in tumin,  jminá kpakgaxstu, maski unu nitu kinga li ukxilhkgoyan. Ka tanu kinga uxilkgoyan. 

Wa pakgaxstu tanú lakapastakgo tastujut, maxkekgo litliwakg  intumin, wa mapkgasinan, ukxilkgo lapi kgalhtawakganitaw, wanchu xla na wan ntu taskujut  lakchanan, o su lantla na xokgokan min taskujut. Akxní chiná  unu pakgaxstu nial skujaw lantla kgachikin tsukuyaw skuja lantla kinga wanekgoyan, lantla lakaskenkgo ki malanakan. Klismaniyaw andani skuja  jtatanokglha, nti kuinda tlawakgo xanat, ti malakekgoy  malakch o su ti na skujuj jkchiki, li totonacos, li mexicano, tepehuas, akxní mapaxalnekgoya chichixní na lawaniya pi chuwinana  lata kin kachikinkan.

Puwana pi wan tastukut maxkikan in kakní wak li wayaná, pero nak katsiyá pi ni kinga xokgonikanan ntu xlilat kin taskujutkan, wilakgo in tlani  xokgo tasakua chu nti lakaskin taskujut lakambi na wayan,  windi wankgo ti talhman lakchan  wan ti kgalhin tumin, chu ti tutsu ti ni kgalhi tumin,   paks,  latamanin chu kachikin. Kin kaxalakachikin in chu maskgskuja lakambi na wayana. Na chuna windi na tlawa tu manixnan, pero como kgalhi tumin,  wa  xlanchu na wan nintla na xokgo lakambi na tlawanikan xs taskujut.xla chikí. Wa uma tapu’wan kin makgatsankgaya. 

Ni ka mambi chuna wilaw, wandi wango tu kinga lakgchanan, wa uma tapu´wan kga akgtum  uma tlanga pakgaxtu, ni ukxilhkgo pi tipa lhuwa anan in tapu’wan, windi  wan in pi kin ni tanuya, chuna kinga patsankgoyan. Wa uma tapu’wan xla kata takgalhtawakga, pumakuchin, wa uma tapu’wan inti mapkgsinankgo chuwinan ka akgtum tachuwin ni akglhuwa tachuwin paks xli tlanga pakgaxtu.

¿A tlan kawa na matlaniya pakx akxtum na laya, xtlawaw in tu katsinitaw kachikin xlakata taskujut?

Chiyu katsiya, tu kin puwana xlakata latamat chu katuxawat, tlan. Tanu puwaná xlakata kakiwin, tiyat, takuxt, chuchut, takgalhinin. Katsiyá ntu kinga wanikgonitan kin nanakan, chu kin tatakan, lantla na mastayá n´kakní kin tachikikan, chu aktsu takgalhin,   Xslikana kgalhiyaw kinda kuxtakan,  chu  kuinda na la tlawaya, nala makgtayaya. Ni kamambi, kinga masiyunekgon tun xla xspuwankgo   xskgalhekgoy in talulogktat.  Wa uma n’ kat limaxskgat’i lamaw,  xli ka tlanga katuxawat, kin xalak kachikin o su  tanu kachikin  paks unu lamaw. 

Foto: Corteza / Leyver Domínguez

Por Diana Domínguez

Tsa’pxy

Te’n wyä’änt ku ojts ja Honorato

Kajaanaxy ja än yakyëjk

Ku amäjtspë’m tsyä’äyy näjty kämwempojty

Ja Hortencia tu’uky ja xëë ja än näjty pyatity

Eyte’n näjty tëë tsyu’uyën

Jajp ja än näjty nyayu’utsy yyu’ktijpy

Jëts akxon näjty ja yyo’kt takjäjy takteyy

Ku ja tjënmayy tiikëjxp tyosteety natyu’uk

Ja jyujky’äjtë’n tyamëmastuut

Joknëm mëny näjty pyëti’iky

Jëts ja jotmay tpatmujkkixy

Japom japom näjty tjä’äxi’iky

Ja tëkëëk jëtyëjk mëte’ep ojts ja jujky’äjtë’n tyakë’piky

Jëts ja kyutëëm mëte’ep ojts ja po’ tjëëntsëmpety

Mää ja ju’uy këëtääjketpy

Pakwä’äts ojts ja’ n’ejx’aty

Tëë ja tyeky’ëjx tukë’y näjty tyimytsä’pxkëjxn

Te’n ëjts ja nan näjty y’anä’äny

Ku tëë nayte’n ja tsye’tskjëëjp näjty y’awätskëjxn

Ku te’n ja jëxtujk y’u’nk y’anä’äjk ojts takya’kkixy

Ojts ja än ja nye’kx ja kyojpk waanety waanety

Takmëktëtspety, jëts ja myojk ja kyäm

nayte’n ojts jyëntëkeeny

atuknäx ojts ja jyujky’äjtë’n kyukëx

mëët ja näjx ja käm, ja tyëjk ja tyu’u

mëte’ep ojts pyutëk pyuxäj

ëxtam tu’uk jamyëëtë’n

Akxon ojts ja tyeky’ëjx nyas’ääts

Këëjknaxy ojts ja y’äätstëk

Amuum mëj tseenë’n

mëte’ep jantsytimykëjxp yonp

mëte’ep ja xëë tyimynaspäätyanpy

te’nte’n ojts ja tsäätsy y’apjënpity

ku ja xëë ojts tjënkuwä’äk

nejtnëm ja atäm ne’kx nyëtso’oky

nejtnëm ja n’änmëjä’än jotkujk’äjtë’n tpääty

Grietas

Dicen que a Honorato

el sol ennegreció su piel

pues lo envolvía ardiente en el campo,

a Hortencia el sol la persiguió

aún cuando éste se ocultaba

le quemaba en la garganta

cuando por las noches caía en la cuenta

del desamparo de sus dioses,

despertaba de madrugada

y barría la tristeza que la noche le había dejado

día a día levantaba las cenizas

de sus tres hombres que le arrancaron

y al hijo que el viento arrastró a la fosa de carbón

para volverse fuego…

la conocí con los pies descalzos

con los talones todos agrietados

mi madre decía

que también tenía ranuras en los pezones

que en su carne se hacían huecos

por sostener a siete hijos desvaídos…

el sol consumió su piel hasta los huesos

y así sedienta

también quedó la tierra que dejó abierta

quien le ofrendó consuelo

como ansiaba de un compañero,

de sus grietas surgieron raíces

que taladraron el suelo

hasta lo más profundo

su corazón dormita en el ocote más alto

pues anhela un día alcanzar el cielo,

de esta suerte

las heridas se volvieron sombra

enfrentándose sola contra el incendio

entonces

ya no hubo pieles abiertas

ni llamaradas en el pecho